¿Dónde está la indignación social? Autor: Felipe León López

Foto: Daniel Hidalgo/OEM-Informex.

“Si no nos movemos a donde están el dolor y la indignación, a donde está la protesta, no estamos vivos, estamos muertos”, José Saramago.

Parafraseando a Malcom Lowry: sin indignación, nada grande y significativo ocurriría en la historia de nuestro país en la época reciente. Los indignados han sido los protagonistas para cambiar al régimen, la simulación y el olvido.

Quien esto escribe pertenece a una generación que heredó la indignación del movimiento estudiantil de 1968; de la “guerra sucia”, represión y persecución durante el foco guerrillero; de las devaluaciones que quebraron a miles de familias, de las crisis recurrentes que golpeaban a los más pobres y provocaron que mexicanos abandonaran el país para ser indocumentados en los Estados Unidos. Una generación que conoció al partido cuasi único y sus fraudes y elecciones simuladas; el partido-gobierno de la corrupción institucionalizada, de los abusos policiales, la mofa y frivolidad desde cualquier espacio del poder público.

En la época reciente, los indignados mexicanos nos levantamos contra la autoridad cuando ésta fue rebasada luego de los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985. Los indignados fueron de Guadalajara cuando explotaron 8 kilómetros de drenaje, o cuando azotó “Paulina” en Acapulco, dejando a las autoridades rebasadas. Fuimos los estudiantes de la UNAM, los deudores, los recortados del presupuesto federal, los movilizados contra políticas económicas de la naciente era neoliberal. Los indignados forzamos la apertura democrática, las reformas políticas y la ciudadanización de ciertas políticas públicas. Así fue que hubo una reforma política de 1977 y una irrupción cívica en las elecciones de 1988, que para bien o para mal, fue el antecedente para la alternancia en el poder presidencial en los siguientes años: 2000, 2012 y 2018.

Fuimos miles los indignados con la razón de fondo del EZLN, de las masacres de Acteal y Aguas Blancas, como de las de Allende, San Fernando, de la Guardería ABC, de los niños del Centro Histórico, de los Le Barón y de los miles de desaparecidos por el crimen o por autoridades. Hemos sido testigos del coraje por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y de las complicidades abiertas de políticos y delincuentes.

Sin embargo, muchos preguntan: ¿qué está pasándonos que no han salido a indignarse por las muertes por COVID-19, por la falta de vacunas, por la crisis en que está cayendo la educación pública, por las candidaturas de impresentables personajes… y por el crimen por negligencia de la Línea 12?

Somos, en mucho, una sociedad producto de la indignación contenida y apenas salvada por válvulas de escape que acostumbraba el viejo régimen. De alguna manera, el que AMLO haya obtenido la presidencia de la República, luego de haber aglutinado la indignación nacional contra los abusos del pasado, él es su propia válvula de escape ante los errores y abusos que se están cometiendo en gobierno.

Han dicho que hoy vivimos en democracia, en el cual el Estado es ahora de bienestar de nuestra maravillosa autollamada “cuarta transformación”. En esta era ya no hay “prian”, “no hay corrupción”, “no hay chayotes”; vivimos en el mundo feliz. Pero ¿de verdad estamos en la dulce democracia por la que votaron millones? ¿De verdad no hay errores que marcarle ni criticarle y que sus decisiones (y omisiones) que provocan muertes y lesiones de por vida a los pobres del país no deben ser sancionadas ni por un grito en la calle?

A más de una semana del peor desastre en la CDMX, en la zona más olvidada y castigada por todos los gobiernos y donde habitan la mayoría de las bases ciudadanas de Morena (el suroriente), hemos observado pocas manifestaciones de indignación y más allá de la encuesta de El Financiero registrando caída en su aceptación, no hay más protestas; hay resignación individualista a pesar del dolor. Nos sentimos como personajes de José Saramago en El Ensayo de la Ceguera, indignados, enojados y compasivos de nosotros mismos.

La indignación social está contenida en México. Es una olla de presión que ha ido acumulando temperatura y la única válvula de escape que tenía ahora es autoridad. Cuidado. Los escenarios de riesgo son altos conforme pasan los días, pues una serie de factores se han ido acumulando, entre otros, la polarización (ahora sí), la inflación, la crisis del empleo, la lenta recuperación económica, la deserción escolar y la ausencia de una política anticrimen que haga frente a las abiertas acciones de grupos delincuenciales. Si la civilidad de los indignados de 2018 fue tersa; cuidado porque ahora podría violentarse en una nueva expresión, donde todos saldríamos perdiendo.

Si desde la federación y el gobierno de la CDMX no hay inteligencia preventiva para que la Línea 12 no sea su Ayotzinapa, esa olla de presión seguirá calentándose por malas decisiones, y en el mejor de los casos, la indignación será muy clara en las urnas de las próximas elecciones. 

Contacto: feleon_2000@yahoo.com

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