
José Reyes Doria
Otra movilización impulsada por López Obrador, nuevo llamado a sus seguidores a reventar el Zócalo. Aunque el Presidente no lo reconozca así, la nueva manifestación del 18 de marzo, es una reacción a la reciente movilización masiva de sus opositores, quienes desbordaron el Zócalo y dejaron un mensaje que inquieta en Palacio Nacional: el Zócalo ya no le pertenece solo al Presidente y su movimiento. Los opositores, en lo que hemos llamado “rebelión fifí”, se manifestaron contra el Plan B electoral que busca condicionar al INE. Su bandera es precisa y ambigua a la vez: en realidad, los fifís se movilizan más por hartazgo y animadversión ante las acciones y los modos de López Obrador. En Palacio toman nota de un fenómeno creciente en esas movilizaciones fifís: cada vez participan más personas que no son fifís pero están desencantadas o agraviadas por la llamada Cuarta Transformación.
La manifestación del 18 de marzo, formalmente, es con motivo del aniversario de la expropiación petrolera. Sin embargo, esa efeméride está vacía desde hace décadas, como se demostró en 2014 cuando Enrique Peña Nieto y el Congreso reformaron la Constitución para permitir la privatización del petróleo: no hubo protestas ni rebelión popular contra la reforma que enterraba el legado del General Lázaro Cárdenas. Tampoco hemos visto que la llamada Cuarta Transformación haya intentado, ni por la vía constitucional ni por la acción de gobierno, recuperar la propiedad de la Nación sobre los hidrocarburos. En realidad, la nueva movilización obradorista tiene dos objetivos distintos a la gesta expropiatoria de 1938: uno, responder a la rebelión fifí, desanimarla con una demostración masiva de músculo, y dos, mantener aceitada la maquinaria proselitista del oficialismo de cara a las elecciones de 2024.
En este contexto, la manifestación obradorista del 18 de marzo de 2023 tiene cosas buenas, malas y feas:
LO BUENO
Mantiene latente el debate sobre las acciones de gobierno de AMLO.
Estimula a seguidores y opositores a fijar una postura en torno a los problemas nacionales, a cuestionar la agenda política y a entender el discurso-propaganda de López Obrador.
Atrae la mirada a gestas históricas como, en este caso, la expropiación petrolera de 1938, que, si bien hoy luce vacía, conlleva una gran carga simbólica relativa a la necesidad de no olvidar las nociones de soberanía, nación, interés general y justicia promovida desde la jefatura del Estado.
Si se canalizan de forma adecuada, las movilizaciones, aunque sean promovidas desde el poder, pueden contribuir a generar compromisos del gobierno tendientes a mejorar condiciones de bienestar, justicia, seguridad, combate a la corrupción, etcétera.
Promueve una definición precisa de las acciones prioritarias del gobierno de AMLO que, aunque se presenten de forma exagerada o manipulada, aportan un referente para el análisis del desempeño del gobierno de la llamada 4T.
LO MALO
Por lo general, las movilizaciones organizadas desde el poder están marcadas por la posición ventajosa de los convocantes, quienes cuentan con los recursos, la logística, los aparatos del Estado relativos a la seguridad, la vialidad, el transporte, las comunicaciones, la inteligencia, la difusión. En esta situación, las marchas convocadas y organizadas desde el oficialismo tienen al “agandalle” del espacio público.
La movilización del 18 de marzo generará, inevitablemente, la aplicación de recursos públicos para lograr las metas y las cuotas de traslado de gente impuestas a los diversos actores que participarán en la organización. Desde dependencias del gobierno federal, hasta gobiernos estatales, municipales, legisladores, partidos oficialistas, programas sociales, y todo tipo de personas y organizaciones que tienen relación institucional con el gobierno, suelen aplicar sin límite recursos e influencia para llevar gente al Zócalo, en este caso. Tal desvío de recursos públicos es inaceptable y constituye diversos tipos de faltas administrativas graves y, eventualmente, delitos.
De forma igualmente ineludible, los servidores públicos involucrados en la organización de la concentración en el Zócalo, incurren en la práctica de obligar o condicionar al personal subordinado a ellos a que asistan, so pena de recibir castigos o de plano perder su empleo. Esta práctica es ampliamente conocida y constituye un agravio a la dignidad y a los derechos laborales de los empleados públicos. Por lo tanto, buena parte de los asistentes al Zócalo serán personas que se siente agraviadas, claramente despolitizadas al ser obligadas a asumir una determinada actitud política.
Dada la polarización cada vez más intensa existente en México, la concentración del Zócalo tiene el efecto de que los seguidores de AMLO deben aceptar, sin cuestionar nada, los dichos y “verdades” del Presidente. La estrategia de la movilización exige una profundización de la propaganda política, hasta el nivel básico de la consigna elemental, de tal forma que la realidad de las acciones de gobierno queda reducida a consignas político-ideológicas que requieren un acto de fe para darlas por ciertas.
La estrategia de la movilización desde el poder, anula todo atisbo de fiscalización, exigencia de información, rendición de cuentas o reclamos por malos resultados. El Zócalo lleno para respaldar al Presidente, exige creer que todo lo que hace el gobierno es transformador, honesto, eficiente, justiciero y popular. Pide a los seguidores rechazar tajantemente todas las críticas, todas las denuncias y todas las evidencias de fallas del Líder gobernante.
LO FEO
Es impropio autoproclamarse como gobierno histórico, épico y heroico. Es la Historia y la sociedad, con el paso del tiempo, los que califican la dimensión de los gobiernos.
Realizar desde el poder una movilización, con un ánimo autocelebratorio, para autocoronarse como próceres históricos, es algo desmesurado, refleja una significativa ansiedad de gloria y reconocimiento. Lo adecuado es hacer el mejor esfuerzo desde el poder y dejar que la Historia juzgue, premie o castigue.
Solo en contadas ocasiones las movilizaciones desde el poder son épicas y, por lo tanto, históricas. Precisamente, la concentración en el Zócalo de 1938 para apoyar la expropiación petrolera es una de ellas. Nadie acarreó a las masas de gente humilde que acudieron a apoyar con su presencia y a aportar sus escasos recursos para resistir los embates de las poderosas compañías petroleras extranjeras.
El enemigo de la expropiación petrolera de 1938 estaba afuera, era extranjero, mientras que la movilización al Zócalo de este 18 de marzo, identifica como adversarios acérrimos a otros compatriotas. ¿Tiene o no límites la confrontación política-ideológica nacional?
Como se dijo antes, el próximo Zócalo lleno es, entre otras cosas, una reacción a la movilización masiva de la rebelión fifí. El objetivo es desalentarlos, mostrarles que el obradorismo tiene más respaldo social. Es válido, pero es poco convincente compararlo con algunas de las gestas históricas de Hidalgo, Juárez, Madero o el General Cárdenas.
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Le pese a quien le pese, le duela a quien le duela, pero este 18 de marzo vamos apoyar a AMLO.