Navidad, venganza de los mercaderes. Autor: Iván Uranga

Celebremos juntos este 25 de diciembre el nacimiento del hombre que nos mostró la luz.

“La Navidad ha sido constituida por la cultura hiperconsumista
como la temporada de las compras y gastos excesivos”
Gilles Lipovetsky, filósofo francés

La definición de la Navidad como la venganza de los mercaderes por haber sido expulsados del templo por Jesús, se la escuché por primera vez hace muchos años al maestro Carlos Monsiváis, ahora la frase se la adjudican a su amigo Edmundo O’Gorman. Aunque la autoría de la frase es lo de menos, lo cierto es que en estas fechas las masas visitan los palacios de ensueño en que se han convertido las plazas comerciales; las personas que quieren llenar su vacío existencial tienen en las compras navideñas un excelente pretexto. En esta época, la sociedad de consumo explota de forma maniaca. Desde principios de noviembre el bombardeo de publicidad excesiva de una Navidad cada vez más anticipada se encarga ya no de convencer, se encarga de recordarle a la gente que ha comenzado la temporada en que debe comprar para intentar llenar ese vacío interno o de recuperar algo que siente que tiene perdido y sale a compartir la soledad colectiva.

La aportación de la democracia con la construcción política del individuo nos ha llevado a lo que se ha dado en llamar la era posmoderna. Esta aportación también genera disolución del bien común en lo político y en lo colectivo, en donde el individuo es el rey que maneja su existencia a la carta. Esta mutación trae consigo nuevas actitudes: apatía, indiferencia, deserción, el principio de seducción sustituyendo al principio de convicción, la generalización de la actitud humorística o sarcástica. Nueva organización de la personalidad: narcisismo, nuevas modalidades de la relación social, marcadas en particular por el aumento de la violencia individualizada de muchos, que ha creado un nuevo estado de la cultura: agotamiento y derrumbe de lo colectivo por la concepción del nuevo hiperindividualismo hedonista sin causa que nos obliga a preguntarnos:

¿Por qué se busca en la actualidad el placer individual y se mide la felicidad según el poder adquisitivo?

Es un sentimiento histórico que parte desde la desesperanza de la mujer y el hombre, y que se reafirma con la violencia generalizada y las guerras. Ante la inminente desaparición de nuestra especie y la poca esperanza de sobrevivencia causada por la violencia social, económica, estructural y ambiental, es que las nuevas generaciones (igual que las anteriores, pero cada vez más) son quienes encuentran en los placeres y en especial el placer de la compra, la excusa para olvidarse de los miedos y sentir la levedad de la satisfacción personal.

El sistema capitalista ha causado un frenesí en el consumismo, basado en los deseos y necesidades creadas del hombre y de la mujer, hasta lograr una ruptura social y construir un sistema de hiperindividualismo de una humanidad inmersa en las transacciones de compra y venta que han llegado a medir el nivel de satisfacción que perpetúa los esquemas de poder y plantea nuevas necesidades para la mujer y el hombre actual. La búsqueda por el placer lleva a “un gusto” que no es más que una “felicidad paradójica”, ya que el ser humano se encuentra en la constante búsqueda de satisfacción consigo mismo y siempre encuentra distintas formas de lograrlo, aunque esto implique violentar a los otros.

Hasta hace muy poco la sociedad de consumo masivo se enfocaba en la familia, en lo general, era como un equipo; en cambio, con la sociedad de hiperconsumo se están enfocando en el equipamiento de individuos. A este nivel hay que constatar que la sociedad de hiperconsumo favoreció la individualización de los comportamientos.

La presión social en épocas como los años 50 generaba que personas de la clase obrera no pudieran adquirir artículos de lujo debido a la avalancha de críticas que llegaban por parte de la alta sociedad. En la actualidad, sin importar la clase, las personas tienen una gran inclinación por las marcas y los artículos exclusivos, ya que les dan cierto tipo de status en la población. Las antiguas barreras que separaban las clases sociales se han vuelto mucho menos reguladoras o drásticas con el paso del tiempo, lo que significa que de facto las clases sociales han desaparecido, aunque las desigualdades económicas se acrecientan cada vez más con la globalización.

En este concepto, las decisiones de compra tienen mucho menos que ver con criterios de clase que con criterios de género, edad o personales, por lo que generan un consumo disociado, un consumo que cambia de acuerdo a las circunstancias, lo que significa que las personas van a despilfarrar el dinero en unas cosas –por ejemplo zapatos o teléfonos– y luego van a comprar la comida que les alcance con lo que les sobró, o prefieren un buen automóvil a una buena casa, o viajar a pagar la renta. Es como cuando una mujer va y compra ropa de segunda mano por pobreza y al mismo tiempo adquiera un bolso Prada y no es difícil ver a un joven con vestimenta muy modesta usando un teléfono móvil muy costoso. Hay un proceso de descoordinación dentro de los métodos de consumo, que es una situación que no existía en el pasado, porque había cierto control de lo colectivo respecto al individuo.

La necesidad antropológica de nuestra especie para comunicarnos con los otros a través de nuestra vestimenta que identificaba rasgos culturales importantes como nuestro origen étnico, nuestro estatus e incluso nuestra condición marital (en muchas culturas prehispánicas dependía de en qué posición se colocaban las mujeres la vestimenta o la flor para saber si era casada o soltera) en la actualidad ha creado un mundo de “apariencias” con un extraño vínculo emocional con el consumo de objetos caros y raros, bajo la premisa de la obtención de felicidad, una felicidad que no termina siendo real y no es más que un sentimiento de placer efímero.

Se calcula que sólo 10 por ciento de la población ha logrado salir parcialmente de esta enfermedad social llamada consumismo, y que intenta con sus acciones construir su autonomía de este sistema, produciendo lo que consumen, desde la comida hasta la ropa, pero es en estas temporada cuando se puede valorar hasta dónde han logrado salirse del paradigma consumista porque ante tanta tentación creada por las agresivas campañas publicitarias para consumir, así sea para “compartir”, es difícil no recaer en esta enfermedad y comprar algo superfluo para los seres queridos. Intentemos comenzar el día amándonos y con la firme convicción de “sólo por hoy” no comprar o por lo menos no comprar cosas inútiles. 

O mejor los invito a que festejemos juntos este 25 de diciembre el aniversario del nacimiento del hombre que nos explicó la naturaleza de la luz, al descubrir que está constituida de partículas lanzadas a gran velocidad. Isaac Newton nacido el 25 de diciembre de 1642, demostró que esa luz que ahora puede ver en el árbol de Navidad no es onda sino materia. Y si llegó usted al final de este artículo lo felicito, porque ya habrá notado que el inicio es una trampa para aquellos lectores que no pasan del título que ahora seguramente estarán haciendo comentarios sobre el artículo sin conocer su contenido. Así nuestra opinocracia infundada.

Iván Uranga

@CompaRevolución

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