Por: Ivonne Acuña Murillo
El domingo 12 de marzo se llevó a cabo la entrega de los premios Óscar. Como cada año, no todo mundo estuvo conforme con las decisiones tomadas por la “Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas”, es el caso de la película Babylon que a pesar de haber sido nominada en tres categorías no se llevó nada, a saber: Mejor banda sonora, Mejor diseño de producción y Mejor diseño de vestuario. Las nominaciones principales fueron ganadas por: Brendan Fraser, Mejor actor; Michell Yeoh, mejor actriz; Jonathan Ke Quan, mejor actor de reparto; Jamie Lee Curtis, Mejor actriz de reparto; Daniel Kwan, Daniel Scheinert y Martin McDonagh, Mejor director; Ellas hablan, Mejor guion adaptado; Everything, Everywhere, All at Once, Mejor guion original y Mejor Película; Pinocho, Mejor película animada.
Babylon, filmada en 2022, escrita y dirigida por Damien Chazelle, protagonizada por Brat Pit, Margot Robbie y el mexicano Diego Calva es una película considerada en los géneros de comedia dramática épica y cine histórico erótico, que te lleva de lo grotesco a lo sublime, de la risa a la tristeza, de la expectación a la seguridad. Es una película de amor, de aventura, de técnicas cinematográficas, de actuación, de crítica a los excesos, todos, de una industria que opera como una fantástica fábrica de sueños que al mismo tiempo que crea unas vidas destruye otras. Es un tobogán de emociones que te sube, te baja y te vuelve a subir. Es una cinta hecha para quienes aman y conocen el cine de Hollywood y el cine en general.
Con seguridad Babylon se convertirá en una película de culto para ser vista, mirada, observada, analizada una y otra y otra vez. Es una cinta que pasará por las aulas de quienes enseñan, de quienes pretenden hacer cine y de aquellas personas interesadas en conocer los inicios del cine mudo y su paso hacia el cine sonoro y quieren saber de los múltiples avatares que acompañaron ese tránsito, tanto en lo humano como en lo técnico.
Babylon ofrece no solo un catálogo de emociones sino todo un repertorio de aquellas cintas que hicieron historia: The Jazz Singer (1927), Singin’ in the Rain (1952) y muchas más. Es una película que te invita a descubrir a los personajes reales como a Rodolfo Valentino, así como a los de ficción, a reconocer a los protagonistas, sus colores y emociones, a viajar por el sonido.
Babylon es una película para personas que como yo:
Aprendieron a fantasear y a vivir en compañía de las películas. Soñar con el amor, los viajes, las aventuras, las cosas posibles y las imposibles. A vivir de acuerdo con los viejos valores recuperados con cada proyección, caducos algunos, vigentes y útiles otros. Son lecciones para la vida, dicen algunos, ficción solamente, opinan otros. Lo cierto es que no se puede pasar por ellas, sin que te provoquen algún efecto.
Cada vez que se encuentran en una sala y comienza la música con la que se las identifica universalmente, sientan su corazón latir aceleradamente y su cerebro y su cuerpo prepararse para ver, para creer, para sentir, para meterse de lleno en la trama. Pero, si esta no les atrapa en los primeros minutos, se sienten defraudadas, como cuando tienen mucha hambre, entran a un restaurante, ordenan lo que van a comer, se tardan en traerlo y al final no es lo que esperaban.
Disculpa que personalice…
Mis géneros favoritos son los de ciencia ficción, aquí la trilogía Back to the Future es la reina; de terror, con Aparecidos, La bruja, Mamá y la Cumbre Escarlata a la cabeza, aquí me niego a incluir las de zombies y las que no cuentan con buenos argumentos, el destripadero sin sentido no es lo mío; policiacas, basadas en Sherlock Holmes, novela escrita por Sir Arthur Conan Doyle y las novelas de Agatha Christie, como Asesinato en el expreso de Oriente o Después del funeral. Otras menos clásicas, pero igualmente buenas son Los ojos de Julia y El secreto de sus ojos. En este punto, las coproducciones España-Argentina son muy buenas.
Está bien, lo reconozco, me atrapaste, hay dos películas de zombies que sì me gustan: Juan de los muertos, que cuenta la historia de muertos vivientes en la Isla de Cuba y Mi novio es un zombie, esta última recupera la humanidad del personaje y le brinda la posibilidad de trascender su condición de muerto-viviente.
Debo confesar que, sin ser mis preferidas, algunas de amor entran en mi colección, como Pide al tiempo que vuelva con Jane Seymour y Christopher Reeve y La letra escarlata con Gary Oldman y Demi Moore. La primera es el prototipo del amor romántico, aquel que permanece inalterable a través del tiempo pues no pasa por las contingencias de la vida cotidiana. Lo singular aquí es el transcurrir del tiempo, la nostalgia vivida por él sin la conciencia de haber estado antes en otro tiempo y la pasión de ella para buscar respuestas a algo que parecía imposible y esperar el nacimiento de él y su madurez, todo en su tiempo natural de vida. Aún me sigo preguntando de dónde salió el reloj que al inicio de la película ella le entrega a él con la frase “come back to me”, pues cuando él viaja al pasado ya lo lleva consigo para dejarlo cuando retorna al tiempo presente.
En la segunda todo ocurre en el Boston del siglo XVII cuando ni ellos ni ellas eran dueños de su vida pues sus deseos debían ser reprimidos en bien de la comunidad. Es una hermosa representación del amor en tiempos difíciles, la cual cobra realidad a través de las miradas de ella y de él. Destaca el hecho de que la protagonista es una mujer que por propia voluntad rompe con lo establecido y resiste a la presión y el castigo con que los hombres de la colonia estadunidense castigan sus múltiples transgresiones.
En ambas, la música compuesta por John Barry penetra hasta el punto de convertirse en el magma que quema los sentidos. Es conmovedora, romántica, dulce, profunda, nostálgica. Es capaz de transportarnos por el tiempo y por el suceder de amores que transcienden su propia historia.
No me gustan las de guerra ni de espionaje, en especial porque me es difícil diferenciar a los buenos de los malos, tal vez porque quien cuenta la historia se pone en la mejor de las partes y no te deja conocer la otra versión. Tampoco son de mi agrado las del Oeste, aunque nuevamente bien puedo agregar una o dos a mi colección. La tigresa del Oeste (Cat Ballou) con Jane Fonda y Lee Marvin y Los 7 magníficos con Yul Brynner (el único hombre calvo que me ha hecho soñar), Steve McQueen y Charles Bronson, entre otros.
Rechazo las distopías, en particular aquellas donde impera el caos y donde toda esperanza se ha perdido. Tal vez porque soy irremediablemente optimista, además de perfeccionista y controladora. Por mis características bien puedo pertenecer al número uno del Eneagrama de la personalidad, que incluye a “personas perfeccionistas que en la búsqueda de la perfección pueden sentir ira interior que intentan no exteriorizar, pues no la consideran una cualidad perfecta. Son muy detallistas y ordenados. Suelen hablar en términos de bien y mal. En su estado más sano, son tolerantes y muy éticos. Son muy juiciosos, y comprometidos”.
Yo creo que soy un caso típico de la personalidad tipo uno y perder el control me aterroriza. Eso me recuerda que no aprendí a patinar pues no podía soportar que mis pies se gobernaran solos y que cada uno arrancara por su lado. Sin embargo, confieso que hace unos años me atreví a patinar sobre hielo. Me arrepentí en cuanto estuve parada en los dos patines a la vez, pero seguí una de mis máximas de vida “ya vine al baile, ahora bailo” y venciendo mi miedo me metí a la pista, di algunas vueltas, por la orilla por supuesto y sin soltarme del barandal. Al final terminé sujeta de una puerta de madera verde, de espaldas a la pista, tratando de mantener mis dos piernas juntas, lo cual me fue prácticamente imposible. Si hubiera sido capaz de verme desde fuera estoy segura de que debo haber parecido una combinación de Bambi, Mr. Bean y el Gordo y el Flaco. Yo creo que así fue, las carcajadas de mi hija al otro lado de la pista me lo confirmaron. Por supuesto, te preguntarás si después de reírse finalmente me ayudó a recuperar el equilibrio y la respuesta es ¡no! Lo logré solita. No me arrepiento, hice las delicias de la familia y de paso me sentí orgullosa de mi arrojo. Bambi fue, por cierto, la primera película que vi en el cine y la primera que me hizo llorar a mares.
Mi aventura en la pista de hielo me recuerda un género más, la comedia. Mis favoritas por algunos años fueron las de Jerry Louis, realmente me hacía destornillar de risa. Con sus situaciones absurdas me enseñó a reír a carcajadas, pues, aunque no lo creas, antes de él no podía y envidiaba a quien si lo hacía.
Desde niña amé las películas. Todos los domingos veía con placer y embeleso las que desde las 4 de la tarde y hasta las 12 de la noche proyectaba el Canal 4, bajo el título de “Permanencia voluntaria”. Acudía a la proyección, una tras otra, sin descanso, sin aburrirme, sin arrepentimientos ni sentimientos de culpa por el “tiempo perdido”. Una y otra vez me puse en los zapatos de la heroína, de la novia, de la esposa, de la hija, de la hermana, de la amante, de la mujer buena y dócil, de la seductora, de la guerrera, de la transgresora. Recuerdo aun que la de las 10 se me escapó muchas veces pues debía dormir para ir a la escuela al día siguiente. Con cierta molestia y un sentimiento de pérdida obedecía la orden de apagar la televisión.
Los días que transcurrían de un domingo a otro los ocupaba imaginando ser la protagonista de una trama de aventuras, de amor, de miedo, afrontando y superando los retos que a las mujeres se les presentaban. Con ellas construí un futuro ideal que a final de cuentas no se realizó, pues el amor, así como el león, no es como lo pintan. La vida tampoco lo es. Es cierto aquello de que “una propone, Dios dispone, llega el diablo y todo lo descompone”. Sin embargo, no estoy desilusionada, aunque ya no sueño imposibles sigo disfrutando del caudal infinito de historias que vienen con las pelìculas.
De hecho, en algún momento abandoné el ritual de los domingos de 4 a 10, pues un día la hermana que me sigue en edad me preguntó si podíamos ver otra cosa porque ya los tenía hartos, a ella y a nuestros hermanos y hermanas, viendo cada domingo lo que yo elegía. Privilegios de ser la mayor. En su descargo diré que tenían razón pues, además de las de permanencia voluntaria, vi todas las que la industria nacional produjo, así las buenas como las malas, las aburridas y las divertidas, los dramas y las comedias, las bien contadas y las absurdas, las excelsas y las mediocres, todas, he dicho ¡todas!
Mis preferencias hoy dependen tanto del clima como de mi estado de ánimo. Si hace sol bien puedo ver una comedia, si es un día nublado una de terror es lo ideal, si estoy aburrida, triste o enojada una comedia es lo recomendable, me ayuda a no pensar y reírme como “tonta” dejando a un lado las preocupaciones. Pero, si tengo ganas de pensar una de arte o alguna complicada como Matrix, Las horas o El origen (Inception) son las indicadas. Si quiero llorar Pide al tiempo que vuelva o El paciente inglés son de lo mejor. Eso sí, hay dos que me he prometido no ver nunca Una ventana al cielo y El hombre elefante. La primera trata de una deportista de juegos de invierno que sufre un accidente y queda paralítica, por lo que su novio se dedica a cuidarla, amarla y hacerle la vida más fácil, hasta que él mismo muere en un accidente. La segunda cuenta la historia real de un hombre, Joseph Merrick, quien desde niño fue abandonado por su familia, debido a que sufría una grave deformación física, y fue expuesto como atracción de circo. Décadas después de su muerte su esqueleto fue comprado por Michael Jackson y agregado a su colección.
Mi hermana, la que me reclamó por no dejarle ver otra cosa, me contó ambas historias con lujo de detalles. En ambas ocasiones lloré toda la noche, por lo que estoy convencida de que no necesito sufrir tanto. Así como no vi las dos citadas, juré igualmente nunca jamás volver a ver Nosotros los pobres, protagonizada por Pedro Infante, en especial la escena donde se incendia la vivienda y se quema “el torito”.
Esta última decisión la tomé cuando en casa la veíamos por enésima vez y mi padre, hermano y yo, “los chillones de la casa”, hacíamos pucheros aguantando el llanto. Yo me puse de pie, bajé a la cocina y me preparé un pan con mantequilla. Una vez pasada la escena más dolorosa volví arriba. Esa fue mi última vez y hasta hoy no la he vuelto a ver. De hecho, de las tres personas que lloramos con las películas sólo quedo yo. Mi padre y mi hermano han muerto ya, el primero alcanzó los 91 años y el segundo sólo los 30.
Al final, la vida me llevó por dónde quiso, nada fue como las cintas prometían, en especial el amor en su versión cursi y las aventuras por el ancho mundo. La vida es como es y rara vez se parece a lo que vemos en la pantalla grande, esos arrebatos de amor apasionado, esas aventuras excitantes, esos viajes al espacio o al centro de la tierra, esa inteligencia aumentada por la ingestión de una pastilla no son reales para todo el mundo, no aún.
Si es el cine o no un parámetro para la vida es tu decisión. Si sus historias permiten llenar los vacíos que el andar cotidiano va dejando, tú lo sabrás mejor que yo. Si son una manera maravillosa de vivir múltiples vidas, es tu elección. Si hacen de ti un ser humano mejor o peor, también depende de ti.
Yo ya no sueño, es cierto, he perdido esa sana costumbre; sin embargo, mi corazón se sigue acelerando cada vez que, en una sala, a oscuras, escucho la clásica música que las identifica universalmente.
Mirada desencantada
Al parecer quienes forman parte de la “Academia” no quisieron considerar a una cinta que tal vez aún les retrate, que evidencia los costos humanos que conlleva una industria que se ha dedicado a crear mundos posibles e imposibles, sueños, esperanzas, abismos, túneles, historias vividas y no vividas; a un guion que deja al descubierto el racismo, el sexismo, el consumo de drogas, las vidas perdidas, la corrupción, los excesos, la explotación humana, las aberraciones. No se sabe, lo cierto es que Babylon es una película que toda persona amante del cine debe ver, pues además de una dura crítica es también un homenaje al cine de todos los tiempos, aunque, hay que decirlo, no de todos los lugares, porque al final Hollywood no representa a todo el mundo ni, necesariamente, a lo mejor que el cine mundial ha dado.
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