
Por Cris Fernández, Eduardo Chícharo y Luis Gerardo Domínguez1
Mientras ingresamos a un auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM para escuchar una conferencia sobre Narcotráfico, lenguaje y cultura en México, el Dr. Oswaldo Zavala se presenta amablemente. Como estudiar ahí fue un anhelo de su juventud, nos confiesa su genuina envidia a los presentes a la par de que alista su computadora para iniciar la conferencia.
Oswaldo Zavala es periodista y profesor en The Graduate School and University Center of the City University of New York (CUNY). Es sin duda, de las voces más críticas de la llamada Guerra contra las drogas. En publicaciones recientes, como Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México (2015) o La guerra en las palabras. Una historia intelectual del “narco” en México 1975-2020 (2022), ha señalado que el gobierno mexicano ha construido un discurso de guerra en contra de organizaciones criminales que poco o nada tiene que ver con la realidad: más bien, sirve para justificar la militarización de la sociedad, la violación de derechos humanos y para encubrir los actos de corrupción del estado.
Aquí la entrevista realizada después de su conferencia para el curso “Narcotráfico y Crimen Organizado” del Colegio de Historia.
Antes que nada, queremos agradecerle por acceder a esta entrevista. Como bien se mencionó al inicio de la conferencia, usted es una de las pocas personas que da una explicación innovadora al fenómeno del narcotráfico. ¿Haber crecido y trabajado en Ciudad Juárez influyó en su interpretación de este fenómeno?
Oswaldo Zavala: Si, muchísimo. La experiencia que tuve en Juárez como reportero fue muy formativa para mí, tuve… la suerte de presenciar los años clave en el cambio de discurso de seguridad nacional, que es lo que retrato en el nuevo libro “La Guerra en las Palabras”. En esos años el aparato de seguridad estadounidense está ya vendiendo la idea del “narco” como esta gran amenaza, utilizando en particular al “Cártel de Juárez” y a Amado Carrillo Fuentes para justificar una nueva era de militarización. Como reportero me tocó ver en primera fila parte de esa campaña mediática: ruedas de prensa, filtraciones de la DEA, etc. En ese momento no lo entendí del todo, pero revisando para este nuevo libro pude aprovechar esa experiencia.
¿En qué momento empezó a plantearse que el discurso del narco, presentado por medios oficiales, culturales, periodísticos, etc. estaba lejos de entender el fenómeno real y corresponde más a los intereses del Estado?
No soy el único que lo ha planteado en esos términos, al final es una mezcla de factores: por un lado, la experiencia que tuve como reportero y por otro la lectura de colegas que ya habían avanzado en esa dirección cómo: Fernando Escalante Gonzalbo, Dawn Paley, Federico Mastrogiovanni, Guadalupe Correa, Luis Astorga. Creo que entre nosotros construimos este semi-colectivo improvisado que está pensando en esa dirección. De ningún modo me atribuiría yo esta ruptura, más bien desde mi campo, que es los estudios interdisciplinarios culturales, he podido pensar la dimensión lingüística y simbólica del relato securitario.
¿De qué manera agencias internacionales, como la DEA, determinan nuestra concepción sobre el llamado fenómeno del narco?
Son las generadoras de las ideas, la DEA es el brazo ejecutor de un paradigma de seguridad nacional. No son los articuladores, nada más son los ejecutores, pero no hacen una ejecución de la política anti-drogas para erradicar la guerra, sino para hacerla prevalecer.
La racionalidad propiamente de guerra está construida desde las instituciones que diseñan, como es el Departamento de Estado o la Oficina de Control para la Casa Blanca. En México ha habido una adopción gradual de esta racionalidad, no solo son las interacciones con la DEA, sino con un paradigma mayor derivado del neoliberalismo.
Nosotros hemos internalizado la agenda de seguridad históricamente desde el principio, no solo en la cuestión narco, sino en todo el abanico que surge en la seguridad nacional. Por eso es que en los años sesenta y setenta nuestros aparatos de seguridad combatían comunistas, guerrilleros, sindicalistas, movimientos estudiantiles… No porque fueran nuestros principales adversarios, sino porque había toda una plataforma narrativa sustentando la idea del combate al comunismo global en la era de la Guerra Fría.
No olvidemos que la Dirección Federal de Seguridad (DFS) surge en 1947 como el hermanito feo de la CIA, que surge también ese mismo año. Siempre está la plataforma estadounidense operando en nuestra racionalidad securitaria. Lo que ha pasado desde entonces, en materia de seguridad, es que hemos ido espejeando las diferentes discontinuidades de ese relato. Pasamos del comunismo al traficante, del traficante al inmigrante indocumentado, coqueteamos con la idea del narco-terrorista, eso nunca funciona del todo porque no hay ni siquiera evidencia simbólica al respecto, pero es algo que se intenta constantemente de insertar en el discurso oficial. Entonces la pregunta final no es tanto si debemos o no distanciarnos de la DEA, sino como debemos distanciarnos completamente del paradigma de seguridad nacional.
Corridos, canciones, notas de diarios locales cercanas a las violencias del crimen organizado ¿pueden fungir como agentes dentro del discurso de Estado?
En un sentido práctico toda la ciudadanía abonamos al discurso de seguridad, esto ocurre porque el discurso se ha hegemonizado al grado de que se convierte en el relato dominante que se repite espontáneamente en todos los campos de producción cultural. Parte del problema es que a veces se malentiende el concepto de “hegemonía”, la hegemonía no es solo las instituciones (Estatales) construyendo un discurso de modo dominante, sino que hay una dimensión de espontaneidad en el que todos colaboramos inadvertidamente. Yo reviso mis notas del 96’ y hay momentos donde yo mismo replicaba esto, por ejemplo, recuerdo haber utilizado el concepto de “Narco-Estado”. Por eso, mientras sigamos todos conectando con la plataforma de seguridad nacional vamos a seguir legitimando todas esas mismas políticas, volviéndonos de un modo u otro, colaboracionistas.
Si bien, explícitamente usted declara no concentrarse en lo “real” del fenómeno, sino en la guerra contra el narco como una estrategia discursiva y, como tal, imaginada ¿Cómo deberíamos nombrar el fenómeno de la violencia del narco?
Esta es la parte donde el discurso hegemónico tiene tanto éxito, porque la violencia obviamente es real. La brutalidad de esta violencia genera en nosotros esta inquietud de tratar de entenderla, de buscar algo que nos de cierta paz razonada sobre el porqué de la violencia. Entonces, la urgencia de esa pregunta es lo que justifica la racionalidad securitaria, porque se interpone el relato de los “cárteles,” de los “sicarios”, etc.
Así que, lo que nos convendría hacer es suspender las respuestas rápidas y sentarnos con mucha calma a pensar los diferentes enclaves de violencia que hay en México, que no son iguales. No podemos hablar de una sola violencia, hay muchas expresiones de violencia en contextos muy distintos. Por ejemplo, Guadalupe Correa explica los procesos de despojo territorial en Tamaulipas por la industria extractiva y, a lo mejor, en Chihuahua hay toda una dimensión política donde el gobierno de Calderón estaba contraviniendo a los gobernadores priistas que todavía tenían mucho poder e influencia en la escena política nacional.
Tenemos que hurgar en zonas “otras” que están ensombrecidas por el relato del narco, también parte de lo que estamos viendo es que estos grupos que llamamos “cárteles” parecen operar como un fenómeno de paramilitarismo cuya naturaleza no podemos comprender, porque hay una cortina discursiva que nos impide avanzar con esa discusión. Y no pensemos en “paramilitares” como grupos de traficantes que actúan como ejército, sino en grupos de delincuentes que quizás tienen una cercanía de las fuerzas armadas.
¿Cómo le explicaría a alguien que ha vivido la violencia del narco, su hipótesis de que el “narco” no existe?
Yo no digo que el “narco” no existe, yo digo que los cárteles no existen. Lo primero que tendríamos que recordar es que la experiencia de la violencia es algo relativamente reciente entre nosotros, parecería que hemos vivido de este modo por mucho tiempo, pero recordamos como hasta 2007 nuestro país en realidad tiene una tasa de homicidios muy baja, comparable a democracias occidentales que no están en guerra, e incluso una tasa más baja de la que había en algunas ciudades de Estados Unidos.
La experiencia de la violencia es algo de 2008 en adelante, cuando Calderón empieza a militarizar ciertas regiones del país. Tenemos estudios que muestran la correlación entre la presencia de fuerzas armadas y el alza en la violencia… Hay toda una serie de crónicas de trabajo de investigación que muestra como en mi ciudad, Ciudad Juárez, hasta 2007 vive esta relativa paz dónde el narcotraficante no es ningún agente de violencia alarmante.
Hay un libro llamado “La Tropa” dónde entrevistan a soldados presos por haber cometido crímenes de lesa humanidad, lo que muestra es que en el entrenamiento se les hizo que México estaba en guerra civil y que cualquier persona que asemejara cualquier persona rural con sombrero podía ser potencialmente un narco. Entonces pues claro comenzaron a tirotear a diestra y siniestra y cometieron crímenes de lesa humanidad.
¿Cree que la famosa consigna del presidente “abrazos, no balazos” es una estrategia no punitivita factible a largo plazo?
López Obrador hablaba desde la campaña de interrumpir el ciclo de violencia generado por las Fuerzas Armadas, reducir la militarización, dar las tareas de seguridad pública a un cuerpo civil y de ahí la idea de la creación de la Guardia Nacional… El problema es que en cuanto empezó (su mandato) había una enorme resistencia, tanto doméstica como externa.
Por una parte, hay todo un aparato de guerra que ya está construido y que se expresa en la disidencia de propios militares. El llamado “Culiacanazo”, cuando intentan detener a Ovidio Guzmán, es un operativo que sancionó sin consentimiento del presidente. Entonces ahí la pregunta es qué parte del Ejército, que no puede pensarse como un monolito, está interesado en la continuidad de la guerra. Hay una resistencia de parte del Ejercito que quiere asegurar su influencia en una guerra contra el narco.
Luego tienes a las agencias estadounidenses al acecho. La detención del General Cienfuegos fue un mecanismo de extorsión que intentaron para presionar el regreso de las actividades a fondo de la DEA en México, pero el resultado ha sido lo contrario. Parte de lo que tenemos que hacer es distanciarnos de estas agencias que vuelven a nuestro país como una película de cowboys.
Ahora todo esto se dice más fácil de lo que es y en parte también, esto nos casa con una pregunta anterior, con todo este fenómeno de violencia que no hemos podido explicar del todo. Aquí ya entra otra dimensión, la del capital trasnacional que tiene alianzas políticas dentro y fuera de México y que avanza en paralelo con la política de seguridad… Por eso es importante reflexionar la política de seguridad a la par de la política de energéticos. No pueden pensarse por separado, aunque los pensamos por separado porque el discurso nos está diciendo que son cosas distintas, cuando en realidad esas son agendas que han salido incluso de la misma oficina del Departamento de Estado y que tienen alcances globales, como es Odebrecht o Pemex.
1Por Cris Fernández (@CrisFOrtiz), Eduardo Chícharo (@lalocur_) y Luis Domínguez (@Lgdm99) historiadores integrantes de “Narcotráfico y Crimen Organizado en México” de la UNAM. Twitter @NCO_FFyL
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