En defensa de una legítima desigualdad. Autora: Emma Rubio

Desde el primero de diciembre de 2018 me ha llamado la atención el interés crítico y agudo de lo que está pasando en el país y su interés por el ámbito político, y es que tal parece que el fenómeno AMLO más que causar polémica está causando una serie de despertares interesantes entre la ciudadanía. Aún seguimos viendo la división entre “chairos” y “fifís” y yo sigo sin entender a ciencia cierta qué significa ser uno o lo otro, pero honestamente la hermenéutica de tales conceptos tampoco me genera angustia. Lo único que espero es que ya paren con sus complejos y entendamos de una vez por todas que todos somos parte de este país.

El punto aquí es que todo juicio emitido para bien o para mal según la preferencia, porque es preciso el nivel en el que nos encontramos, en el de la preferencia, pues son tan pobres nuestros discursos que ni siquiera podemos hablar de que exista ideología en las posturas existentes de la población. Son meras preferencias e incluso ni siquiera en muchos de los casos son conscientes, sino meras repeticiones.

El problema que yo vislumbro en todo esto es el de la falacia de falsa generalización, pues cualquier universalidad que pretenda ser hegemónica debe incorporar al menos dos componentes específicos como lo señala el gran Zizek: El contenido popular auténtico y la deformación que del mismo producen las relaciones de dominación y explotación (Zizek 2012). Les pondré un ejemplo claro de lo primero: el fascismo (al que por cierto llevan y traen de boca en boca con gran facilidad e ignorancia). La ideología fascista manipula el auténtico anhelo popular por un retorno a la comunidad verdadera y a la solidaridad social, frente a la lógica de competición y explotación, pues distorsiona la expresión de ese anhelo con el propósito de legitimar y preservar estas relaciones de superioridad de un grupo por encima del otro. Sin embargo, para poder alcanzar ese objetivo, debe incorporar en su discurso ese anhelo popular auténtico. La hegemonía ideológica no consiste en que un contenido particular satisfaga el vacío universal, como que la forma misma de universal recoja el conflicto entre dos contenidos particulares que son el popular que expresa los anhelos íntimos de la mayoría dominada y el específico, que expresa los intereses de las fuerzas dominantes. ¿Dónde se coloca usted?

La no ideología o el “momento utópico” como lo menciona Fredric Jamenson, la cual está presente incluso en la ideología más atroz, es por lo tanto, absolutamente indispensable en cierto sentido, pues la ideología no es otra cosa que la forma aparente de la no ideología, su deformación formal como por ejemplo el antisemitismo ¿no se basa acaso en la nostalgia utópica de la auténtica vida comunitaria, en el rechazo justificable hacia el capitalismo y su monstruosa explotación?

Lo que sostengo es que estamos ante un error tanto político como teórico, condenar un anhelo de comunidad tildándolo de “protofascista”, acusándolo de fantasía totalitaria, es decir, identificando las raíces del fascismo con esas aspiraciones (error frecuente en la crítica liberal-individualista contra el fascismo) Aquí, lo que se convierte en ideológico es su articulación, la manera en que la aspiración es instrumentalizada para conferir legitimación a una idea de explotación. Dense cuenta cómo en el fascismo, la ideología estetizante, corporativa y organicista viene a ser la forma misma con la que reviste la inaudita movilización tecnológica de la sociedad y que trunca los vínculos. Si tenemos presente esta paradoja, podríamos evitar la trampa del liberalismo multiculturalista que consiste en condenar como “protofascista” cualquier idea de retorno a los vínculos orgánicos (étnicos o de otro tipo). Lo que realmente caracteriza al fascismo es más bien una combinación específica de corporativismo organizacional y de pulsión hacia una modernidad desenfrenada. La clase media como dice Zizek es una “falsedad encarnada” en términos psicoanalíticos, es un mero fetiche. Y como decía Laclau: “El antagonismo de clase estaría completamente simbolizado, no sería imposible/real, sino simplemente un rasgo estructural de diferenciación”. Así las cosas, creo es momento de pensar más profundamente y dejarse de “chaireces” y “fifieces” y mejor, pronunciémonos como individuos diferentes que forman parte de un todo, nadie es igual a nadie, es justo la riqueza de la especie. Pero si nos empeñamos en homogeneizar incluso nuestras mentes, entonces sus absurdas y superficiales diferencias serán tan sólo características de los personajes de aquellos que sólo juegan con nosotros. Defiendo y aplaudo el despertar crítico que se ha dado pero también debería ser reflexivo y con juicios propositivos, basta de sólo desacreditar por desacreditar. La justicia no sólo compete a las leyes, la justicia es parte de nuestra condición humana, así que seamos humanos sin etiquetas banales y mejor comencemos a construir una realidad antes de que nos la sigan construyendo y de modo tan injusto.

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