En 2012, en pleno proceso electoral, muchos de nosotros sabíamos que venían los años más duros –hasta entonces– para el trabajo de las organizaciones civiles. Sabíamos que venían años de violaciones a los derechos humanos, un incremento en la violencia y en la corrupción. Pero ni en nuestras peores pesadillas pensamos que la administración de Peña Nieto alcanzaría esos niveles de mortandad en su población, de pobreza, endeudamiento, desconfianza, corrupción, impunidad, violencia, pobreza.
A cinco años con nueve meses estamos por presenciar el último informe presidencial en donde, una vez más, escucharemos mentiras de boca del presidente con menos niveles de aprobación de nuestra historia. Peña Nieto dejará la presidencia en tres meses y pasará a las páginas de la ignominia, al lado de Díaz Ordaz y de Salinas. Es muy probable que él lo sepa, por eso seguro cuenta los días para dejar atrás lo que ha sido una pesadilla para todos.
Difícilmente a la administración de EPN podemos llamarla gobierno. El impulso que mostró en sus primeros años se vio empañado por su incompetencia al atender la tragedia de Ayotzinapa, y entonces le siguió la Casa Blanca y su completa pérdida de confianza. De ahí, una estrepitosa caída lo llevó a los bajísimos niveles de aceptación que acompañado de su flamante cleptocracia sumieron al Partido Revolucionario Institucional en el mayor bache de su historia en las pasadas elecciones.
Esta semana nos hemos indignado muchos al escuchar uno de los spots en redes de Peña Nieto, a propósito de su último informe presidencial. Habla del caso de Ayotzinapa como un caso cerrado en donde al parecer su gobierno hizo todo lo posible por garantizar la justicia. Se expresa de los padres de los 43 como unas personas que no entienden razones y se niegan a escuchar su patética verdad histórica.
Se requiere no sólo de una falta de tacto sino de carácter para salir a los medios a decir que la tragedia que llevó a cientos de miles de mexicanos a las calles e indignó al mundo entero es un caso cerrado y él hizo lo que pudo. Un grupo de expertos internacionales dice otra cosa, la evidencia dice otra cosa, la gente decimos otra cosa.
Gobernar un país no puede entenderse como una serie de toma de decisiones desde una cúpula donde no hay responsabilidad sobre ellas, donde no se rinden cuentas y donde al finalizar el mandato se ingresa a un universo paralelo en el cual siempre habrá riqueza, su prole se casará con los hijos e hijas de los personajes más ricos del país y su apellido quedará sellado al de tantas otras familias que deben su riqueza a la injusticia e impunidad en México.
Estamos por escuchar el último informe en el cual no nos dirán que ha sido el sexenio más violento de nuestra historia moderna; tampoco nos dirán que la deuda creció de manera exorbitante, que los grandes casos de corrupción están detenidos porque muchos en este gobierno están coludidos. No podrán hablarnos de beneficios de la reforma energética, ni la educativa ni la de ningún tipo. No habrá resultados sobre la implementación del Sistema Nacional Anticorrupción porque desde sus inicios hay intentos de captura de las instituciones en todos los órdenes de gobierno.
En este 1 de septiembre, escucharemos espots con mensajes reduccionistas, maquillados, exagerados en logros y sin mención de lo trágico. Quizá nos digan que hay buenas noticias y que lo bueno cuenta, pero la gran mayoría de nosotros sabemos que es un show montado donde alguien sigue un guion, vacío de contenido y desapegado de la realidad del país.
Estamos por cerrar la administración más desastrosa de los últimos años y por última vez oiremos una sarta de mentiras gritadas a los cuatro vientos –que, además, seguro nos han costado muy caro. Está por irse Peña Nieto y con resignación todos veremos cómo continúa con una vida feliz, sin pagar por todos sus errores y sus actos de corrupción, protegiendo a sus amigos y viviendo al amparo de las élites política y económica.
La buena noticia es que ya se va, la mala que no habrá consecuencias por sus actos y que nada nos garantiza que no vengan más gobernantes así. Y esa garantía no debe venir porque creamos o no en la bondad de nuestros siguientes presidentes, sino porque esa garantía sólo la tendremos cuando hayamos construido y fortalecido las instituciones democráticas que nos garanticen la verdadera rendición de cuentas. El informe presidencial se supone es un acto donde el titular del Ejecutivo y su gabinete le rinden cuentas a los legisladores y a la gente, sabemos que es una farsa y no hay indicios que vaya a ser diferente.