El terror a la filosofía. Autora: Emma Rubio

“Todavía queda otro mundo por descubrir, ¿y más de uno? Ya es tiempo filósofos, zarpemos” ¿Pero a dónde? ¿Por qué vías? ¿Con qué instrumentos? En nuestra actual historia, el desierto crece. Somos testigos de un momento clave para la historia de nuestro país. El debate entre propuestas multiformas y multicolores que navegan con la bandera ondeante de la esperanza pero hay que tener en cuenta que las esperanzas sólo son como frágiles pensamientos que no pueden aferrase a nada.

¿Dónde se encuentran los pensadores? Nadando contra corriente, tratando de recuperar su espacio social que les ha sido arrebatado poco a poco a través de la aniquilación de su hacer. Hemos sido víctimas del discurso posmoderno donde pareciera que la humanidad ha claudicado del empuje creador, nos han hecho desconfiar de nuestros propios juicios y de la visión fragmentada de la realidad, el atomismo social, el hedonismo. Todo esto que denota sin duda, la derrota del ideal racional iluminista y científico positivista. Nuestra vida parece haberse tornado en fábula y nuestro conocimiento en una necedad. ¿Cómo acercarnos ahora a los discursos filosóficos? Lyotard dijo que lo que entró en crisis fue precisamente las “narrativas maestras” que cantaban la esperanza y la fe de la liberación de la humanidad en el progreso, lo cual trajo como consecuencia que se operara una crisis semejante en todas las concepciones totalizadoras quedándonos solo con el pluralismo, el eclecticismo, un mundo de equivalencias e intercambiabilidad. Pese a todo esto, el pensamiento y el arte aún no han llegado a su final, se encuentran vivos dentro de la sociedad incluso a pesar de los propios pensadores. Ahí está la filosofía en esa lucha irrestricta por sobrevivir, por dar una explicación a las grandes cuestiones del quehacer humano ofreciéndonos apuntes, quizá sólo jirones de la realidad que está frente a nosotros.

La filosofía es sin duda uno de esos lujos inútiles, injustificables, pero paradójicamente imprescindibles y, curiosamente, desgarradores.

Pero parece ser que es tema sin importancia, pareciera que en el fondo lo que se pretende es la clausura del sentido, huida, evasión de los senderos de la creación, umbral en el que se atisba la indignidad humana.

El devenir de la cultura y del hombre como entes sociales, esta huidiza problemática se difumina y no puede menos que escaparse de nuestras manos. Es necesario derivar en otro intento o declarar la ensoñación maligna que provoca la ilusión del conocimiento y la creatividad. Estamos ante lo que describe Lypovetsky en su ensayo, de la “Era del vacío”, la herencia maldita del obnubilado y recalcitrante individualismo moderno. Pertrechado en pleno desarrollo de la posmodernidad, hace ya bastantes años que el ser humano ha intentado despojar a la razón de su carácter omnipotente, totalizante, pero sin mucho éxito. Aún se filtran con fuerza esos haces de luz de la razón, esas esquirlas que refulgen como luces en la oscuridad y aunque el nihilismo tuvo su avance en la caída de la razón, su descrédito como facultad cognoscitiva sigue mostrando rasgos de un poderío limitado la escuela de Frankfurt desde su exilio en New York, hablo sobre el eclipse de la razón, criticaba dura y ásperamente la instrumentalización, la inoperante pasividad, su extremo conformismo y vacuidad. Deleuze lo señalaba de algún modo: “¿Cómo puede escribirse sobre algo que no sea lo que no se sabe, o lo que se sabe mal?” Ignorancia y saber se interna una en la otra generando de este modo la gran indiferencia ante la que nos encontramos, desde que se tiende a la timidez del “sí pero no” nadie quiere molestar al prójimo, actitud loable para todos los planos excepto el del pensamiento y el arte. Vivimos de la doxa, todas las opiniones son respetables se promulga, sin embargo, lo respetable son los sujetos, muchas opiniones son erróneas, detestables y el único respeto que merecen es ser señaladas como estúpidas pero nadie se atreve a ello pues hay poco de auténtico en nuestro proceder.

El pensamiento nos pone al borde de perderlo todo a quienes nos dedicamos a ello, no nos ofrece quizás mucho a cambio salvo horror, soledad y locura. Pero quienes nos hemos inclinado hacia este abismo, como decía Hegel, padecerá por siempre la tentación de volver una y otra vez a ese punto negro en el que , como perspicazmente señalaba Nietzsche: Las tinieblas alumbran.

Para mi, no hay emoción más fuerte ni estremecimiento mayor que pensar. Si en verdad el ser humano estimara en algo su vida, si quisiera sólo lo útil para ella, evitaría y de modo meticuloso: pensar.

Nuestra propia conciencia está dormida por la erupción de la barbarie que enfrentamos en el país, asesinatos, destrucción, pobreza ¿qué cabida puede haber en la mente humana para el pensamiento? Aquí es donde se empieza por cavilar y el mecanismo se dispara, comienza a rodar en el vacío, todo lo mencionado se convierte en símbolos y éstos a su vez en otros símbolos; la vida se esfuma y refulge la muerte y alrededor de ella toda nuestra creación.

De pronto nos damos cuenta de que las miras del ser humano en cuanto a ser sensible a las manipulaciones del odio político, se ha prolongado considerablemente a la destrucción, por eso, no debemos detenernos a escuchar a quien no sepa que la sabiduría es un peligro, como tampoco debemos escuchar a quien se proclame pensador político o científico y nada nos dice.

La filosofía es un preguntar sin resolución, una angustia cada vez más fuerte pero ese terror a pensar es apasionante, es la puesta en marcha de la locura frenética por hacer preguntas hasta que se nos atraganten en la garganta. Nada como intentar responder los cuestionamientos que Kant echó fuera de los límites de la razón, y del conocimiento. ¿Cómo responder a esas preguntas que se originan en el encantamiento de la tentación de absoluto que aún nos atrae? ¿Es justificable perder la vida en la enmarañada actividad interrogativa y aislarse de los ingratos o deliciosos eventos de la vida cotidiana?

Podría decir a esto que en efecto, el pensar es un bello hábito destructivo de la lucidez, adelgazada frontera que se busca la locura del orden y el orden de la locura, abismo irresistible del que no me será posible ya separar los ojos.

Emma Laura Rubio Ballesteros
Emma Laura Rubio Ballesteros

Licenciada en filosofía, maestra en educación y especialista en Teoría Crítica y hermenéutica, certificada en educación socioemocional. Autora de diversos artículos en revistas académicas

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