El caso Puebla: la sensatez debe prevalecer. Autor: Venus Rey Jr.

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha vivido sus primeros momentos de tensión. El muy desafortunado incidente aéreo que causó la muerte de la gobernadora de Puebla, Martha Érika Alonso, de su esposo, el senador panista Rafael Moreno Valle, y de tres personas más que viajaban con ellos el pasado lunes 24 de diciembre, ha provocado toda clase de comentarios y ha desatado una guerra en las redes sociales.

Se ha dicho de todo. Se han afirmado con seguridad, vehemencia y severidad cosas sin fundamento alguno. Desde que se supo la noticia, muchos twitteros, opositores del presidente, empezaron a difundir que la gobernadora y el senador habían sido asesinados por el gobierno. La noticia se esparció como pólvora ardiendo y creó un clima de agresión y descalificación, más aún si tenemos en consideración la muy difícil situación política que se ha vivido en Puebla desde la elección a gobernador el pasado 1 de julio en la que resultó ganadora la panista Martha Érika Alonso, no sin el cuestionamiento y la impugnación del candidato de Morena, Luis Miguel Barbosa. A final de cuentas, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación emitió una sentencia, ya inatacable, que confirmó el triunfo de la panista, quien tomó posesión del cargo el 14 de diciembre y sólo pudo ejercerlo durante diez días.

Las sospechas de los opositores del gobierno recayeron inmediatamente en López Obrador y en Barbosa. En el momento en que Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, llegó a la ceremonia luctuosa en la ciudad de Puebla el día de Navidad, un grupo de personas gritó “asesino, asesino”, injurias por demás injustas proferidas a una mujer que ha demostrado a lo largo de décadas ser una funcionaria muy capaz y honorable, una persona de espíritu libre y democrático, comprometida con los derechos humanos, como se desprende de múltiples sentencias de la Suprema Corte en la que ella fue ponente. Pero en política así son las cosas: se llevan muy pesado.

Sin referirme en concreto a alguno de los sinsentidos y barbaridades que se han visto en las redes sociales en estos días, quisiera circunscribirme estrictamente a lo que hay hasta el momento. Todo lo demás son especulaciones, y en un momento como el que está viviendo nuestro país, es mejor actuar con la cabeza fría. ¿Qué es lo que tenemos? Tenemos 1) un accidente aéreo en el que lamentablemente perdieron la vida varias personas, entre ellas la gobernadora de Puebla y su esposo; 2) la reacción inmediata del gobierno federal; 3) una investigación que se ha iniciado y en la que participarán expertos de Estados Unidos (NTSB: National Transportation Safety Board), Canadá e Italia; 4) un primer peritaje, realizado por personal de la Marina, que descarta la presencia de explosivos en el incidente.

Así la situación, hasta el momento no hay ningún indicio que nos pueda señalar que se trató de un asesinato, menos aún para culpar a alguien. En consecuencia, quien atribuye estas lamentables muertes a López Obrador, a su gobierno, a Luis Miguel Barbosa y a la gente de Morena, o incluso a los huachicoleros, está actuando, o bien con dolo, o bien bajo el influjo de la candidez, dando por ciertos rumores sin fundamento. La razón nos impone mesura. No podemos dejarnos llevar por las emociones ni menos por la turba enardecida que en redes sociales lincha a quienes cree culpables; no podemos cegarnos por nuestras filias y fobias. No importa si las descalificaciones y las agresiones vienen de los simpatizantes de AMLO o de sus opositores; la obligación de una persona razonable es no dejarse llevar por la vorágine y no esparcir rumores ni falsas noticias, como el video del helicóptero ucraniano que es derribado y que fue difundido incluso por un periodista profesional como indicio de un posible crimen de Estado. El video fue asumido por miles y miles de personas como la prueba irrefutable de un asesinato. Lo mismo habría que decir de los audios que se han difundido como virus en WhatsApp. Mucha gente cree todo a pie juntillas, con una candidez que preocupa y da miedo; personas que uno supone tendrían cierta capacidad para discernir entre una noticia falsa y una real. Y si uno se los señala, pues entonces es a uno a quien quieren linchar. No están dispuestos a escuchar lo que la razón revela, sino sólo a sucumbir a la bacanal de las emociones y entregarse a una orgía en la que lo que menos importa es la verdad. Cada quien escucha y ve lo que cada cual desea ver y escuchar.

El presidente López Obrador y su gobierno actuaron inmediatamente, no se escondieron como ha sucedido en otros casos con otros presidentes. No solo a título personal, sino también en un comunicado del gobierno, el presidente expresó lamento por la muerte de la gobernadora y el senador, dio el pésame y externó solidaridad para los familiares. En cuanto a las investigaciones, para que no haya duda alguna, ofreció que serían realizadas con la concurrencia de expertos estadunidenses, canadienses e italianos (el helicóptero era de manufactura italiana). Es verdad que el presidente usó adjetivos como “conservadores”, “mezquinos” y “corruptos” para referirse a quienes lo culpaban a él y a su gobierno de un asesinato; pero también es verdad que acusarlo de estas muertes es un disparate, si se hace sin dolo, y una mezquina maldad, si se hace con dolo. También es verdad que tanto en la izquierda como en la derecha hay extremos intolerantes, no me vaya a decir usted que no. Quizá el problema resida en que no estamos acostumbrados a que un político diga lo que piensa. Más bien estamos habituados a que los políticos no digan lo que piensan, a que escondan sus intenciones, y por eso muchos creen que la política es el arte de la hipocresía. Por eso cuando un político dice las cosas como las piensa, causa desconcierto. ¿Qué se esperaba? ¿Que López Obrador asumiera una culpa que no le corresponde? ¿Que no dijera algo en su favor, como cualquiera lo hubiera hecho? Es verdad que hay grupos y personas muy agresivos que se oponen al gobierno, como también es cierto que hay grupos y personas, también muy agresivos, que apoyan al gobierno, y ambos bandos han sido fuentes de especulaciones temerarias, noticias falsas, insultos y descalificaciones; ambos bandos viven su propia guerra civil en redes sociales. Que el presidente se refiera a los primeros, quizá usando un lenguaje desafortunado, tampoco es motivo para inmolarlo. Y si al señalar esto los opositores del gobierno me consideran AMLOver, lo único que puedo decir es que me están juzgando con la emoción, no con la razón.

La sensatez debe prevalecer. No se vale esperar a que el de junto, al que se considera enemigo, empiece. Cada quien tiene la obligación de serenarse y no dejarse llevar por el remolino de la violencia.

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