Cuando estábamos en la universidad, a una amiga le compraron un coche azul, bien bonito. Me extrañó que no lo eligiera en rojo porque tenía un buen rato escuchando sus comentarios de que lo quería rojo y no azul. Cuando le pregunté la razón del cambio, me respondió que leyó que los coches que más se accidentan son rojos, y no quería llamar a la mala suerte.
Es el caso del carro rojo un sesgo cognitivo que consiste en atribuir erróneamente una relación causal… pero yo no tengo cara para burlarme de su argumento:
Cuando vamos en familia al súper, cada uno se forma estratégicamente en una caja distinta de manera que, quien avance más rápido, llamará a los demás para abandonar su fila y sumarse a la fila ganadora… pero al ver que, tristemente, en cuanto me cambio de fila las otras empiezan a avanzar mientras la mía se estanca, pienso que el destino me está jugando una mala pasada o burradas peores. Lo mismo aplica para los automovilistas en las vialidades de cualquier ciudad.
Hablando de cosas automovilísticas, les ofrezco que, cuando quieran ustedes que llueva, con toda confianza, me avisen, y con gusto mando lavar mi coche.
¿Qué? ¿Suena absurdo mi razonamiento? Entonces ¿por qué nos conducimos de esa manera en asuntos más importantes?
Seguimos una línea newtoniana de causa-efecto-causa-efecto, pero en la mayoría de los casos no lo hacemos a la inversa. No deconstruimos esta conexión. Este vicio argumentativo se convierte en un sesgo cognitivo que, en lógica, se conoce como falacia.
Algunos ejemplos.
Decir que, como El Mijis se viste como delincuente, jamás será un buen diputado; se llama falacia ad hominem. También lo es decir que Felipe Calderón es un alcohólico y por eso no tiene razón. Argumentar que hay que salirse de la universidad y mejor vender lencería para que me contraten en Conacyt, es una falacia ad consecuentiam (además de un chiste muy bobo). Hay que decir que, aunque la conclusión fuera verdadera, el argumento sigue siendo falaz. Es decir, puede ser que El Mijis realmente sea un mal diputado, pero la causa de aquello no es su modo de vestir.
Repetir mil veces una noticia falsa, convertirla en tendencia y viralizarla, esperando que se convierta en verdad, es una falacia ad náuseam. Decir que la gente es pobre porque no trabaja y si se pusiera a trabajar dejaría de ser pobre es una petición de principio. Afirmar que si nos quejamos del desabasto de gasolina estamos a favor del huachicoleo, se llama falacia del hombre de paja. Pensar que solo puede ser actriz quien estudió una carrera actoral es –en el mejor de los casos– una falacia de causalidad inversa.
Intentando deconstruir los errores que comentemos, encontramos que los argumentos que construimos, generalmente los estamos preparando para nosotros mismos, porque cada uno es su primer interlocutor.
En ese sentido, tal vez sería un buen ejercicio escucharse uno mismo diciendo lo que dice: ¿la causa de mi reclamo es un legítimo cuestionamiento al perfil profesional de un funcionario que no cubre los requerimientos del puesto, o es simple y llano clasismo?
Hay que desnudar los argumentos, desmenuzar lo que digo, rastrear sus causas.
Por ejemplo, si nos remontamos a las causas últimas del comentario idiota del tipo que insultó a Yalitza en el video que se hizo viral esta semana, encontramos algo mucho más grave:
El racismo que subyace en el hecho de que se le haya hecho chistoso hacer ese comentario. El hecho de que sus acompañantes lo festejaran como si nada. El hecho de que a la novia se le hubiera hecho buena idea compartirlo en las redes sociales, mientras se acomoda el cabello asegurándose de verse bonita, porque eso es lo que le parece importante.
Quiero pensar que, si deconstruyéramos los propios prejuicios, atacaríamos las causas del racismo. La sociedad mexicana es clasista. Históricamente, se construyó y se desarrolló sobre la base del racismo. La cultura dominante se reprodujo, en buena medida, en contraposición con la de los pueblos originarios. Innegablemente, es el racismo parte integrante de lo cotidiano, y un obstáculo que permea y sesga nuestra forma de pensar y que se hace patente en el habla.
Todas esas expresiones despectivas y crueles que invaden nuestro idioma, se afianzaron de un discurso que las explicaba en términos de progreso; de aspiración. No es necesario repetirlas, todos las conocemos.
Para darle sentido a la riqueza que el encomendero, el cacique, o el hacendado acumulaba, gracias al trabajo de otras personas, se construyeron ciertas ideas que se convirtieron en estereotipos sobre los cuales se edificaba la jerarquía. El término indio se utiliza como sinónimo de muchas cosas negativas. Tal vez por eso nuestra incapacidad como sociedad de identificar el racismo en sus más mínimas y cotidianas expresiones. A veces, ni siquiera nos damos cuenta. Eso es lo más grave.
Debemos aprender a situarnos, por encima de los propios prejuicios, de las propias miserias. Ojalá todo fuera como elegir cambiar el color del coche que vamos a comprar. Deconstruir nuestro propio discurso es más difícil.
@vasconceliana