Virginia, memoria y tiempo vivido. Autora: Pilar Torres Anguiano

“Hubo semanas que añadieron un siglo a su edad, otras no más de tres segundos. En suma, la tarea de estimar la longitud de la vida humana excede nuestra capacidad pues en cuanto decimos que dura siglos, nos recuerdan que dura menos que la caída del pétalo de una rosa al suelo”.
Virginia Woolf, Orlando.

Ochenta años pueden durar un suspiro, depende de la memoria.

Puedo sentir que pasó una eternidad en una junta de zoom aunque en el reloj solo hayan transcurrido 80 minutos; o bien, percibir como un suspiro los 80 capítulos que pasé viendo la serie que me tenía picada, hasta que Netflix me sorprende con un mensaje en la pantalla que dice “¿Sigues ahí?”.

Acostarse a dormir, apagar la luz y encender los recuerdos. Basta esto para darnos cuenta de que la memoria hace lo que se le viene en gana y cuando se le da la gana. Cosas que tardan tanto en llegar y, sin embargo, duran tan poco.

Memoria y tiempo son, no cabe duda, dos de las fuerzas que gobiernan nuestro confundido cerebro. Con estos temas juega Virginia Woolf, para quien la memoria mete y saca su aguja, de arriba abajo, de acá para allá. No hay explicación posible, la memoria es inexplicable.

Orlando, el protagonista de la novela del mismo nombre escrita por Virginia Woolf, nace hombre en 1588 y muere mujer en 1928, fecha que coincide con la publicación del libro. Orlando transcurrió casi 400 años pero solo cumplió 36: varias vidas, dos sexos, distintos géneros y una sola existencia. Con este planteamiento, la autora reflexiona sobre el tiempo, la memoria y la duración. La superación de los sexos y géneros, la identidad y el amor humano propiamente dicho.

Entre el tiempo, la duración y la memoria, a Orlando la vida le parecía prodigiosamente larga; y, sin embargo, pasaba como un rayo. Así mismo, como de rayo, la propia autora cuenta que escribió esta novela sin apenas detenerse.

Una hora, dice Virginia, una vez que se instala en el extraño dominio del alma humana, puede extenderse cincuenta o cien veces su duración en el tiempo. Una hora puede corresponder con precisión a un segundo en el reloj de la mente. Ese maravilloso desacuerdo del tiempo del reloj con el tiempo del alma no se conoce lo bastante y merece una profunda investigación.

Una de las influencias en la vasta cultura de la autora inglesa es la concepción filosófica de la memoria el tiempo de Henri Bergson.

Para el filósofo francés, nuestra forma habitual de concebir el tiempo como sucesión de instantes de igual duración, cuantificable en segundos-minutos-horas, es una operación del intelecto en su intento por abarcar aquello que le sobrepasa.

Esta noción del tiempo objetivo que miden los relojes contrasta un tiempo interior, continuo, indivisible e irrepetible, que es el de nuestra conciencia, en el que los diversos momentos vuelven a surgir sin interrupción. Por ello, como Orlando, bien puede haber personas que han vivido 400 años, pero solo han completado 36 vueltas al sol, o viceversa.

Bergson plantea que en nuestro interior existe la verdadera duración y que fuera de nosotros, sólo hay espacio. Esta intuición de la duración como tiempo interno es el soporte filosófico en las páginas de Virginia.

Nosotros los mortales, podremos no llegar a tanto; podremos no saber qué es el tiempo, pero intuimos que no se reduce a aquello que marca el reloj y nos hace correr por las mañanas… bien podemos percibir que las vacaciones o el viernes de quincena, han tardado 80 años en llegar.

Autores como Woolf o Bergson sabían que el tiempo de la conciencia es distinto, que no es cuestión de pasado y presente, sino de duración y memoria; que abrir las puertas de la memoria es como emprender un viaje al fondo de lo que somos.

Esto cobra especial significado en esta época, en la que el tiempo parece haberse suspendido en un eterno marzo que ya ha durado un año; y sin embargo, el ritmo interno de la memoria puede viajar a la velocidad de la luz.

Orlando, una obra con la que su autora buscaba revolucionar el concepto de biografía, es también una larga carta de amor de Woolf a su amante Vita Sackville-West que parece demostrarle que el tiempo está ahí para nosotros, si sabemos cómo aprehenderlo.

Para Woolf, leer y escribir es la manera de lograr esa intuición de eternidad y de ser feliz.

Cuando esto ya no fue posible por las voces que escuchaba en su cabeza que irrumpían el tiempo de la conciencia, alteraban la duración y le impedían hacer lo que más amaba en la vida Virginia decide poner fin a su vida como tiempo objetivo, dando paso a la eternidad de la conciencia y las memorias que sus letras propician en quienes la leen y se enamoran de ella.

Eso ocurrió un 28 de marzo de 1941, hace 80 años.

@vasconceliana

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