Si hay dilema, hay esperanza

María del Pilar Torres Anguiano

Magnas reuniones familiares. Ese pequeño infierno en el que uno convive con parientes lejanos cuyos nombres ni siquiera conoce. En una de esas reuniones, una señora presumía que su hija estaba casada con un funcionario público que la tiene viviendo como una reina, que sus nietos estudiaban en los mejores colegios de EU y que no habían podido llegar a la reunión porque estaban de viaje en el extranjero, como cada año en esta época. La misma persona también aseguraba que en México el que es pobre, “es pobre porque quiere”. Supongo que la señora estaría de acuerdo en que un político pobre es un pobre político, que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error o en alguna otra de esas frases tan tristemente célebres.

Los distintos problemas de este país, aunados a la falta de convicciones éticas hacen necesaria una revisión a fondo de la propia conciencia. En estos tiempos hay serias confrontaciones entre ética y eficacia, al grado de que se le consideran incompatibles, sobre todo porque la sociedad actual plantea al éxito como imperativo en la vida. Basta entrar un rato a cualquiera de las redes sociales para constatar el grado de internalización que el valor del éxito (aunque sea el éxito simulado) tiene en nosotros. Para ser exitosos debemos rodearnos de ciertos servicios y beneficios: tener más para ser más. El bien y lo bueno parecen depender de su utilidad.

La semana pasada reflexionábamos sobre cómo la ética y la moral han sido relegadas al ámbito estrictamente privado en tanto que estorban en esa carrera vertiginosa hacia el éxito. Es curioso que en vez de pensar qué hacer para que en la sociedad haya una repartición más justa de las oportunidades y los bienes, se piense en eliminar lo que da sentido a esas necesidades. Es como si un empresario, al no poder llegar a cubrir la demanda del mercado, decidiera eliminar a los clientes para cubrir su ineficiencia. Como si la SEP culpara de la baja calidad educativa a los maestros que ella misma formó en su propio sistema. O peor aún, culpar a las mujeres –y no al agresor– por ser acosadas sexualmente. Así de torcidas están las cosas cuando no hay ética. En cambio, si ocupara el lugar que le corresponde, aceptaríamos que el bien está por encima de la utilidad, y este hecho modificaría nuestros parámetros de decisión, convirtiéndose en el motor de los actos humanos.

La ética, como rama de la filosofía encargada del estudio de los actos humanos en vistas a su finalidad, objeto y circunstancias, es eminentemente una disciplina práctica. La ética socrática inicia con una introspección, bajo la lógica de que quien logra ser señor de sí mismo, no será esclavo de las pasiones. Aristóteles se refería a la ética como la teoría y el arte de ser feliz. Aquella que en su ejercicio potencializaba las capacidades humanas y sus facultades superiores: inteligencia y voluntad. La felicidad, o eudaimonía, es el fin de la vida, y no puede consistir más que en el ejercicio pleno de tales facultades. De ahí que la ética clásica sea principalmente una cuestión de virtudes. Pero la ética, en sí misma, no tiene sentido si no desemboca en la política. Y la política, no tiene sentido si no tiene su fundamento en la ética. Una implica a la otra.

Kant estructura su ética en torno al principio de actuar conforme al deber que la razón práctica se impone a sí misma mediante el imperativo categórico: procede de tal manera que el principio de tus acciones pueda considerarse una máxima universal. La ética kantiana es autónoma en tanto que no prescribe nada concreto, sólo impone un motivo formal a la voluntad, válido para cualquier ocasión. Aunque demasiado rigorista, el criterio ético kantiano es el fundamento de las llamadas éticas deontológicas, con base en las cuales se elaboran códigos de ética de las distintas profesiones y actividades. Sin embargo, más allá de la necesidad de objetividad y eficacia en normas de conducta, pienso que el centro del problema radica en la ruptura entre lo público y lo privado y pensar que esta diferenciación implica reducir la ética a pura normatividad. Al menos en los actos humanos, las leyes no lo resuelven todo. Es más bien un asunto de la libertad humana ejercida dentro de los límites propios de la legalidad.

El día de hoy es especialmente problemático afrontar problemas éticos en la esfera pública. Este fenómeno tiene varias causas. Han sido muchos los escándalos en el mundo político, y quizá nos hemos acostumbrado. Son tantos y tan complicados los problemas éticos que aparecen en los distintos campos de la actividad pública, que cada vez nos sorprenden menos. Hay una real dificultad para conceptualizar los problemas éticos. Si a ello se suma la pérdida de valores verdaderamente humanos y la carencia de ideales comunes, entenderemos por qué estamos como estamos. En vez de ocultarla, la ética debería estar en el centro de la sociedad. En cambio, el ocultamiento conduce a la discrecionalidad y a la ausencia de responsabilidad. En el caso de la función pública, el problema de fondo es la apropiación privada de los espacios públicos. Este es el principio de la corrupción. El uso de los recursos para obtener privilegios privados se traduce en un verdadero sistema de botín.

Si se promulgara un código de antivalores del servicio público, en su primer punto establecería a la lealtad personal como el valor de cambio más importante para obtener, permanecer y ascender en la carrera del servicio público. Seguramente, también hablaría del desplazamiento de los fines institucionales, hacia los fines de las personas que ocupan los cargos. Permitiría la doble lectura acerca de los propósitos del servicio público y promovería usar los medios disponibles para obtener más poder, aludiendo al cumplimiento de los propósitos formales de la institución. Por último, establecería el acceso a los puestos públicos en función de las credenciales políticas y no por criterios de idoneidad. Sin embargo, y aunque suene utópico, la falta de ética no es una cuestión partidista, si lo fuera, sería mucho más sencillo erradicarla. Es un problema complejo, multidimensional.

No todos los funcionarios son iguales, en honor a la verdad hay que decirlo. Conozco algunos que son grandes personas. En esas charlas informales también uno se encuentra con señoras orgullosas de que sus hijas y sus yernos son personas sencillas y honestas, aunque las colaterales de sus sueldos no les alcancen para ir a esquiar en nieve al extranjero dos veces al año. Es cierto que algunos ya ni conciencia tienen, pero otros aún no están perdidos. Nadie dijo que la ética fuera fácil. La buena noticia es que si al menos hay dilema antes de una de esas decisiones inmorales, aún hay esperanza.

@vasconceliana

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Un comentarios

  1. Mi pily. Como siempre muy acertado tu texto. Tú y yo ya hemos platicado ampliamente sobre el tema y nuestro sentir al respecto. Yo creo que la ética que, como asignatura se da en está época, no tiene nada que ver con la que se nos daba en nuestros tiempos y mucho menos la que imperaba en el ámbito familiar. Fíjate que lo que tu comentas acerca de que las personas creen que ser exitosas depende mucho de cuánto tienen, con quien te juntas, qué tantos estudios tienen y en que escuela los hicieron, y todo eso con la idea de poder moverse en “cierto” medio. Yo, como tú ya sabes, cada día tengo menos esperanza de que las cosas cambien en nuestro país, pero, aún la tengo y eso es lo que importa.
    Abrazos querida.

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