Saber elegir las batallas. Autora: Pilar Torres

Pirro, Rey de Epiro.

“Otra victoria como esta y estamos perdidos.”

Si nunca has corregido o mandado a alguien a leer y a estudiar, fracasaste como tuitero.  Pues ya me pasó y yo gané. Tenía la razón y lo demostré con argumentos contundentes, cifras, citas, ejemplos y hasta fotos de pantalla del whatsapp. Creo que hemos desarrollado una especie de síndrome de tener la razón. Nada como esa sensación tan adictiva, se siente uno muy bien.  Al menos, hasta que alguien que nos importa, se sienta aludido. Así me pasó.

Me canso ganso que yo era la que estaba bien, y por eso fui ganadora absoluta de la discusión. Pero creo que perdí más de lo que gané.  Así se debe haber sentido el Capitán Poe Dameron cuando, después de haber destruido los cañones de las naves de la First Order -logrando así abrir paso para que La Resistencia escapara cuando había sido descubierta su base secreta- decidió desobedecer a la Generala Organa, antes Princesa Leia, y destruir el Dreadnought, la nave enemiga más grande.  Lo consiguió, pero a costa de perder todos los bombarderos de La Resistencia y la mitad de sus naves X-Wing.  Tengo otro ejemplo, para los que no vieron “Los Últimos Jedi” y/opasan de Starwars.

Pirro, rey de Macedonia y Epiro en la Grecia antigua, es célebre por haber conseguido victorias célebres en las batallas de Heraclea y de Ásculo, utilizando contra los romanos un monstruoso ejército y 20 elefantes de guerra (algo ostentoso y nunca antes visto en aquel entonces). Pirro perdió seis años en esas empresas.

Desde entonces se les llama pírricas a las victorias logradas a un costo muy alto que, a la larga, no valieron la pena.  Plutarco escribió sobre Pirlo que: “Lo que adquiría con sus hazañas lo perdía por nuevas esperanzas, y no sabía salvar lo presente, pues codiciaba lo ausente y lo venidero”.

El Rey Pirro, disminuyendo dramáticamente su ejército, derrotó a los romanos en aquella batalla, pero tuvo que retirarse de Roma sin poder conquistarla. El entusiasmo inicial por un proyecto, antes de que comience, en ocasiones nos hace olvidar que -como dice Aristóteles- elegir un fin es también elegir los medios para conseguirlo. Debemos elegir bien nuestras batallas y no andar soltando tigres que no podremos controlar.

Así hay triunfos que, a la larga, equivalen a derrotas, que desgastan, que nos cuestan muy caros. Esto le puede pasar a todo el mundo, empezando por el Presidente de la República y sus Santas Lucías, sus Trenes Mayas y sus seguidores radicales y violentos, de los que debe deslindarse. Ya no es candidato y ahora gobierna para todos.  Para chairos y fifís, mirreyes y jodidos, o bien, para “Nosotros los Pobres” y “Ustedes los Ricos”, que es algo así como la versión mexicana de las novelas de Charles Dickens.

En algún lugar leí que las novelas de Dickens se escribían por entregas en el periódico, porque buena parte del público al que iban dirigidas no podían gastar en libros. Sus personajes eran idealizaciones y arquetipos con los que la gente fácilmente se sentiría identificada por las terribles verdades sociales que revelaban sus historias. Por ejemplo, el “Cuento de Navidad”, su novela más conocida y con cientos de adaptaciones y versiones distintas para al cine, el teatro y “La Rosa de Guadalupe.”

Todos conocemos al Sr. Scrooge, cuyo nombre se convirtió en sinónimo de avaricia, codicia, egoísmo y misantropía. Si mal no recuerdo, la historia no especifica cual es exactamente su profesión, aunque se asume que es banquero, prestamista, empresario o abogado. Pero, ahora que lo pienso, seguramente es Ministro de la Suprema Corte de Justicia.  

Los ministros -jueces y parte- eligieron mal la batalla de defender sus salarios de casi 600 mil pesos mensuales, pero eligieron peor hacerlo enarbolando la causa de los derechos humanos y la constitución, cuando esto -aunque técnicamente tengan la razón jurídica- solo evidencia su indolencia, sobre todo si exhiben su colección de autos de lujo y relojes Rolex (#lordministro).  Para el sentido común, la lucha no es en defensa de la separación de poderes, sino en favor de los insultantes privilegios que no están dispuestos a soltar.

También eligió mal su batalla la Dra. Dresser al recurrir a la falacia ad hominem contra su interlocutor, pero a cualquiera le pasa (me han contado). Basta con disculparse sinceramente y ya está. Pero hay que disculparse bien, sin convertirse en protagonista de su propio pretexto. No pasa nada si uno dice: perdón, no debí decir eso.  No eres menos inteligente, todo lo contrario. Hay cosas más importantes que creer tener siempre la razón.

@vasconceliana

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