El pasado 4 de marzo el Partido Revolucionario Institucional celebró en la marginalidad su noventa aniversario. Es necesario replantear y revisar la historia política del partido más longevo. Como es costumbre se realiza un análisis reduccionista colocándolo como el villano. A los priístas se les vincula directamente con los peores vicios de la cultura política. Es un hecho que las pésimas prácticas están presentes en la vida pública: la simulación democrática, verticalidad en las organizaciones políticas, centralidad del poder.
Exactamente, es necesaria una periodización del Revolucionario Institucional. El profesor Tzvi Medin en su libro El minimato presidencial: historia política del maximato (1928-1935), explica que la formación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) tenía el objetivo de neutralizar la intervención de los generales en las decisiones políticas. Para Calles, terminaba la época de caudillos e iniciaba la vida institucional.
Revisando la Historia mínima del PRI, escrita por Rogelio Hernández Rodríguez, profesor de El Colegio de México, encontramos que el PNR nació para controlar a los caciques y caudillos, un instrumento de control del jefe máximo. Con la llegada a la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940) cambió la relación del partido y el presidente de la república. Cárdenas exilió a Calles; logró el apoyo de los sindicatos, campesinos y obreros. El presidente se convirtió en el líder del partido, que adoptó una tendencia a la izquierda declarándose socialista. Se incorporaron los sectores (campesino, obrero y militar).
En la III Asamblea Nacional Ordinaria, celebrada en abril de 1938, emergió formalmente el Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Para Hernández Rodríguez, un partido corporativista y de Estado, que se constituyó en partido de masas, quienes habían desplazado a los caudillos. Ideológicamente, el PMR reconocía la lucha de clases y el derecho de los trabajadores a buscar el poder, en su declaración de principios indicaba que buscaría establecer un régimen socialista. Siendo mancuerna del gobierno cardenista impulsaba políticas de beneficio social.
Formalmente, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) nació el 18 de enero 1946 como un nuevo organismo. Abandonando los principios socialistas, haciendo a un lado a los militares y al servicio de los proyectos del ejecutivo en turno. El PRI sustituyó sus documentos básicos eliminando cualquier posición radical. Según Rogelio Hernández, el PRI entraña una contradicción conceptual: “una revolución supuestamente vigente en cuanto propósitos e ideales pero que se desarrolla mediante instituciones, en particular, el gobierno federal”.
Se renunció a los principios cardenistas de buscar un gobierno socialista de trabajadores. El PRI comenzó a poner énfasis en el desarrollo económico. Discursivamente aquí ubicamos el nacionalismo-revolucionario, que terminó en 1983 con el giro neoliberal. Hasta el año 2000 el PRI fue una máquina electoral, con fraudes incluidos y diversas prácticas ilícitas en tiempos electorales. Perdió la presidencia, pero mantuvo un gran control en las gubernaturas y cámaras, se alimentaba del recurso público para operar en los diversos procesos electorales.
En 2012 retornaron a Los Pinos, Enrique Peña Nieto asumió la presidencia acompañado de la nueva generación priísta (Javier Duarte de Ochoa, César Duarte, Roberto Borge Angulo, por mencionar alguno gobernantes impresentables). En los hechos Peña Nieto era jefe del partido, se lo entregó al grupo de tecnócratas (Nuño, Ochoa, Videgaray, etcétera) distanciándose de las bases. En 2018 sufrieron su peor derrota electoral, reducidos a una disminuida fuerza en las cámaras y desprestigiados por los actos de corrupción de algunos de sus representantes. Leopoldo Gómez en su columna Tercer Grado, publicada en Milenio, plantea que el PRI se encuentra en una encrucijada: retomar sus principios del nacionalismo-revolucionario u ocupar el espacio de la derecha; ser un partido satélite del nuevo gobierno o ser oposición.
Podríamos establecer la tesis de que la historia del PRI comenzó en 1946, diferenciándolo del PNR y PMR. Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán Valdés rompieron con el radicalismo de Cárdenas; Miguel de la Madrid Hurtado y Carlos Salinas de Gortari impusieron los principios neoliberales y Enrique Peña Nieto giró aún más a la derecha con su grupo de tecnócratas. Necesariamente, necesitan preguntarle a las bases qué quieren. Desde hace tiempo demandan democracia interna. Incluso, deberían replantearse sus documentos básicos que son muy contradictorios. Desde la historiografía es urgente una revisión de estos noventa años.
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