“Bienvenidos a tiempos interesantes”, reza el proverbio japonés para decirle a alguien que justo está en una crisis. Bien, atravesamos tiempos en suma interesantes y tal parece que nos han querido recordar que seguimos bajo el yugo del Premio Nobel Milton Freedman y su estrategia de shock económico.
No sé por qué los acontecimientos actuales me recuerdan un poco a lo que le hicieron a Salvador Allende; aunque sí hay un océano de diferencia entre Maduro y Allende. Sin embargo, la estrategia es igual que la de Chile en ese entonces y la de Irak y la de tantos países que Estados Unidos ha tenido a bien “ayudar”.
Tan sólo para recordar un poquito, no olvidemos que el presidente Nixon fue quien dio la orden de hacer gritar a la economía chilena en los años 50 y 60. Estados Unidos puso de su dinero para desestabilizarla y de este modo promover un golpe de Estado, el cual fue fallido. Así entonces, fue como se formó el grupo de los “Chicago boys”, jóvenes chilenos que se fueron a la Universidad de Chicago a ser alumnos de Freedman y de este modo adoctrinados con sus ideas económicas, escribieron lo que se conocía como “El Ladrillo”, un texto de unas 500 páginas entregado a Pinochet tras la muerte de Salvador Allende. Y así fue como también comenzó la doctrina del shock del miedo, la cual ha sido ya muy vista en otros “derrocamientos”.
Está claro que introducir la movilización y la pasión en la gente de modo activo es a través del miedo. La biopolítica es una política del miedo que se centra en defenderse del acoso o de la victimización potenciales.
¿En verdad hay quién aún crea en las buenas intenciones de Estados Unidos y esos otros países que se jactan de liberar sociedades de sus infernales tiranos? En este caso, no hay nada más riesgoso que perder las fronteras y mucho ha sido criticado nuestro presidente por no pronunciarse en contra del diablo, pero es tan absurdo juzgarlo, cuando su postura ha sido de respetar la soberanía y apoya la vía pacífica. Y es justo así como nosotros debemos hacer respetar nuestra soberanía, ya que otros han vendido nuestra nación y, sin darnos cuenta, tenemos a otros países entre las sábanas. Acaso no se dan cuenta que realmente somos las marionetas de un submundo de élite, conformado por seres quienes buscan que su vida tenga un sentido y que para ellos sólo hay problemas concretos, no una clase trabajadora explotada, seres que aman las crisis humanitarias pues sacan lo mejor de “sí mismos”.
Vean tan sólo lo humanitarios que han sido en Irak, no se dan cuenta de que la clave de su éxito radica en sentir que ayudan a la “pobre gente”, esta clase de humanos son seres de doble dimensión, por un lado son hombres crueles de negocios y por el otro, filántropos. Y su obra de caridad no es sólo una idiosincrasia personal sincera o hipócrita, es justo el punto de conclusión lógica de la circulación capitalista necesaria desde el punto de vista económico, pues esto permite al sistema posponer una crisis en donde tienen sus intereses.
El capitalismo es el primer orden socioeconómico que destotaliza el sentido, su dimensión global sólo puede ser expresada en el ámbito de la verdad sin sentido, como lo real del mecanismo del mercado global. Venezuela no es más que la ambición del momento y no sólo por la deuda que tiene con Rusia y China sino por el descubrimiento de Thorium, 90% más potente que el uranio para una explosión nuclear y, aún así ¿habrá quién crea que es puritito humanismo el que mueve los hilos?
Vivimos tiempos interesantes y muy violentos, vivimos el horror sobrecogedor de los actos violentos y la empatía con las víctimas funciona como un señuelo que nos impide pensar. Por eso, como masa nos atragantamos la historia que nos cuentan porque afortunadamente somos más los buenos y nos dolemos ante la tragedia de los desposeídos de todo, pero la pasión que nos genera, nos ensordece y nos ciega. De tal modo que tan sólo hay cabida para el odio y el rechazo infundado y como ganado, diría Nietzsche, comenzamos a andar por las vías del tejido social que nos han construido con base en la mentira, manipulación y, sobre todo, el horror, pues nos causa terror vernos en ese sitio.
Quizá ante todo esto sólo nos queda lo que Martin Amis decía: “El amor es un nombre abstracto, algo nebuloso. Y aún así el amor vuelve a ser la única parte de nosotros que es sólida, tanto si el mundo se desmorona como si la pantalla se vuelve negra”.
@hadacosquillas