Mirada desencantada | ¿Es AMLO como Felipe Calderón? Autora: Ivonne Acuña Murillo

Fotos: Gobierno de México/Cuartoscuro.

Por: Ivonne Acuña Murillo

En gira por Sinaloa y a pregunta de reportero sobre si los grupos delincuenciales tienen control del territorio del país, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), respondió: “Yo no soy, yo no soy Felipe Calderón”. Es fácil decirlo pero parece oportuno preguntarse: ¿es AMLO como Felipe Calderón? A primera vista la respuesta podría ser obvia; sin embargo, una declaración, por sentida que sea, no puede ser el único parámetro para aceptar que efectivamente López Obrador no es como Calderón.

Por principio, la primera diferencia que se encuentra entre un presidente y otro es la forma en que cada uno arribó a la silla presidencial. En entrevista con Denise Maerker, unos días antes de la elección del 2 de julio de 2006, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa afirmó que ganaría “haiga sido como haiga sido”, en referencia a lo dicho contra él por los diversos actores enfrentados en la contienda electoral, los candidatos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), por sus propuestas, por el riesgo de votar por el candidato del PRD, entiéndase AMLO, y en contra de la corrupción del PRI, porque sus adversarios fueron muy malos, porque le habían ayudado, “porque llovió en junio” o “por miedo” como insistió la periodista.

Al final, una vez concluidos los comicios y hasta el día de hoy, esta frase se convirtió en la aceptación tácita de un fraude electoral. Las evidencias fueron muchas: que el día de la elección nunca se estabilizaran las curvas de votación de López Obrador, Calderón Hinojosa y Roberto Madrazo Pintado, este último incluso reconoció el jueves 4 de octubre de 2018, en entrevista radiofónica con el periodista Emmanuel Sibilla que, en sus actas, el entonces candidato del PRD y entonces presidente electo, López Obrador, se encontraba arriba en los resultados y no Felipe Calderón; un PREP mal diseñado y con inconsistencias “en favor de un candidato”, de acuerdo con información proporcionada por el doctor Francisco Portillo del Instituto de Matemáticas de la UNAM; la existencia de 60 mil casillas donde no coincidían el número de votos con el de boletas, siendo que en cada una se registraron 100 votos más para Calderón; la existencia de 600 mil boletas más para senadores que para presidente; que no se contabilizaran 900 mil votos, la tercera parte provenientes de casillas especiales y en otros casos, como en Tabasco, de actas no reportadas al PREP; una probable alteración en el manejo del PREP a favor de Calderón, a decir del investigador Bolívar Huerta, también de la UNAM; el que desaparecieran del padrón un número significativo de registros de personas de la tercera edad, principalmente en la Ciudad de México, bastión del obradorismo; y la instrucción dada por el IFE para que no se abriera un número significativo de paquetes electorales.

De esta manera, Calderón llegó a la presidencia apenas con una diferencia de 0.58% sobre López Obrador, quien de acuerdo con los números del IFE se quedó con el 35.31% de los votos, mientras que el primero supuestamente obtuvo el 35.89%.

En 2018, pese a todo lo hecho por el PRI, el Partido Acción Nacional (PAN), las élites políticas y económicas, los empresarios, intelectuales y expertos aliados, etc., AMLO ganó la presidencia con una diferencia absoluta e innegable sobre sus adversarios con 30 millones 113 mil 483 votos (53.1936%), contra los 12 millones 610 mil 120 votos (22.2750%) del segundo lugar representado por Ricardo Anaya Cortés y los 9 millones 289 mil 853 votos (16.4099%) del tercero, José Antonio Mead Kuribreña. Diferencia tan contundente impidió que las prácticas utilizadas con Calderón permitieran el triunfo de alguien diferente a aquel a quien la ciudadanía había elegido. No quedó duda alguna: López Obrador, a diferencia de Calderón, llegó a la presidencia gracias a la voluntad y decisión de las personas votantes.

Pero, la forma en que Calderón llegó a la silla presidencial tuvo y sigue teniendo un altísimo costo para el país. El hecho de que en 2006 una tercera parte de quienes votaron estuviera convencida de que se había cometido un fraude, supuso para Calderón un déficit en su legitimidad de origen, idea que se vio fortalecida por la acción simbólica que emprendió el propio López Obrador al declararse “presidente legítimo de México”. No faltó ocasión en que Calderón se viera increpado por la ciudadanía. No estuvo seguro ni siquiera en Palacio Nacional, como quedó registrado para la historia cuando en octubre de 2008 un estudiante, Andrés Leonardo Gómez, galardonado con el Premio Nacional de la Juventud, le gritara “espurio” mientras pronunciaba el discurso relativo al evento de premiación.

Este déficit de “legitimidad de origen” llevó a Calderón a buscar la “legitimidad de desempeño” inventándose una estrategia que le permitiera, primero, sentirse seguro de no sufrir un intento por arrebatarle el poder obtenido “haiga sido como haiga sido; y segundo, mostrarle a la población cuánto le era necesario. Esta estrategia colocó en el centro a las fuerzas armadas, su mejor aliado, y al enemigo a vencer, las bandas del narco y la delincuencia organizada. Se podría afirmar, que la falsa guerra en contra de estos actores no fue debidamente planificada ni tenía como objetivo último el proclamado, sino que fue la “mejor” salida que un presidente ilegítimo encontró para satisfacer sus ambiciones de poder. El resultado salta a la vista: Entre 2007 y 2018 se abrieron 229,884 carpetas de investigación por homicidio doloso. A estos se agregan, al menos, 105,804 durante el sexenio de López Obrador, desde diciembre de 2018 hasta diciembre de 2021. Una simple suma nos dice que, de 2007 a 2021, 335 mil 688 personas han sido asesinadas. A esto se agregan más de 100 mil personas desaparecidas y el conteo, en ambos casos, continua.

No hay manera de negar el sangriento y doloroso legado dejado por Felipe Calderón, como tampoco puede ignorarse que, hasta ahora, la estrategia de seguridad seguida por López Obrador no ha dado los resultados esperados. Sin embargo, pese a que la tendencia de violencia e inseguridad en el país continua las diferencias entre ambos presidentes son marcadas.

Felipe Calderón utilizó a las Fuerzas Armadas como un agente letal. Las sacó a las calles para que “libraran” a la población de la amenaza que significaban las bandas del narco y la delincuencia organizada, sin importar que en el camino de esta guerra se llevaran por delante a decenas de miles de personas quienes terminaron convirtiéndose en los “efectos colaterales” de los encuentros violentos entre los carteles, el Ejército y la Marina o entre las mismas bandas en su encarnizada lucha por el control de las plazas y las rutas de uno de los negocios más redituables del mundo.

López Obrador, por su parte, ha tenido también en las Fuerzas Armadas a su mejor aliado, consciente de que sin su apoyo ningún presidente podría gobernar. Pero, a diferencia de Calderón, les asignó funciones que les alejaron de la misión mortal que les había sido asignada, aunque también de aquello que de acuerdo con la ley debería ser su función principal: mantener la supervivencia y soberanía del Estado, la defensa, seguridad y protección del Gobierno, la población y el territorio nacional y no la construcción de aeropuertos, trenes, la administración de aduanas y más.

En este caso, ambos presidentes excedieron las funciones que por ley corresponden a las Fuerzas Armadas aunque, cabe decir, con resultados muy diversos: unos encaminados a la guerra, y otros a la construcción de la paz.

Es en este punto que aparece una diferencia sustantiva entre López Obrador y Calderón Hinojosa. El segundo sumió al Estado en una guerra sin cuartel y sin parangón en la que la población indefensa es la principal víctima; y el primero busca restituir a la Nación la paz perdida negándose a utilizar la fuerza letal como estrategia principal. Para López Obrador, la solución pasa por la restitución del tejido social y por apartar de las garras de las adicciones, la violencia, el narco y la delincuencia a los jóvenes, a través de su inclusión en programas sociales como “Jóvenes construyendo el futuro”.

En esta línea, desde la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC) en conjunción con la Secretaría de Educación se está capacitando a profesores, madres y padres de familia de jóvenes de secundaria para evitar que se entreguen al consumo de drogas dañando su salud, a su familia y su comunidad. En palabras de Rosa Icela Rodríguez, titular de la SSPC, se trata de “un tema que les ocurre a los jóvenes donde no tienen futuro”. (Entrevista realizada por los periodistas Álvaro Delgado y Alejandro Páez Varela en el programa “Los periodistas”, en Sin embargo al Aire, el 25 de mayo de 2022).

Siguiendo con la idea de la paz, nace dentro del mismo programa de “Jóvenes construyendo el futuro, la iniciativa “Constructores de paz”, que a decir de Rodríguez les permite llegar “a las colonias más complicadas de aquellos municipios más violentos del país […] tocar la puerta y decirle al papa, a la mamá de esa familia que tenemos una oferta para que su hijo pueda trabajar […] Pues mira a veces están formados en la fila y en una de esas tenemos una foto donde están caminando hacia el módulo de la Secretaría del Trabajo y la señorita, la jovencita tiene aquí (señalando el hombro) una ametralladora y está formada en la fila para solicitar inscribirse en un estado […] Entonces estamos buscando por todos lados precisamente la atención de los jóvenes […] y estamos abocados a hacer un trabajo que permee las comunidades, que no se quede por encima”.

Un ejemplo más de esta intención pacifista se encuentra en la página oficial de dicha Secretaría. Se trata de una convocatoria del 2022 denominada “Juventudes X la Pacificación”, cuyo objetivo es seleccionar a 100 personas jóvenes pertenecientes a organizaciones y colectivos de la sociedad civil, para facilitar la vinculación de aquellas organizaciones que realizan labores en territorio con la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, “para la articulación de acciones que promuevan la prevención de la violencia y el delito, la construcción de paz y el desarrollo de estrategias y políticas públicas para la atención de las necesidades de las comunidades en este ámbito.” (https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/716591/Convocatoria_Extendida_2.0.pdf).

Baste con estos pocos ejemplos para afirmar que, efectivamente, AMLO no es como Felipe Calderón.

Mirada desencantada

Sirva este espacio para sostener que, aunque la idea lopezobradorista de reconstitución del tejido social mediante programas sociales es acertada, así como loable su convicción pacifista, los resultados no han sido los deseables. Sigue la tendencia irrefrenable de la violencia en contra de la población civil, los asesinatos, las desapariciones, los feminicidios, los delitos de alto y bajo impacto.

A lo anterior se suma, la percepción negativa construida vía hechos: el “culiacanazo” en que se atrapó y luego liberó al hijo de “El Chapo”, Ovidio Guzmán, en octubre de 2019; la persecución que bandas del narco y la delincuencia organizada llevaron a cabo en contra de miembros del Ejército mexicano el 11 de mayo en Nueva Italia, Michoacán; el retén montado por civiles armados por el que pasaron las y los periodistas que cubren la fuente presidencial el viernes 27 de mayo en la visita del primer mandatario a Sinaloa, por mencionar solo algunos; y vía dichos, como aquello de “cuidar también a los delincuentes porque son humanos” en referencia a la persecución citada, y la respuesta presidencial en torno al retén mencionado que él mismo minimizó diciendo: “No pasa nada, no pasó nada afortunadamente”.

Se entiende perfectamente que el presidente de la República no quiera provocar baños de sangre como lo hiciera, sin consideración y remordimiento alguno Felipe Calderón. Se comprende, igualmente, que el presidente no reconozca en público la gravedad del asunto tratando de crear una percepción positiva en torno al avance de su gobierno en esta materia. Sin embargo, estos hechos y estos dichos, unidos a una insuficiente comunicación de lo que se está haciendo y fue parcialmente expresado por la secretaria de SSPC para conseguir la restitución del tejido social y la paz van, poco a poco, minando la imagen del gobierno y las Fuerzas Armadas y su credibilidad en relación con su capacidad para cuidar y defender a la población. Se está creando la percepción de que no hay poder estatal que meta en cintura a los carteles del narco ni a las bandas de la delincuencia organizada y si ellos no pueden ¿quién entonces?

No puede terminar esta colaboración sin enviar una felicitación a Julio Hernández López, Julio Astillero, por sus 50 años como periodista y sus 25 como columnista de La Jornada.

<em>Ivonne Acuña Murillo.</em><br>
Ivonne Acuña Murillo.

Socióloga feminista, académica de la Universidad Iberoamericana. Analista política experta en sistema político mexicano y género. Autora de más de 250 artículos periodísticos y 25 académicos publicados en periódicos y revistas de circulación nacional. Ha contribuido al análisis del presente y el futuro de un país que se desgarra en múltiples medios escritos, radiofónicos y televisivos, tanto nacionales como internacionales.

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