Incluso me vi benigna con el título, la realidad es que en este momento no contamos con oposición. Los partidos políticos están tratando de reconstruirse después de su desastre electoral, ya sea peleando los liderazgos o tratando de definir sus líneas de trabajo frente a un gobierno que actúa más allá de las definiciones de izquierda o derecha.
Las mayorías en los congresos no significan, de manera necesaria, el triunfo de todas las iniciativas del partido en el poder. Entre más rápido lo entiendan los otros partidos, mejor calidad de gobierno y legislaciones tendremos.
Ser oposición no puede significar sólo tuits críticos, intervenciones en el pleno cuestionando la iniciativa por aprobarse o conferencias de prensa mostrando inconformidad. Ser oposición debe significar una real intervención en el rumbo que toma un país y para ello se requiere entender la realidad con matices y lograr la construcción de acuerdos.
Los tuits indignados de diputados o militantes de partidos sirven de muy poco, generan mayor polarización y sólo son muestra de la incapacidad con la que la oposición está intentando verdaderamente serlo. Que se metan a las discusiones de la cartilla moral de Reyes con la misma virulencia con la que discuten sobre la Guardia Nacional o el robo a combustibles es reflejo del desorden de ideas y prioridades de los partidos políticos. No se es oposición a base de tuitazos.
Ya sea con silencio, colusión o críticas desarticuladas, vemos a los partidos políticos no lograr hacer lo más sencillo en política: ser oposición.
Hoy generamos críticas sobre las acciones del gobierno federal, en ocasiones positivas y otras tantas negativas, pero estamos perdiendo de foco un elemento muy importante en cualquier democracia: la oposición política-partidista. Mientras no logren acomodar su desgarriate, los partidos políticos continuarán ejerciendo un rol de contrapeso incipiente, sumiso, confuso.
Me parece que, si bien en varias cosas podemos no estar de acuerdo –como en mi caso, con la creación de la Guardia Nacional–, el gobierno está haciendo su chamba y quienes están fallando son aquellos partidos que tienen como encomienda representar las ideas y compromisos de sus campañas.
Una propuesta, para partidos como Acción Nacional, es gobernar en sus estados con el ejemplo. Sin embargo, han preferido hacer exactamente lo que critican, como en el caso de la designación del Fiscal General en Guanajuato que pinta que será a modo del gobernador. Con estas acciones pierden la poca legitimidad que les queda después de la carnicería que protagonizaron para pelear por la dirección de ese partido. Habría que decirle a Jorge Triana o Marko Cortés que su virulencia en redes sirve de muy poco cuando su partido avala estos francos ataques a las instituciones.
Y en lo que la oposición entiende qué es lo que le toca, a nosotros y nosotras nos queda de tarea revitalizar el corazón de una democracia: el debate público. Más allá de las redes sociales, las cuales replican defectos propios de masas poco educadas en la política y lo público pero que conservan también una semilla democratizadora al hacer accesible el debate entre un grupo amplio de personas, carecemos de un sano debate que ponga sobre la mesa las decisiones de nuestros gobernantes y representantes.
Las discusiones se van caracterizando por partir de una postura que no logra conciliarse con otras; ya sea que se trate de quienes defienden las acciones del actual gobierno o quienes las critican, no se deja espacio para un sano debate que encuentre puntos intermedios.
No terminamos de entender que antes que militantes, partidarios, ideólogos o críticos, somos ciudadanos y tenemos un rol preponderante en el rumbo de este país.