La costumbre de depredar no tiene límite. Autor: Ignacio Betancourt

NAIM Texcoco

Escribió Octavio Paz (1914-1989) en ¿Águila o sol? (1950): “Mataron a mis hermanos, a mis hijos, a mis tíos. A la orilla del lago de Texcoco me eché a llorar. Del peñón subían remolinos de salitre. Me cogieron suavemente y me depositaron en el atrio de la catedral.” Octavio Paz (quien no se distinguió por ser un abierto opositor de los gobiernos en turno) tuvo intuiciones geniales. Lo escrito hace sesenta y ocho años lo podríamos decir ahora en 2021 ante las canalladas que los gobiernos priistas (y panistas) intentan realizar.

Los que hoy se despiden aún tratan de heredar las peores circunstancias para la mayoría de los mexicanos de la actualidad, la costumbre de depredar no tiene límite. Priistas y panistas se aferran e intentan que sus decisiones sobre los mexicanos les permitan seguir depredando de mil maneras (justificados en leyes que ellos mismos construyeron para su propia impunidad). Por otro lado, el ataque explícito de la mayoría de los medios de comunicación masiva al servicio de quienes se quedan con el dinero del trabajo de la población evidentemente será intenso en contra del nuevo gobierno. La pérdida del “hueso” es algo muy doloroso de aceptar, las agresiones serán explícitas, los ciudadanos tendrán que manifestarse o sufrir las consecuencias.

Basta echar una mirada a lo que intentaba hacer el gobierno federal y sus cómplices en el mítico lago de Texcoco. Graves administradores en complicidad con los ladrones del dinero nacional, quienes con todo descaro se asumen como propietarios de un país que ha pasado por una guerra de Independencia y una Revolución en la que un millón de paisanos murieron intentando un México distinto (aunque finalmente poco haya cambiado).

El cínico empeño en construir un aeropuerto donde sólo se beneficia a los negocios de los más grandes depredadores del país, es la herencia nefasta con la que tocará lidiar al nuevo gobierno federal (la complicidad internacional es significativa). Tratan de perjudicar aunque ya no tengan la sartén por el mango, pues la consigna de quienes se van pero se resisten a dejar de realizar los más desvergonzados negocios en contra de la naturaleza y sus pobladores no sólo es una tradición, se ha convertido en una forma de vida. Depredar no simplemente es una vocación, es un muy buen negocio y además un supuesto destino (que pretenden eterno). La destrucción ecológica y humana que denodadamente intentan realizar en la mítica zona donde animales y seres humanos han habitado desde hace milenios, recurso acuífero que puede afectar a la ciudad de México (y al país) si no se impide el desaguisado. No debe olvidarse nunca.

Impedir la construcción de un nuevo aeropuerto cuyo sustento es la irracionalidad y la repartición de ganancias millonarias, es una obligación moral de la ciudadanía en todos los rincones del país (agredidos o no directamente). El atentado nos habrá de afectar a todos, en lo inmediato o en lo porvenir. La permisividad o la indiferencia ante tamaña agresión nos vuelve cómplices a todos, aunque sólo sea una minoría la que habrá de enriquecerse,

Las mayorías habrán de ser inevitablemente opositoras de ese postrer gran negocio del actual gobierno y sus aliados, quienes hoy terminan su administración en medio del más espectacular rechazo. Concluye Octavio Paz su texto Mirada de obsidiana en ¿Águila o sol?: “Allí abrirás mi cuerpo en dos, para leer las letras de tu destino.”

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