El 18 de septiembre de 2019 desapareció este padre de un pequeño, aspirante a viajero y motociclista, psicólogo y comerciante, mas la esperanza no abdica en los ojos y las palabras de Silvia y Armando, esperando que su hijo vuelva a casa.
A las personas que tienen un desaparecido
les digo que no están solas,
que no dejen de buscarlos,
que no pierdan la esperanza.
Armando, papá de Armando Isaac Rodríguez García
Es buscarlo hasta encontrarlo,
es muy desesperante no saber nada,
pero vamos a seguir buscándolo,
estamos en eso y no nos vamos a cansar.
Silvia, mamá de Armando Isaac
El 18 de septiembre de 2019, como todos los días, me lanzo a trabajar a la universidad. León despierta primero, el resto de Guanajuato le sigue al ritmo de la provincia. Como siempre, prendo mi moto, rodeo el Nou Camp, tomo el bulevar López Mateos y doy la vuelta a la izquierda en Francisco Villa, rumbo al norte. La mirada cae sobre las portadas de periódicos violentos, testigos de papel de esta época guanajuatense desbordada.
La zona se considera céntrica. Pareciera razonablemente segura, con sus banquetas arregladas, la luminaria eficaz y los negocios que abren uno tras otro, en serie, de ambos lados de la avenida y sin discontinuidad. La lluvia nocturna de fin de temporada deja espacio al sol septembrino mientras mi moto rebasa semáforos verdes y rojos. No me doy cuenta de nada.
Armando Isaac llega al trabajo en su motoneta, parecida a la mía. Como todos los días, va abriendo la compuerta de su local, su especialidad son las mascotas, sus accesorios, alimentos y bienestar. Las llaves todavía las tiene metidas en la chapa del vehículo. De los negocios vecinos se asoman: “Buenos días, ¿cómo estás?”. Pasan unos segundos y la calle se inunda de ruido, corre la oruga impaciente, chillan los cláxones, y bajan infames sujetos de una camioneta.
La tienda queda cerrada, desde entonces. Armando Isaac fue desaparecido ese día, mientras yo llegaba a la Ibero y saludaba a los guardias. Ya nadie conoce su paradero, aunque hubo testimonios de cuando se lo llevaron y finalmente el vehículo de los perpetradores fue hallado, demasiado tiempo después.
“Él cumple un año”. “Mi hija tiene tres años y medio”. “¿Su marido? Ya van a ser dos meses”. Así, como un doloroso aniversario, una suerte de cumpleaños al revés, muchas familias de las y los desaparecidos hacen memoria, a partir del quiebre del tiempo, desde que se impone una ausencia forzada dentro de sus vidas. ¿Qué hace la desaparición?
Van contando los días, los meses y los años desde el momento en que ya no supieron nada de él o de ella. Desde allí la vida toma otro curso, la cronología empieza desde cero, de nuevo, como si se hubiera abierto una línea temporal paralela marcada por el dolor, la incredulidad, la búsqueda y la esperanza del encuentro. Se habla del tiempo suspendido, y lo mismo se dice del duelo, pues no se puede cerrar hasta encontrarles. Dos mil cuatrocientos treinta y cinco. Son nuestros desaparecidos de Guanajuato. Más de setenta y cinco mil en todo México.
Quienes creen estar en otro mundo, en donde la desaparición no ocurre, no se ve o no les puede afectar porque – dicen – “es algo que pasa a quienes andan en malos pasos”, no lo pueden ni quieren entender ese dolor. Tampoco lo entendemos, o no del todo, quienes no somos víctimas, aunque ejerzamos la empatía y percibamos el sufrimiento. Acercarse es difícil pero necesario, porque las desapariciones son de todos y todas, desgarran a la sociedad entera, sin excepciones. A la pandemia de esta violencia no se escapa con milagros, ni mirando para el otro lado, agachando la cabeza, o repitiendo frases convenientes y creyendo que sólo les pasa a otros. ¿Qué hacer?
Conocí a Armando Isaac un par de semanas después de su desaparición, ya era octubre. En una feria de artesanías nos vimos la primera vez a través de las palabras susurradas de su tía, amiga quien trabajó un tiempo conmigo. Ya no estás, pero sí estás. La memoria vence la ausencia, y allí fue cuando platicamos sobre el inminente nacimiento de un colectivo en Irapuato. Cada vez más gente sentía el mismo dolor y quería hacer algo: unirse, compartirlo, transformarlo, no dejarle ganar el partido así no más.
El papá y la mamá de Armando Isaac, Armando Rodríguez y Silvia García, fueron el 8 de noviembre a la primera reunión de ese colectivo y a las siguientes, cuando era posible. Mientras tanto, no dejaron de buscar, investigar, presionar a los que deberían hacerlo, juntar evidencias, testimonios, recorrer oficinas y calles, encontrar a ministerios públicos, así como a otras familias en la misma situación. Hermanas del dolor, se dicen. Y no han dejado, junto con esta comunidad y con quienes se le han acercado para prestar apoyo, de participar en lo que hoy es el movimiento de familiares de personas desaparecidas en Guanajuato.
Con reuniones y pancartas, entrevistas y marchas, árboles de esperanza, diálogos y valor, han logrado, todos y todas juntas, que el drama social de la desaparición, causado por la violencia estructural, institucional, criminal, económica y simbólica que azota el estado y el país, fuera visibilizado y reconocido por las autoridades que lo negaban y criminalizaban a las víctimas.
Algo, todavía poco quizás, va cambiando. Y ojalá sea para bien. Aun así, reinan todavía la impunidad, los retrasos institucionales, la administración del dolor de las víctimas por parte de las autoridades.
La esperanza no abdica en los ojos y las palabras de Silvia y Armando, esperando que Armando Isaac vuelva a su casa. Este amigo tan especial que no he podido tener. El hijo y padre, aspirante a viajero y motociclista, el psicólogo y comerciante del que me han hablado mucho, y que espero conocer en persona lo más pronto posible.
Porque cuando se lo llevaron, nos quitaron a todos y todas un pedazo de vida y de futuro. El futuro son los niños y las niñas que buscarán y encontrarán a sus papás, mamás, hermanos y hermanas. Son quienes podrán cambiar la memoria de esta noche terrible en que coincidimos a partir de un futuro posible más pacífico. Por ahora, tenemos el deber de no seguir heredándoles este presente.