Estado y liberalismo

Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano
Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano en 1910. Anselmo Figueroa, Práxedis G. Guerrero, Ricardo Flores Magón, Enrique Flores Magón y Librado Rivera

Federico Anaya-Gallardo

Visto qué tipo de liberal es Andrés Manuel, hagámonos cargo de la cuestión del Estado. En su respuesta a Krauze, Sader correctamente señaló que las Izquierdas en Latinoamérica han concebido al Estado como un instrumento para asegurar la independencia nacional contra el imperialismo (Juárez contra el Francés) y como un escudo que protege a los oprimidos de las oligarquías que les explotan (los tuxtepecos contra Lerdo, los zapatistas contra los catrines). La conexión del liberalismo popular con las Izquierdas internacionales se corrobora en la confluencia de los magonistas (originalmente liberales juaristas) con las corrientes anarquistas de los Estados Unidos de América. (En esto sigo a Claudio Lomnitz, El regreso del camarada Ricardo Flores Magón, Era: 2016.)

Aunque los líderes del Partido Liberal Mexicano (PLM) radicaron en EUA desde 1906, el magonismo siguió en contacto con sus bases obreras y campesinas en muchas regiones de México. Pedro Salmerón ha señalado que aunque es difícil documentarlo (la represión porfirista fue feroz y los liberales magonistas en México prudentes) muchos de los cuadros populares que se lanzaron a organizar a sus comunidades luego del 20 de noviembre de 1910 habrían sido suscriptores o lectores más o menos constantes de Regeneración. (La División del Norte, Planeta: 2006.) Por ejemplo, muchos de quienes se levantaron en armas al llamado de los magonistas en Acayucan, Veracruz, en 1906, siguieron peleando en su región hasta que su lucha se conectó con el levantamiento maderista. ¿Qué liberalismo defendían esos cuadros cercanos a la base social del PLM?

Una pista. Hace unas semanas, el compañero orador José Luis Zúñiga, en una tertulia organizada en la ciudad de México en honor de la maestra Alicia Pérez Salazar viuda de Muñoz Cota, nos compartió los recibos de suscripción a Regeneración que el abuelo de su mujer –Andrés Avelino Sánchez Cervantes (1880-1969), de Melchor Ocampo, Estado de México– había preservado; y nos refería que Avelino nunca había formalizado religiosamente su unión con su mujer, porque el amor no necesita permisos ni de la religión ni del Estado. Aquí tenemos un liberalismo que, al fragor de las varias revoluciones mexicanas, generó, junto al anticlericalismo del siglo XIX una posición libertaria frente al control injustificado del gobierno sobre los individuos.

Pero, por otra parte, en contra de los poderes oligárquicos en el interior y del imperialismo en el exterior, el liberalismo requiere un Estado fuerte, que defienda a los sectores populares contra la opresión de propios y extraños. En el cruce de estas dos tendencias del PLM, la anarquista libertaria que lucha contra el Estado y la que seguiré llamando liberalismo popular, que usa al Estado para defender al Pueblo, aparece un quiebre trágico. En el mismo se separaron los líderes fundadores del PLM Ricardo Flores Magón y Antonio Villarreal. Aquél moriría preso y en el exilio en 1923. Éste apoyó primero a Madero y luego hizo carrera como general en la guerra civil. Siguió como político en el régimen posrevolucionario: sería candidato de los partidos independientes contra Cárdenas en 1934 y finalmente fue readmitido en el ejército ya cardenista en 1940. Murió en 1944 como general de división estando México aliado con las potencias anti-fascistas. ¿Quién de los dos aportó más a la sociedad mexicana, Ricardo o Antonio?

Anoto una paradoja más sobre el rol del Estado como defensor del Pueblo en un país geopolíticamente subalterno: un Estado poderoso fue uno de los objetivos del liberal oligárquico Venustiano Carranza a quien Krauze llama, con su gran tino de biógrafo, “puente entre siglos”. Un Estado fuerte era una necesidad reconocida por todos y por lo mismo los diputados liberales populares del constituyente de 1917 dejaron intacto el proyecto carrancista de poder ejecutivo fortalecido a cambio de cuatro puntuales cambios sociales (artículos 3º, 27, 123 y 130). Estas aportaciones del ala popular, por cierto, fortalecían aún más al Estado. Como dice Sader, sólo un Estado fuerte podía balancear el poder social (intocado en su estructura) de la oligarquía. La revolución mexicana no afectó la estructura de la propiedad de minas y petróleo y el campesinado no confiscó las tierras –salvo en Morelos. En México, no hubo algo equivalente a la consigna leninista ¡Roben a los saqueadores!  (Grabi nagrablennae!, Граби награбленное!) ni algo como el “reparto negro” de la revolución rusa. (Sigo en esto a Jean Meyer en su Rusia y sus imperios, FCE, 1997.)

Lo que no entendía el “puente entre siglos” es que, si el campesinado no había logrado ganar la guerra de 1915, sí conservaba la fuerza suficiente para presionar y lograr que el Estado federal fortalecido por la constitución de 1917 defendiese sus posiciones. Por eso la restauración carrancista del viejo orden se volvió imposible y Obregón primero y Cárdenas después fueron agraristas. (Sigo a Adolfo Gilly en su La Revolución Interrumpida, 1971.) De hecho, todos los presidentes mexicanos electos entre 1920 y 1970 requirieron del apoyo activo del campesinado para sostenerse y por ello la historia política del Estado mexicano en ese medio siglo podría resumirse alrededor de la cuestión de cómo controlar a los campesinos y evitar que se alcen de nueva cuenta. Durante el siguiente medio siglo, el Estado mexicano fracasó; aunque su pérdida no haya significado necesariamente una ganancia para el campesinado –salvo en el Chiapas neozapatista. En el resto de la República vivimos el caos de una extraña “bola” de narcos, autodefensas y fuerza pública sin plan.

Lo que resumo a la carrera sobre el Estado Mexicano en aquella primera parte del siglo XX no es totalitarismo ni bolchevismo, es simple y llanamente la necesidad de un Estado razonablemente fuerte para defender a la nación del exterior y a las mayorías del saqueo de nuestra oligarquía en el interior. Nada irracional ni extraño en la historia del occidente liberal. Es lo mismo que el Long Parliament buscaba en Inglaterra de los 1640’s, y que permitió establecer el “buen crédito público” que estimuló el desarrollo de una economía capitalista moderna. Es lo mismo que los franceses crearon a lo largo del siglo XIX y que aseguró un mínimo de consenso general. Es lo mismo que los estadounidenses crearon a partir de sus más viejos Departments: el de agricultura (que aseguró la producción y manutención básica) y el del tesoro (que aseguró que todos los ciudadanos paguen impuestos).

Un Estado fuerte y popular no tiene que ser irresponsable. Hacia 1900 uno de los últimos liberales whig de Inglaterra, George Macaulay Trevelyan, reconocía que hoy en día lo único decente es ser un poco socialista, al señalar la indispensable intervención del Estado para asegurar la igualdad de todas y todos los ciudadanos. Su hermano, el barón Charles, fue fundador del Partido Laborista y donó el castillo familiar (Wallington Hall) para formar parte de la Fundación Nacional de Sitios Históricos. El poderoso Estado francés, sin eliminar la participación democrática creó un sistema de seguridad social que protege a todos sus ciudadanos desde la cuna hasta la tumba y aunque su Consejo de Estado se ocupa de detalles nimios como el nombramiento de profesores eméritos en las universidades, nadie le acusa de totalitario. El Estado federal en EUA debió pelear una guerra para liberar a los esclavos africanos y a Lincoln le acusaron de dictador pero los votantes le reeligieron en 1864, dos años después de la emancipación. Ese mismo Estado salvó al capitalismo de la Gran Depresión con el New Deal de Roosevelt en los 1930’s y con Obama volvió rescatar el sistema cuando el egoísmo natural de los privados lo metió de nuevo en problemas en 2008.

Andrés Manuel es un liberal que está a favor de un Estado republicano, fuerte y popular. ¿Es un estatista radical? No. Sólo desea para México lo que han construido las democracias liberales de occidente. La alternativa es el capitalismo-de-cuates y el caos generalizado. ¿Es un voluntarista autoritario? No. Justo acaba de clarificar a un cartel de 6 biliosos entrevistadores en Milenio TV que todo lo que haga una administración federal bajo su mando se dialogará con datos en la mano, escuchando a todos, hablando con todos. Con mecanismos de consulta ciudadana que construyan iniciativas fuertes y que por supuesto se debatirán luego en las cámaras legislativas. Una vez discutido todo se debe decidir y actuar. Tanto para el diálogo como para la acción se requiere de un Estado que sea de todos y no sólo de quienes viven hoy en los “círculos” rojos y dorados.

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