Diversas voces de la vida pública en México llevan varios meses alzando su voz contra un autoritarismo que vislumbran en el presidente electo. Han jurado defender la democracia, ser disidencia ante un supuesto poder monolítico e impulsar un verdadero contrapeso del poder.
La mayoría que Morena tendrá en las cámaras legislativas asustó a una cantidad de personas que anteriormente no habían reparado en la disciplina partidista del PRI, la camaradería entre el PAN y el PRI y el papel de patiño que juega el Verde con los partidos en el poder. Relaciones entre los partidos que han permitido la aprobación de leyes nocivas, de tapaderas de las élites políticas y de obstrucciones a avances legislativos en la garantía de derechos.
A estas personas me gustaría preguntarles si acaso su análisis de la democracia mexicana es meramente formal y con eso descansan en sus sillones desde donde observan el desarrollo de un país que cada vez entienden menos y les es más ajeno. Quisiera preguntarles si la disciplina partidista del PRI y los continuos arreglos por debajo de la mesa con otros partidos no les parecieron preocupantes y los analizaron como parte de los acuerdos naturales en una democracia.
Ya entrada en gasto, les preguntaría si no consideran como fundamental el rol que juegan en una democracia los medios de comunicación y si la violencia hacia ellos, su falta de democratización y la negativa del legislativo a regular la asignación de publicidad oficial no les parecen medidas para maniatar su trabajo como contrapesos.
Por supuesto que los contrapesos son necesarios, sin embargo, tener mayoría en el congreso no significa que éstos no existan, del mismo modo que un gobierno sin mayorías no se traduce en uno con contrapesos.
Entiendo las filias y las fobias hacia los actores políticos, pero lo que no podemos es disfrazarlas bajo supuestos análisis académicos. La preocupación por los contrapesos efectivos es real y muy relevante en nuestro extraño régimen democrático donde la oposición es, o tremendamente radical o comparsa del partido en el poder.
Hoy tenemos un ejemplo de lo que podría ser el nuevo autoritarismo del PRI. Tal parece que en Sonora se ensayan formas de ejercer un poder más concentrado donde la oposición, de nueva forma, se alinea al partido gobernante y se construyen candados para permitir un papel más preponderante del ejecutivo. Lo que acaba de suceder en el congreso de Sonora debe encendernos las alarmas; sesionar a puerta cerrada para votar reformas constitucionales que diluyen uno de los mecanismos más importantes que tiene el legislativo como contrapeso del ejecutivo –el presupuesto–, es peligroso en extremo.
Los enemigos de los controles al poder son de varios colores y a la cabeza ha estado el partido más autoritario que continúa dando pelea para no morir pese al descalabro electoral de 2018. Para desfortuna de muchos, las lecciones aprendidas por el PRI no son una mayor apertura y democratización del partido sino una cerrazón más grande y real concentración de poder.
¿Le tememos al autoritarismo? Hay que regresar nuestros ojos a ese partido que ni se va, ni aprende a vivir en democracia. Lo que estamos viendo en Sonora son las nuevas formas del PRI, uno que se forjó entre luchas internas, empellones y traiciones.