Hace muchos años Theodor W. Adorno se cuestionaba sobre cómo educar después de Auschwitz, un texto breve pero muy profundo, sin embargo, hoy apenas y nos llegan los ecos de tremenda reflexión pues habría que preguntarnos ¿hemos superado el pasado? Tal parece que no, no se ha trazado la raya final sobre él, llegando incluso a borrarlo si cabe, hasta del recuerdo mismo. ¿Cuántos no bloqueamos acontecimientos trágicos de nuestras vidas porque es imposible vivir bajo la sombra del recuerdo? Tal parece que la desmesura de los acontecimientos sirve a su misma justificación; algo así como si se consolara la conciencia laxa y lo más absurdo de todo esto es signo de una falta psíquica de dominio y superación; es signo de una herida. La cancelación del recuerdo no es más un rendimiento de la consciencia demasiado despierta. Es por ello que hoy se vuelve necesario replantearnos una educación desde la pedagogía del trauma. La guerra no es un hecho histórico que se aborde desde los textos del pasado sino que se encuentra en cada estado de nuestro país, la guerra no es solamente lo que pasa en Ucrania, es también lo que pasa en Palestina, y en tantos lugares donde ni idea tenemos cuántas personas asesinan diariamente. La guerra es lo que está pasando en México y el obsceno dominio de la delincuencia organizada. Este país ya no nos pertenece, todos y cada uno de los seres humanos que habitamos en él pagamos renta. Más allá de ideologías políticas y de simpatías está la educación, la educación no debe ni puede permitirse tener algún tipo de bandera. El reto que hoy tenemos desde esta esfera no es preparar a la infancia y a la juventud para lo que algunos slogans de universidades mencionan y que conciben como el ser exitoso. Esto de ser exitoso ya está de más en estos tiempos, pues se advienen tiempos aún más interesantes en los que el sufrimiento será lo que compartamos todos los seres humanos y ante las futuras disposiciones que se implementarán en el mundo es necesario que nos replanteemos la importancia y necesidad de darle el peso a la educación dentro de toda sociedad. Quizás algunos no sepan pero en marzo del 2023 en Cánada entrará en vigor una ley que será para permitir la eutanasia a cualquiera que padezca depresión, esquizofrenia, bipolaridad. Es decir, la muerte asistida no solamente será para aquellos que se encuentran en una etapa terminal, lo cual siempre me ha parecido muy loable, sin embargo, ahora cualquiera que experimente este tipo de sufrimiento podrá en ese país pedir morir. ¿Se imaginan la cantidad de suicidios asistidos y colectivos en un momento dado podrán pasar de no regularse con cautela esta ley? Si esto ya es algo que se está considerando más allá de conspiraciones, planes del nuevo orden mundial, tópicos en el encuentro de Davos. Considero que es de suma importancia voltear a ver a la educación como el ámbito para comenzar a educar en la sensibilidad hacia uno mismo y los demás, tendría que ser un imperativo ético pedagógico. Hoy los docentes tenemos que aprender a educar y formar a los seres a nuestra procura como seres capaces de respetarse y respetar a los demás, por lo cual, esta pedagogía supone una estructuración emocional de vínculos, de confianza y compromiso mutuos.
Hoy no necesitamos un nuevo mapa curricular, ni una reforma educativa, lo que necesitamos es una deconstrucción de la Educación, así, con mayúsculas. Necesitamos docentes que sean seres humanos capaces de adaptarse no a las tecnologías sino a las crisis sociales que se vienen, ser capaces de dar frente a las adversidades y ser ejemplos de entereza y fortaleza. Se requieren docentes conscientes del entorno, conocedores de la historia pasada y la presente. Mujeres y hombres que sientan y vivan el contexto, no es lo mismo ser docente en una ciudad que en un pueblo invadido por el narcotráfico, desde ahí la importancia de ayudar a tramitar los sentimientos que producen las prácticas de violencia con las cuales hemos aprendido a vivir hasta el punto de normalizarlas. La mirada de la esfera educativa posee una innegable fuerza simbólica en la construcción de una sociedad.
Resulta relevante generar las condiciones para que la comunidad educativa pueda objetivar sentimientos de pérdida, duelo, ruptura de vínculos, pérdida de soportes afectivos que marcan el sentido del proceso de formación. De lo que debe ocuparse actualmente la educación es de transformar y lograr que la pérdida de esperanza se convierta en la proyección de un porvenir menos funesto. Sin afectividad, sin afectación subjetiva, sin movilización emocional no hay posibilidad de estructurar una trama que promueva los procesos colaborativos y fraternales ni en el proceso de enseñanza aprendizaje ni en la construcción de una sociedad justa, bondadosa y realmente humana. Se trata de educar para que el sufrimiento del otro nos conmueva y que el otro se movilice por nuestro dolor, se trata de hacer de la educación el espacio de reparación simbólica y no el sitio de reproducción de la violencia o la permisividad de la misma. Nos guste o no, estamos en medio de una guerra y no aceptarlo no nos permite preparar a los jóvenes a dar frente a esta realidad sin desmoronarse o sin ser capaces de distinguir lo correcto. Como dijo Hanna Arendt: “La educación es el punto en el que decidimos si amamos al mundo lo suficiente como para asumir la responsabilidad por él, y de la misma manera, salvarlo de la ruina”.