En internet existe la industria del (auto)engaño, es un negocio muy lucrativo y puede influir en la forma en que interactuamos cotidianamente fuera de la pantalla.
En 2003 surgió el concepto de la “web 2.0”, el internet social. No se trata de una forma diferente de internet, sino el paso entre una primera (web 1.0) y el inicio de una segunda época en internet.
La propuesta principal de este concepto fue cambiar la manera en que se hacia el internet al facilitar que cualquiera, sin conocimientos técnicos, tuviera la posibilidad de publicar contenido y colaborar con otros usuarios. Y aunque ya existían, fue cuando inició el auge de los blogs.
La llegada de los blogs marcó el cambio en la forma en que cualquier persona puede generar contenido y ofrecerlo como información sin necesidad de un medio tradicional. Los blogs rápidamente se volvieron grandes fuentes donde se podía encontrar información de temáticas muy diversas.
Los medios masivos tradicionales no entendieron el cambio en el modelo y tardaron adoptarlo. Esto trajo un cambio en la forma en cómo se publica la información, pero sin el rigor editorial y periodístico que, se supone, sustenta a los medios masivos tradicionales.
Es así cómo surge la figura del bloguero como nuevo referente de fuente de información y líder de opinión. Posteriormente con el auge de las redes sociales es la misma manera como surgen los influenciadores, los influencers.
La mayor carencia que tiene publicar sin el rigor que propone la ética periodística es la veracidad de la información generada y difundida, al no tener la obligación de establecer criterios editoriales que sirvan para checar, confirmar y dar certeza a una pieza de información.
En contraparte, al paso del tiempo los medios tradicionales, principalmente los masivos secundarios como las televisoras y los periódicos, acarrean la percepción que sus criterios editoriales obedecen más bien a los intereses de empresarios y gobiernos, y no al de las necesidades de su audiencia.
Los usuarios que consumen noticias en internet se consideran indefensos ante la idea de la manipulación de los medios tradicionales por lo que al encontrar una plataforma con la que pueden tener interacción les devuelve la sensación de poder sobre la cadena informativa y organizarse alrededor de ella. Así fue como muchos blogs evolucionaron a ser medios alternativos independientes. Más reciente lo mismo se ha repetido con canales de YouTube.
Los medios alternativos justifican su existencia en la independencia de una agencia de información que pueda dictar una línea editorial, se presentan a sí mismos como una forma de descentralización y democratización de la información. Aunque esto siga teniendo como riesgo carecer de veracidad en la información que difunden.
La época de la posverdad está marcada por la distancia entre los medios tradicionales y la gran audiencia formada en el entorno social digital, que más bien se ha sentido identificada con los medios alternativos y ha puesto su confianza en ellos.
El resultado, tenemos una sociedad hiperconectada hiperinformada con gran propensión al consumo de bulos, de fake news.
Los bulos, las fake news son uno de los grandes pilares de la llamada posverdad: la verdad y la realidad en internet no necesariamente coinciden, sino que en buena medida se construyen del sesgo de confirmación del usuario reforzado con la información que elige consumir.
Clickbait: El negocio de los encabezados sensacionalistas
Todos los medios, masivos tradicionales o independientes alternativos, necesitan tener un sustento económico para funcionar.
El problema es que es un gran negocio ganar dinero ofreciendo bulos, mucho más que ofrecer contenido sujeto una línea editorial responsable y ética.
Actualmente la información es un bien de consumo. Hay demasiadas fuentes que ofrecen contenido y todas compiten por ganar la atención de la mayor cantidad de usuarios posible. Los potenciales ingresos dependen de eso.
Ya en la entrega anterior se explicó que se usan algoritmos para ofrecer sugerencias y mantener la atención del usuario. Hay formas de aprovechar esos algoritmos para tener preferencia en los resultados.
Al ser humano le es fácil creer lo que de antemano quiere creer. Para muchos que se dicen medios alternativos una forma muy efectiva de ganar la atención del usuario y generar interés es decirle lo que quiere oír, escribirle lo que quiere leer, mostrarle lo que quiere ver. Ofrecerle contenido que solo confirme lo que cree, opina y piensa, aunque no tenga veracidad ni sustento: desinformación y mentiras.
Cuando se hace esto deliberadamente con la intención de producir ingresos se le conoce como clickbait: enlaces carnada.
Para hacer más atractivo el clickbait se usan títulos y encabezados sensacionalistas. Entre más sensacionalistas es más probable que más usuarios quieran consumir ese contenido y que produzca más dinero.
Estadísticas y análisis han encontrado que los usuarios que tienden a buscar información para confirmar sus ideas y supuestos, es decir, movidos por su sesgo de confirmación, solo le basta leer el título, el encabezado, y algunos renglones o minutos en caso de podcasts o videos, y con eso dan por buena la información.
Por eso los títulos son tan importantes para quienes se dicen medios alternativos, pero solo ofrecen contenido sensacionalista para ganar dinero. Entre mayor expectativa causa, es más probable que el usuario lo visite, de likes, retuits, y que demás lo difunda por iniciativa propia.
El lenguaje los delata. Lo que completa la estrategia sensacionalista es crear en los usuarios urgencia, que les están revelando información, imágenes, videos, prohibidos o demasiado importantes que en otro lugar no verán y que por lo tanto es necesario pasar la voz “para que todos lo vean” “antes que lo quiten”.
¿Puede un usuario considerarse engañado cuando pone su confianza en un sitio que se dedica a desinformar solo para ganar dinero? ¿Hasta dónde es la responsabilidad del usuario? ¿Cómo puede competir el periodismo profesional defendiendo un código de ética contra gente que, usando como pretexto la independencia más bien hace del engaño un gran negocio?
Y poco más.
¿Dónde queda la responsabilidad de un sitio de clickbait cuando la desinformación que difunde puede poner en riesgo vidas, como cuando propician linchamientos? ¿Cuándo destruye la reputación de una persona, empresa o marca?