María del Pilar Torres
Hace poco recibí una serie de “consejos de García Márquez” verdaderamente cursis, en una presentación con imágenes de flores y atardeceres, animalitos y fondo musical conmovedor. No pretendo ser conocedora de su obra, pero casi podría jurar sobre la Biblia que las frases no eran suyas. Todos hemos recibido cadenas en grupos del whats con frases emotivas, profundas o simpáticas, erróneamente atribuidas a un montón de personajes: desde el mismísimo Albert Einstein hasta María Félix, santa patrona ocasional de las “mujeres cabronas”.
Algo similar pasa con Maquiavelo, padre de la ciencia política moderna y uno de los autores más conocidos. “El fin justifica los medios” es una frase hecha, irremediablemente relacionada con él, aunque no es suya. De cualquier forma, bien podría resumir su pensamiento. Se dice que la frase fue escrita por Napoleón Bonaparte –gran admirador del pensamiento maquiavélico– en la última página de su ejemplar de El Príncipe, a manera de síntesis.
Afirmar que el fin justifica cualquier medio presupone algo que para la ética clásica es inaceptable, pero para la política moderna se ha vuelto un mantra que resume las cualidades deseables en todo aquel dispuesto a demostrar que merece el poder. La primera es un absolutismo dogmático, la segunda un relativismo peligroso.
Establecer la relación que debe haber entre fines y medios en el análisis de los actos humanos no es asunto fácil. Por un lado, está el absolutismo que busca aplicar una sola ley a toda la moral; por otro, el relativismo para el cual la noción de bien se diluye, renunciando a cualquier tipo de principio universal. La llamada casuística busca un punto medio entre ambas opciones, utilizando el razonamiento deductivo para resolver problemas morales y aplicando reglas teóricas a situaciones específicas.
Además de Maquiavelo, otros escritores han acuñado frases similares, como Baltasar Gracián en El Arte de la Prudencia y Hermann Busenbaum en su Manual de Teología Moral. Ambos autores estaban relacionados con la escuela casuística del pensamiento.
La casuística fue desarrollada principalmente por teólogos jesuitas en el siglo XVII, motivados por la necesidad de adaptar la rigurosa moral de los padres de la Iglesia a la moral moderna (“tenían que ser esos jesuitas”, decía suspirando una de mis maestras más conservadoras). Buscaban un enfoque práctico para determinar una respuesta adecuada a la moral para los casos particulares. Por ejemplo, mientras que desde una moral rigorista como la kantiana se afirma que mentir es siempre moralmente incorrecto, la casuística añadiría que, dependiendo de los detalles específicos, en algunos casos mentir podría o no ser justificable.
La casuística no comienza con dogmas o teorías preestablecidas, por lo que a menudo genera argumentos capaces de persuadir a personas de distintas creencias culturales, a tratar casos particulares de igual manera.
Filosóficamente, el método casuístico tiene sus bases en Aristóteles, cuando distingue entre el pensamiento teórico que versa sobre lo necesario (lo que no cambia, como las leyes de la naturaleza) y el pensamiento práctico que se refiere a lo contingente (lo cotidiano, como las costumbres humanas).
El método casuístico, aunque atractivo y realista, es imperfecto. De alguna manera, propició que a la Iglesia se le acusara de fabricación de pretextos para justificar las acciones de los ricos, mientras se castigaba de manera rigurosa los pecados de los pobres. Lo mismo pasa ahora con la aplicación de justicia con tintes racistas y económicos.
La idea central de la casuística consiste en usar un método de comparación de casos, buscando opiniones establecidas por consenso común. Lo cierto es que, si se abusa de esta, puede ser engañosa. Por otro lado, la idea de que la ética debe estar basada en un sistema racionalista de principios absolutos y universales hoy en día es autoritaria y poco eficaz.
A finales del siglo XX la casuística vuelve a cobrar importancia en tanto que es un método para considerar y resolver problemas éticos, no un sistema teórico universal. Es pluralista porque toma en cuenta consecuencias, motivos, reglas, máximas o valores que resultan de casos concretos. Toma en cuenta que cada caso es distinto y tiene sus propias condiciones y consecuencias. Utiliza la hermenéutica analógica para entender y clasificar los datos a la luz del pensamiento ético universal.
El mundo actual es un lugar en el que las sociedades son producto de la convivencia multicultural; por lo tanto, se valoran las perspectivas éticas plurales. El multiculturalismo implica tanto pluralidad étnica y religiosa como de género y clase social en el que irremediable –y afortunadamente– hay distintos estilos de pensar y dialogar, que imposibilitan desarrollar una moral unívoca. Pero eso no implica que la ética no exista. Nadie en su sano juicio diría que Aristóteles o Kant deben ser olvidados.
Estarán de acuerdo conmigo en que el término maquiavélico es uno de los epónimos más conocidos, al grado que no hace falta explicarlo. En tiempos electorales, todo tipo de maquiavelismos están a la orden del día: frases sacadas de contexto, fake news, fomentar el miedo, desacreditación personal, falsas analogías y todo tipo de violencia argumentativa. Desafortunadamente, mucha gente piensa que el fin justifica los medios de la guerra sucia. Propagar noticias falsas, además de ser éticamente inaceptable es insultar la inteligencia de todos los demás. Aunque molestas, lo de menos son las frases pegadoras pseudo motivacionales de Paulo Coelho.
Afortunadamente, la filosofía es mucho más que un montón de frases eficaces que hoy harían sonreír a Maquiavelo. Por cierto, todos debemos conocer su obra más célebre, El Príncipe. Uno puede encontrarla hasta en las salas de espera de los consultorios dentales. He de reconocer que la frase no es mía.
@vasconceliana