“AMLO y el dilema del cubrebocas”. Autora: Ivonne Acuña Murillo

Que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), use cubrebocas o no parece un simple dilema, relacionado únicamente con su voluntad. Sin embargo, no lo es. La argumentación para hacerlo o no remite al tradicional debate entre la democracia y el autoritarismo. A esta dicotomía se suma, primero, la compleja relación que, en función de la pandemia de Covid-19, se ha establecido entre la salud de la población, su modo de vida y la economía y, segundo, la decisión personal en torno a las medidas sanitarias recomendadas.

Los diversos gobiernos del mundo se han visto forzados a buscar soluciones que tiendan al equilibrio entre dos de sus obligaciones principales. Primero, la protección de la salud y, segundo, el mantenimiento y búsqueda del crecimiento económico. No hay manera de evitar esta tensión, ni de eludir el costo político que supondrá, a corto y mediano plazo, la decisión tomada.

Se diría coloquialmente, “no hay para dónde hacerse”. Si se privilegia la salud en detrimento de la economía el gobernante será acusado de ineptitud; si, por el contrario, se subordina la salud a la economía, el que gobierna será tachado de criminal. De cualquier manera, una parte de la población sufrirá los estragos y pagará con su vida la elección gubernamental. O se muere de hambre o por la enfermedad. Claro que no todos fallecerán, la mayoría vivirá para señalar al responsable.

El otro equilibrio que hay que considerar se da entre la democracia y el autoritarismo. En la mayoría de los países del mundo donde los gobernados se comportan como ciudadanos a medias: mayores de edad cuando les conviene, o menores cuando les es cómodo, dependiendo de la mitad donde se ubiquen, recriminarán al mandatario por tomar medidas autoritarias o le reclamarán por no ejecutarlas.

En relación con las decisiones personales, opera lo que en Psicología se denomina “locus de control interno o externo”. Este concepto fue acuñado por el psicólogo estadunidense Julian B. Rotter (1916-2014), en 1966, como parte de su Teoría del Aprendizaje Social, mismo que explicó de la siguiente manera: “Cuando una persona percibe que un refuerzo sigue a una acción suya pero que no es contingente a esa acción, entonces en nuestra cultura se percibe típicamente como el resultado del azar, el destino, que está bajo el control de otras personas con poder, o como algo impredecible debido a la gran complejidad de las fuerzas que lo causan. Cuando una persona interpreta un evento de esta manera, llamamos a esto una creencia en el control externo. Si la persona percibe que el evento es contingente a su propia conducta o a sus características relativamente permanentes, llamamos a esto una creencia en el control interno”.

En corto, las personas acostumbran a desentenderse de las consecuencias negativas de sus acciones achacando a otros el resultado cuando no es lo que se buscaba. Por el contrario, cuando las cosas salen bien, entonces si se deben al esfuerzo y aciertos propios.

En el caso de la enfermedad Covid-19, cuando la persona se contagia y agrava, en muchas de las ocasiones, ella y su familia buscaran a quien “echarle la culpa”, antes de analizar las condiciones en que el contagio se dio y si este ocurrió por la falta de las precauciones debidas o no. Y que mejor que culpar a la persona más visible en la estructura de poder, el primer mandatario, por supuesto.

Pero, las cosas no son tan simples, entre la persona contagiada y el primer mandatario existe toda una cadena de mando formada por personas comprometidas, en la mayoría de los casos, o corrupta e inepta, en el menor de ellos, y cuyas acciones pueden provocar que las personas no cuenten con lo necesario para protegerse o atenderse en caso de contagio.

Por otra parte, que la gente reciba a tiempo la información adecuada, que cuente con los recursos para seguir las indicaciones sanitarias como agua para lavarse las manos con la frecuencia necesaria, gel o alcohol para sanitizar todo lo que haya que sanitizar, que tenga oportunidad de hacerse con todos los cubrebocas, guantes, mascarillas, ropa requeridos según su actividad, que pueda permanecer en casa y hacer la cuarentena sin que eso signifique quedarse sin ingresos, etcétera, no siempre es posible.

Aun suponiendo que todo mundo pudiera contar con lo necesario para protegerse, no basta. Hacen falta también: capacidad para entender las recomendaciones, pues una mala alimentación y una deficiente educación impiden la recepción del mensaje en los mismos términos en que fue emitido; confianza en las autoridades para aceptar que el coronavirus existe y que causa los efectos anunciados; y que no se desestime la información científica ofrecida por el gobierno al preferir aquella proveniente de potenciales líderes informales de opinión no expertos en pandemias ni contagios.

En este punto, el que las personas se contagien, enfermen y mueran de Covid-19 no puede atribuirse a un solo factor ni a las decisiones de una sola persona. Sin embargo, esto no exime de responsabilidad a quien gobierna y aquí es donde el dilema de AMLO, en torno a usar o no cubrebocas, cobra fuerza.

El primer mandatario se ha decantado por usarlo, sólo sí es necesario, en sus propias palabras: “Entonces a mí, tanto el doctor Alcocer como el doctor Hugo López-Gatell me han dicho de que no necesito el cubreboca (sic) si mantengo la sana distancia y en los lugares donde si es necesario o es  una norma, por no decir obligatoria, pues ahí me lo pongo (…) Si, se considera de que, con esto se ayuda entonces lo haría, desde luego, pero no es un asunto que esté, ahora sí que, científicamente demostrado”. (Conferencia de Prensa del 24 de julio en Oaxaca).

Desde múltiples foros se ha pedido al presidente López Obrador que “ponga el ejemplo” usando el cubrebocas, enviando así a la población un claro mensaje, suponiendo que con ello se superen algunas de las barreras mencionadas.

Pero, al igual que su vocero López-Gatell, el presidente se encuentra atrapado entre la política y la ciencia, pues su reticencia se explica por su propia decisión de dejar en manos de los científicos las decisiones en torno a la pandemia, incluido su uso del cubrebocas, como afirmó en la misma conferencia, en Oaxaca: “Yo tengo desde el principio de la pandemia como guía la recomendación de los científicos, de los médicos. Desde que tuvimos la teleconferencia con los jefes de Estado del G-20 (26 de marzo), yo planteé de que los políticos no éramos todólogos, sabelotodo, y que en el caso de la pandemia lo mejor era que se le diera la conducción a los especialistas, a los que saben. Y así lo hemos hecho en México (…)”.

La convicción científica de López-Gatell en torno a que el cubrebocas no previene del contagio, sino la sana distancia, ha marcado al propio presidente en su decisión de no usarlo, cerrando con ello el círculo de comunicación establecido entre ellos y la población. Los propios dichos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en referencia al uso del cubrebocas, terminaron por darles la razón.

Hacia la última semana de marzo, la OMS sostuvo que el cubrebocas sólo debían utilizarlo personas con síntomas respiratorios característicos de la Covid-19 (tos, sobre todo) o aquellas encargadas de su cuidado, familiares o personal médico. Recomendó incluso que se evitará su uso para reservarlos a quienes realmente los necesitaban.

Lo dicho por la OMS, hace casi cinco meses, va en el mismo sentido que lo afirmado por López-Gatell, una y otra vez: “No existe evidencia científica que avale el uso de cubrebocas para prevenir el contagio”, más aún, su uso puede provocar en la gente un exceso de confianza que le impida continuar con las medidas más recomendadas como la sana distancia y el lavado de manos.

Sin embargo, ante la duda, científicos como Mario Molina, premio Nobel de Química (1995) por el descubrimiento conjunto, con Paul J. Crutzen y Frank Sherwood Rowland, de las causas del agujero de ozono en la Antártica, a la cabeza de un grupo de investigadores se dio a la tarea de poner a prueba dicha afirmación encontrando la existencia de una correlación estadística comprobable entre el uso de cubrebocas y el número de muertos por coronavirus.

En entrevista con Carmen Aristegui, el 15 de junio, Molina sostuvo que el uso de cubrebocas previno 700 mil contagios en Italia y más de 66 mil en New York, a partir del momento en que su uso se hizo obligatorio no sólo para personas enfermas o en contacto con ellas. Concluyó diciendo que “los cubrebocas convencionales de dos capas de tela son efectivos para evitar la propagación de coronavirus”.

Lo encontrado por Molina se relaciona con el cambio de postura de la OMS, a la que Trump culpa por la propagación de la epidemia en Estados Unidos, que en el documento “Recomendaciones sobre el uso de mascarillas en el contexto de la COVID_19. Orientaciones provisionales”, del 5de junio, da una serie de indicaciones para el uso de “mascarillas higiénicas” (cubrebocas) en personas sanas, dado que “la transmisión del nuevo coronavirus es posible a través de partículas de aerosol, que quedan suspendidas en el aire, especialmente en lugares cerrados (por lo que) el uso del cubrebocas resulta imprescindible para contener la propagación de la enfermedad”.

El cambio de postura de la OMS llevó al mismo Trump, tan renuente a portar el cubrebocas, a recomendar su uso, el 21 de julio, a los estadunidenses, para prevenir contagios de Covid-19. A pesar de lo anterior, tanto el presidente López Obrador, como su vocero, sostienen la misma postura.

Ahora bien, la disyuntiva del primer mandatario sobre usar o no el cubrebocas, se inserta en una postura más compleja que el propio dilema, en la que el pueblo y sus valores cívicos se convierten en el eje de la argumentación presidencial, como puede observarse en lo dicho por AMLO el viernes 12 de julio en un video sobre su reunión con encargados de la salud y la seguridad, después de su visita a los Estados Unidos.

En el video dijo que: “Tenemos también ya que ir transitando hacia la nueva realidad, ejerciendo nuestra libertad, porque eso es muy importante que no haya autoritarismo, que apliquemos lo que se decía en Francia cuando el Movimiento Estudiantil del 68, “prohibido prohibir” (…) Entonces, tenemos nosotros que recobrar nuestra libertad. (…) Yo creo que ya sabemos lo que se tiene que hacer, porque se ha informado bastante (…) Nosotros sí que somos gentes mayores, que hemos actuado con mucha responsabilidad, porque el pueblo de México ha actuado de manera ejemplar. Si hemos podido enfrentar esta pandemia ha sido por la actitud responsable, consciente de nuestro pueblo. Por eso vamos, vamos a salir adelante. Nosotros tenemos la obligación como gobierno de mantener los equilibrios. Cuidar la salud del pueblo, pero también que se vaya recuperando, poco a poco, la economía”.

En el párrafo anterior, quedan de manifiesto las premisas bajo las cuales el presidente de la República se ha resistido a dictar medidas severas para evitar la propagación del coronavirus,  incluyendo el uso obligatorio del cubrebocas, a saber: primero, su rechazo a la imposición de medidas de corte autoritario; segundo, la observación de la libertad como un valor a preservar; tercero, la consideración del pueblo como un colectivo formado por personas responsables y mayores de edad capaces de tomar sus propias decisiones, postura que lo diferencia de los gobiernos del PRI que por décadas vieron a los ciudadanos como menores a quienes había que guiar; cuarto, la confianza del líder en sus seguidores, al asumir que aquellos harán lo recomendado por él; quinto, una visión idealizada de la democracia, misma que contrasta con ciertas decisiones pragmáticas encaminadas a la búsqueda del equilibrio entre la salud pública y la reapertura económica.

Sea como fuere, el cambio de postura por las nuevas certezas científicas en torno a la necesidad del uso del cubrebocas para evitar que las pequeñas partículas de saliva contaminada con coronavirus entren a organismos sanos; la curva de contagios que coloca ya a México en cuarto lugar en el mundo por número de personas fallecidas; la serie de factores que intervienen en el éxito de una campaña sanitaria, por bien armada que esté; la cómoda costumbre de culpar a los demás por los infortunios personales (“locus de control”);  y la fe de AMLO en la responsabilidad y sensatez del pueblo de México, permiten afirmar que el dilema presidencial sobre usar o no cubrebocas, es un problema más complejo de lo que parece.

Comenta

3 COMENTARIOS

  1. No que el pueblo manda pues el pueblo está esperando que su Presidente de este país se coloque el cubrebocas como muestra de solidaridad en momentos como los de la pandemia

  2. Estimada Ivonne, justo en marzo se aceptaría el dilema del Presidente en cuanto usarlo o no. A estas alturas, no hay que darle tantas vueltas -sin demeritar los datos complementarios de la información que manejas-. El hecho de que el Presidente, hoy por hoy, con los registros de contagios que hay en nuestro país; con el índice de pobreza, marginación y educación que priva, mantenga esa postura, significa una verdadera irresponsabilidad, o un acto sumamente estúpido, el que lo haga. Que un mandatario que pretende liderar una nación así, se atreva a afirmar que no lo usará porque no está probado en su totalidad, sabiendo -y si no lo sabe, más lamentable aún- que esa afirmación puede influir en gran parte de una población que no entiende a plenitud lo que es la sana distancia ni otras acciones preventivas, es, repito, lamentable. México, está claro, en cuanto a la situación actual de esta pandemia, carece de un verdadero líder y estadista que estimule e impacte de forma favorable a sus gobernados.

  3. En este aspecto, coincido con Peña Nieto: “Ningún chile les embona”. También coincido con Obrador: hipócritas, nunca les ha interesado el pueblo. Incluso lo desprecian.

Deja un comentario