María del Pilar Torres Anguiano
Cada vez que enseñes, enseña también a dudar de aquello que enseñas, es una frase importante de Ortega y Gasset, “dos grandes pensadores”. Inicié alguna de mis clases con esa buena frase y ese mal chiste que, aunque bobo, es obligado para casi todo profesor o estudiante de filosofía.
La verdad es que uno, como profesor, hace de todo con tal de darse a entender. Aun así, hay alumnos que desafían hasta las habilidades didácticas más desarrolladas. Por ejemplo, no he conocido a alguien peor que yo para las matemáticas. Recuerdo que añoraba el momento feliz en el que terminara la preparatoria para poder ingresar a filosofía, y así olvidarme para siempre de aquellas cosas demoniacas llamadas números. Pobres ilusos aquellos que piensan que en la licenciatura solamente estudiarán cosas que les gustan… pobres también aquellos que no se dan cuenta a tiempo de que la sabiduría radica exactamente en lo contrario.
Alguna vez tuve como alumno en la licenciatura en filosofía a un joven médico y poeta, que además de planear su futura especialidad en hepatología, estudiaba teología, música y literatura. Sabía de física, cálculo y política. No paraba de leer y de preguntarlo todo. Me obligaba a estudiar como loca para poder estar a su altura. Mi alumno sabía más que yo. Y, por si fuera poco, éramos prácticamente de la misma edad.
Por alguna razón, Raúl me recordaba un poco a José Ortega y Gasset, un intelectual multidisciplinario que tenía por costumbre leer todos los días un poco sobre asuntos distintos a su área de especialidad. Intenté aprender de mi alumno –y de Ortega– el hábito de leer todos los días un poco sobre algún tema completamente nuevo (aún sigo intentándolo).
José Ortega y Gasset, uno de los referentes filosóficos más importantes de Hispanoamérica, nació el 9 de mayo de 1883 en Madrid, en el contexto de una familia de tipo burgués, liberal e ilustrada. A diferencia de una buena parte de los filósofos, además de ser un buen pensador, era un gran escritor que puede considerarse un puente entre dos importantes generaciones literarias españolas: la del 98 y la del 27. Su estilo claro y accesible le lleva a afirmar que la claridad es la cortesía del filósofo y que quien realmente sabe, es capaz de explicarlo de manera sencilla, para lograr que los demás le entiendan.
Ortega y Gasset encontró en las propuestas científicas del biólogo ruso Jakob Johann von Uexküll una de las ideas que más influirían en su pensamiento: el concepto de Umwelt, que puede traducirse como medio ambiente, y se refiere al mundo de la percepción de los animales en relación con el medio que los rodea y da origen. Por ejemplo: no podemos entender las branquias de un pez sin el agua, o el color de algunos insectos sin el de las plantas que forman parte de su mundo. Trasladando este concepto biológico a la antropología, Ortega y Gasset afirma que no podemos entender a las personas sin su historia.
En consecuencia, solía escribir artículos periodísticos sencillos y profundos que después se convertían en sus obras filosóficas. En la primera de ellas, “Meditaciones del Quijote” escribe la frase más representativa de su pensamiento: Yo soy yo y mis circunstancias. Esta sentencia resume su propuesta ontológica y antropológica, según la cual no existe un Yo abstracto aislado del mundo que lo rodea, sino que ese mundo que le rodea constituye la otra mitad del Yo y solamente a través de esa circunstancia el Yo se completa. Es decir, el sujeto y el objeto coexisten. Así integra razón y vida; ser pensante y mundo pensado.
No existen verdades absolutas sino perspectivas sobre la verdad. Cada humano vive en un espacio y en un momento propio que le da unas formas determinadas de ver y de pensar. Cada persona tiene su punto de vista particular de la realidad. Por ello, afirma que “frente a la razón pura hay una razón narrativa. Para comprobar algo humano, personal o colectivo, es preciso contar una historia. Este hombre, esta nación hace tal cosa y es así porque antes hizo tal otra y fue de tal modo. La vida sólo se vuelve un poco transparente ante la razón histórica”.
Para el perspectivismo de Ortega y Gasset, las personas conocemos el mundo desde una determinada óptica que va cambiando según el camino que recorre y el lugar en el que se encuentra. Por otro lado, la realidad no se compone de materia o espíritu, sino de perspectiva. El sujeto que conoce lo hace a su vez, desde su propia perspectiva, que es su circunstancia. Por ejemplo, un maestro está frente a un grupo de personas que deberán integrar sus distintas versiones para alcanzar una comprensión adecuada de la verdad porque para el conocimiento es más verdadero en la medida en que más perspectivas logre integrar. Por lo tanto, nunca se puede dar por definitivo o acabado.
A lo largo de su experiencia filosófica y periodística, Ortega descubre de manera vivencial la diferencia entre creencias e ideas. Las primeras constituyen en las personas nuestra zona de confort, mientras que las ideas son una lucha constante que con sus cuestionamientos hacen tambalear nuestras creencias. Así, las creencias no son una conquista definitiva. Seguramente estaría de acuerdo con afirmar que más vale una gran duda que una pequeña verdad. A esto se refiere la famosa frase de: hay que aprender a aprender.
En otra de sus obras, Ortega refiere que el deseo muere automáticamente cuando se logra y termina al satisfacerse, pero el amor, en cambio, es un eterno deseo insatisfecho. Esto aplica también para el amor a la sabiduría, que acompaña siempre a los verdaderos maestros y a ciertos alumnos, aquellos que impulsan a sus maestros a ser mejores.
@vasconceliana