¿Qué hacer con el avión presidencial? Autora: Ivonne Acuña Murillo

El Boeing 787 realizó 214 viajes para del expresidente Peña Nieto / Foto: Carlos Lara

El avión presidencial es uno de los grandes símbolos de la enorme corrupción política que caracterizó a los gobiernos anteriores, de ahí que fuese utilizado por el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), no sólo como tema de campaña a partir de frases como “ese avión no lo tiene ni Obama”, sino como un emblema de aquello que lo diferencia de los mandatarios que le antecedieron. Su negativa a viajar en este y su intención de venderlo dan cuenta de ello.

La dificultad para encontrar un comprador puede explicarse no sólo en función de su alto costo de compra, uso y mantenimiento, sino en relación con el estigma que lo asocia al despilfarro de recursos públicos y a la descarada ostentación de los gobernantes y sus familias que se asumieron como merecedores del disfrute de todos los lujos posibles, debido a privilegios vistos como “derechos” ligados a los altos puestos de la Administración Pública.

De qué otra manera puede explicarse la actitud de un presidente que abusó de su puesto, primero al declarar una guerra innecesaria y ficticia a unos cárteles del narcotráfico en beneficio de otro y que, echando mano del dinero público, compró un lujosísimo avión, innecesario también, para “regalárselo” a su sucesor, tratando de asegurar con ello, por si no alcanzara con facilitar su arribo a la silla presidencial, que el recién llegado cumpliera con una rancia tradición, a saber: proteger a su predecesor sin importar los resultados de su gobierno.

Qué se podía esperar de un presidente como Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, quien no dudó en sacrificar la estabilidad y seguridad física y patrimonial de un pueblo, cuyos muertos y desaparecidos agrupó bajo la categoría de “daños colaterales”, con tal de asegurar un mandatado sin legitimidad de origen. Después de eso, usar el presupuesto estatal para comprar una carísima nave área y regalarla, haciendo caravanas con sombrero ajeno, es peccata minuta.

Sin embargo, dado que no ha sido posible deshacerse de esa peccata minuta y de que la cultura política que la hizo posible se resiste a morir, se hacen algunas sugerencias para darle usos prácticos al, ahora sí que, tan traído y llevado avión. Cobrando ¡claro!

Uno, viajes de la nostalgia para expresidentes que han querido extender su mandato más allá del tiempo constitucionalmente aceptado de diversas maneras, como candidateando a su esposa para que sea presidenta o fundando un nuevo partido, Calderón por supuesto, o poniendo gente de su confianza a lo largo de la estructura política valiéndose de ellos por años como Carlos Salinas de Gortari, por ejemplo.

Dos, viajes de recursos insuficientes para que los expresidentes, como Vicente Fox Quesada, que no tienen “ni para comer”, graben sus videos deseando “feliz cumpleaños” a quien pueda pagar 5 mil 700 pesos mexicanos o 255 dólares.

Tres, viajes de división de bienes, para esposas o exesposas de gobernantes y funcionarios corruptos a países como Inglaterra, para que se dificulte su extradición y puedan poner a salvo aquello que sus cónyuges o ellas mismas, en caso de haber sido funcionarias públicas, robaron o dejaron robar. Quien entendió, entendió.

Cuatro, viajes de reventón para los juniors de todos aquellos políticos que ya no alcanzaron a subirse al avión, como si lo hicieron los hijos, hijas, novios, novias y amistades de los retoños de Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera, la pareja ideal, al menos mientras duró el gobierno.

Cinco, viajes al futuro soñado para gobernadores, como Enrique Alfaro de Jalisco, que pretenden ocupar la silla presidencial, “haiga sido como haiga sido” diría una mala lengua, para que experimenten por adelantado, en caso de que alguna posibilidad hubiera, la experiencia de ser presidente. Y, si no, con más razón, no sea que se queden con las ganas de saber qué se siente.

Seis, viajes de mírame a fuerzas para que los mandatarios rebeldes, en especial los panistas, bueno el de Guanajuato ya no, ¿verdad secretario?, se reúnan y acuerden como presionar al gobierno federal para cambiar el pacto fiscal federal o para quejarse por los insumos médicos que les llegan del Centro o por lo que sea, pues para “hacerse ver” cualquier cosa es buena.

Siete, viajes de crédito a la palabra para todas aquellas personas que juraron que, sí AMLO ganaba la presidencia, se irían de México y aún no lo han hecho, por eso de facilitarles las cosas, como Antonio Esquinca, ex conductor del programa “La Muchedumbre”, transmitida por Grupo Radio Centro. O para los que pensaban no regresar al país, como el hijo de Calderón y Margarita Zavala, Luis Felipe, quien escribió en una bandera de México, desde el Mundial de Futbol Rusia 2018, “Sí gana AMLO acá me quedo”, por si acaso está en el país, para facilitarle su regreso a Rusia.

Ocho, viajes anti-AMLO para todas aquellas personas que quieren “sacar” al presidente de la República antes de que concluya su mandato, pues mejor que una fila de coches es un lujoso avión. Con suerte lo llenan (caben 80 personas) y con suerte también logran que un número igual de personas se les unan.

Nueve, viajes al pasado para mostrar, con pruebas, todos los excesos cometidos por los gobernantes anteriores y que se creyeron dueños del país y sus recursos. Ponga usted los nombres, digo, seguro se le ocurre alguno.

Diez, viajes al reclusorio para que políticos corruptos sean trasladados a todo lujo, aunque sea por última vez, al lugar donde mudarán su residencia, una vez les comprueben que aquello que se robaron no se los heredó su abuelo ni una tía ni mucho menos fue producto de su honrado trabajo, por decir algo.

Once, viajes de desahogo para quienes no acaban de aceptar que les acabó el negocio en la burocracia estatal pues los grandes sueldos, el manejo del presupuesto, las compras amañadas, los sobreprecios, y todo eso que la caracterizó, no van con la “pobreza franciscana” del actual gobierno.

Doce, viajes político-empresariales para los hombres de negocios que sueñan con llegar a la presidencia de la República, aunque ni siquiera puedan imponer una decisión a sus iguales, como Gustavo de Hoyos Walther, presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex). A lo mejor lo acompaña su amigo Javier Lozano.

Trece, viajes económicos para los políticos que no pueden comprarse su avión porque “robaron poquito”, como un tal “Layín”, Hilario Ramírez Villanueva, expresidente municipal de San Blas, Nayarit, que no robó más porque su municipio estaba “bien jodido”. Corrección, este personaje deberá hacer un “viaje al reclusorio” pues es buscado por la desaparición “inexplicable” de 12 millones de pesos de las arcas públicas. Bueno, de cualquier modo, tendría el gusto de subirse al avión presidencial.

Catorce, viajes al vacío para quienes aún sueñan con hacer de México su botín personal o de grupo y no se conforman con saber que la gallina de los huevos de oro aún vive y ya no les pertenece.

Quince, viajes de opio para quienes, no perteneciendo a la clase política, quieran saber qué se siente ser, por unos segundos, el hombre, y digo hombre porque hasta ahora no hemos tenido una presidenta, más poderoso del sistema.

Bueno, baste aquí, si alguien tiene otras ideas para utilizar el invendible avión presidencial, por favor, escriba su propio artículo.

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