José Reyes Doria | @jos_redo
Los estragos que causó el huracán Otis en Acapulco y otros municipios guerrerenses, son de una magnitud colosal, pocas veces vista en el mundo. Una de las grandes y emblemáticas ciudades de México quedó destruida. No es exagerada esta afirmación, pues el hermoso puerto sufrió daños catastróficos en más del 90 por ciento de sus hoteles, restaurantes, clubes, casas, pequeños patrimonios, enseres domésticos, comercios, colonias populares, infraestructura urbana, etcétera.
La economía de un millón de personas residentes en Acapulco y alrededores, depende en gran medida de la actividad turística, de tal forma que la “tormenta perfecta”, no solo fue la meteorológica, también lo es la crisis multifactorial generada. La pérdida de vidas humanas aún está por determinarse, sin embargo, ya se han confirmado varias decenas de personas fallecidas.
Ante una catástrofe como ésta, en un mundo ideal, sería esperable que el Estado, con sus tres órdenes de gobierno, las fuerzas políticas, las organizaciones de la sociedad civil, empresarios, comunidades, medios de comunicación y demás actores sociales, confluyan en un esfuerzo conjunto para proyectar la recuperación de Acapulco.
Ese esfuerzo extraordinario, necesariamente debería estar encabezado por el gobierno de la República, a través de un liderazgo incuestionable del titular del Ejecutivo federal. Sin embargo, la experiencia muestra que el mundo ideal en raras ocasiones se materializa, al contrario, lo que se impone siempre es el interés político, e incluso las visiones ideológicas de los distintos grupos.
De este modo, no se han hecho esperar las acusaciones y descalificaciones durísimas entre, por un lado, el presidente López Obrador y, por otro, el conjunto de sus opositores. Se han dado con todo, llegando a niveles irreconciliables de hostilidad, en una escalada que puede traer como consecuencia que la recuperación de Acapulco sea relegada a un lugar secundario en la discusión y la acción públicas, y que la necesidad de desmentir al adversario o salvar la imagen sea la prioridad.
En los extremos cuasi alucinantes, los opositores de la llamada Cuarta Transformación, afirman que el gobierno de López Obrador tuvo información sobre el potencial catastrófico de Otis desde 22 horas antes, y que no alertó a la gente en el puerto; que lejos de eso, aquella noche se fue a dormir tranquilamente y desmovilizó a las áreas gubernamentales relacionadas con la prevención y protección civil. Aseguran que el gobierno de AMLO no está haciendo nada, que en Acapulco reina la ley de la selva, hay rapiña generalizada, la gente no recibe ayuda, el Ejército decomisa los apoyos que llegan, que oculta la verdadera cifra de muertos y desaparecidos.
En esta visión opositora, el programa para la reconstrucción de Acapulco anunciado antier por el gobierno de López Obrador, es insuficiente, asistencialista, clientelista y electorera, además de conllevar una visión ideológica antiempresarial llena de rencor. El programa se queda corto, pues los recursos destinados son insuficientes, y se necesitan al menos cinco veces más ese volumen de recursos. Es evidente que la postura de buena parte de los adversarios de AMLO está distorsionada por el interés de golpear la imagen de su gobierno y, aunque los señalamientos contienen dosis de verdad, se impone la intención de restarle preferencias electorales a Morena de cara a las elecciones de 2024.
Por su parte, el gobierno de la República no ha sabido comunicar con eficacia las acciones que está implementando para enfrentar la crisis desatada por el huracán Otis. Esto es raro, pues AMLO ha sido un magnífico comunicador; lo cual demuestra que una cosa es generar mensajes y propaganda desde la comodidad de las mañaneras, y otra cosa es enfrentar una crisis descomunal como la de Acapulco. No es inusual que un gobierno tarde en reaccionar ante un desastre natural como el que azota a los acapulqueños. No había forma de evitar los daños materiales; tal vez podrían haberse evitado algunas pérdidas humanas, pero incluso eso es incierto.
El discurso presidencial se nota vacilante. Por ejemplo, asegura que el Fondo para Desastres Naturales existe, que hay dinero suficiente para la reconstrucción de Acapulco; que lo que desapareció fue el fideicomiso correspondiente, porque solo existía para que los neoliberales lo saquearan. Pero a la vez propone que los recursos de los fideicomisos del poder judicial se destinen a Acapulco, abriendo así otro flanco de debate.
Lo que sí se debe esperar del gobierno es, una vez pasada la fase inicial de desconcierto, es una estrategia integral para enfrentar la crisis. No es que el gobierno de AMLO no lo esté haciendo. De hecho, el programa para la reconstrucción y otras acciones son atinadas y efectivas, como la restitución de la energía eléctrica, entre otras. El problema que se observa, es que el Presidente invierte mucha energía política en descalificar a sus adversarios. Sí, hay muchas falsedades y verdades a medias en las denuncias y críticas que brotan por todos lados ante un desastre gigantesco como el de Acapulco, pero el Presidente debería enfocar su capacidad, influencia, recursos y convocatoria, a concentrar y potenciar los apoyos para ayudar al pueblo acapulqueño.
Y no se trata solamente de una cuestión de buenos tratos políticos, no es solo un tema de cortesía y buenos modos lo que se le pide al Presidente. La dinámica de confrontación discursiva tiene el efecto de inhibir la construcción de acuerdos sociales, económicos y políticos, que son indispensables si se quiere llevar el rescate de Acapulco hasta sus últimas consecuencias. El columnista Jorge Zepeda Patterson, confeso seguidor de la Cuarta Transformación, publicó una reflexión donde hace un llamado a AMLO para que, ante esta profunda crisis, aparezca el estadista que México necesita.
Porque se necesita al estadista, pero también la mirada de estadistas de las fuerzas políticas para lograr no solo la recuperación de Acapulco respecto a la situación que guardaba antes del huracán. Se necesita hacer de la necesidad virtud, y hacer el compromiso de que la reconstrucción de Acapulco incluya la erradicación del crimen organizado que lleva décadas controlando el puerto, que incluya también la recuperación ambiental integral de la bahía, y la racionalización urbana. Todo esto no se logrará si desde la Presidencia y la oposición se sigue banalizando el desastre de la forma en que lo hacen.
A todo esto, es inevitable señalar el flanco político-electoral que implica el manejo de la crisis de Acapulco. El riesgo absoluto es para el gobierno de López Obrador, para su partido Morena, y para la virtual candidata presidencial Claudia Sheinbaum. Hasta ahora, las diversas crisis que ha enfrentado AMLO, no le han causado mayor daño en materia de respaldo popular, y eso que tuvo que lidiar con la pandemia de Covid-19 que dejó 800 mil muertos, o la consistente crisis de seguridad que convertirá a su gobierno en el de más asesinatos desde la Revolución. La gente percibe que AMLO no es el culpable de estos estragos.
El pasmo inicial en la reacción del gobierno de AMLO es hasta cierto punto normal. Pero la actuación en los días, semanas y meses subsecuentes ya no contará con la benévola mirada de la sociedad. Una encuesta de El Financiero reveló que el 50% de la gente no aprueba el manejo de la crisis de Acapulco por parte del Presidente, lo cual contrasta con que el 60% de esa misma gente encuestada le otorga un respaldo general a su gobierno. Es decir, la gente está atenta al escenario acapulqueño.
Por su parte, un análisis de MW Group, revela que en la conversación digital, el manejo de la crisis acapulqueña del Presidente recibe un 74% de rechazo por parte de los usuarios. Lo cual indica que el gobierno de AMLO no ha podido desmontar las acusaciones y denuncias de sus opositores en el tema.
En cuanto a Claudia Sheinbaum, por lo pronto no tiene mucho margen de maniobra, toda vez que los tiempos y las leyes electorales impiden que se exprese abiertamente sobre proyectos y acciones futuras de gobierno. Sin embargo, es importante que construya un discurso y una estrategia más imaginativa e incluyente para ofrecer soluciones de largo plazo para Acapulco.
El camino de AMLO, Claudia y Morena hacia el triunfo que los ratifique en la Presidencia de la República en 2024, parece, o parecía más o menos tranquilo. Pero suele ocurrir que acontecimientos inesperados como la crisis de Acapulco generan cambios profundos en las percepciones. Como le ocurrió al Miguel de la Madrid con su pasmo y mal manejo de los terremotos en 1985, que tres años después suscitaron, junto con otros factores, la rebelión ciudadana en las elecciones presidenciales de 1988, cuando el PRI-Gobierno tuvo que hacer un fraude para retener el poder. Veremos cómo evolucionan los acontecimientos.
SEPARATA
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