Por Moniet Cataño
La historia del narcotráfico en México es mucho más larga e imponente de lo que nos gustaría, aún para las autoridades, comprenderlo ha sido todo un reto. Hacia la década de los 30 ‘s los casos que investigaba la policía sobre tráfico de drogas no apuntaban a nada aparte de una red de personas que cuando eran aprehendidas señalaban a otros como culpables, pero estos supuestos culpables no representaban el núcleo de donde provenía este tráfico o cómo se movía. El maestro Ricardo Pérez Montfort[1] al estudiar estos casos concluyó que, “las irregularidades (de los casos) apuntaban a que la corrupción y la ineficiencia de las autoridades relacionadas con las drogas empezaban a convertirse en características endémicas de la prohibición”.[2]
Entre 1926 y 1930 la policía les daba prioridad a casos de sustancias como la heroína y la morfina, tanto a sus consumidores como a los traficantes. En cuanto a la marihuana, también hubo bastantes sanciones en su posesión y consumo debido a que eran “pobres y violentos”[3]. Por ello, en 1931, en el Reglamento Federal de Toxicomanías que se encontraba en el código penal, se aumentaron las penas para vendedores de droga, no obstante, los expertos en salud del Departamento de Salubridad insistieron que a los consumidores se les tratara como enfermos y no como criminales.
A pesar de la buena voluntad de Salubridad, los recursos no fueron dedicados a tratamientos para adictos a las drogas, fue 4 años después, en 1935 cuando se hizo un hospital especial para estos tratamientos, aunque el hospital funcionó, los traficantes siguieron representando un enorme problema. Así las cosas fueron avanzando hasta 1940 cuando el doctor Leopoldo Salazar Viniegra legalizó y reguló las drogas mediante un sistema de salud que consistió en dispensarios y no cárceles.[4]
Esta alternativa, permitía reducir la violencia que traía consigo el tráfico, producción y venta de las mismas, además de que los adictos ya no usaban agujas sucias, ni se tenían que exponer a los peligros del mercado negro o productos desconocidos. Tenían la oportunidad de recuperarse sin ser criminalizados. Por otro lado, la heroína y morfina que el Estado proveía era de mucho mejor calidad que la clandestina, así disminuyó su rentabilidad, ya no era tan buen negocio; de esta manera se desarmaría poco a poco el tráfico ilegal y la corrupción. Pero sabemos que no fue así…
Una vez que se logró el primer dispensario en la calle Sevilla, Estados Unidos impuso un embargo a los fármacos que exportaba a nuestro país, así que el doctor José Suirob encargado de esta iniciativa, se enfrentó al jefe del Buró Federal de Narcóticos: Harry J. Anslinger. Se debatió arduamente, pero el tratamiento para adictos a las drogas que los trataba como pacientes y no como criminales fue aplastado por todas las condiciones que Estados Unidos le impuso a México para poder venderle cualquier tipo de fármaco, dejando a los adictos a merced de los traficantes en el mercado no regulado.
Claro, hay que comprender que Estados Unidos decidió dejar de proveer a México con fármacos o haciéndolo con muchas reservas o a muy altos costos, debido no sólo a sus normas sociales prohibicionistas (por tradición o clasismo) sino a la compleja situación económica en la que se encontraban con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, ¿En realidad el hecho de que la droga se prohibiera, mejoraba las condiciones de vida de los ciudadanos?
Una vez completamente prohibidas las drogas, no se dejaron de vender, lo que sí ocurrió fue que los adictos regresaran a las pésimas condiciones en que estaban antes de la legalización. Además, su consumo ilegal encareció las drogas de forma que los traficantes pudieran vivir cómodamente de ello. Así, pasaron de estar a 80 centavos la ración en los dispensarios a costar alrededor de 48 pesos en la calle.[5]
¿Las drogas son buenas o malas?
Dejando el planteamiento moral de éstas, debemos comprender que ya no se trata de formarnos prejuicios, nuestro problema en el país es tan grande que es tiempo de cambiar el paradigma. Las personas seguirán consumiendo, eso es una realidad, pero siguen siendo personas, hay que humanizarlas y recordar que su salud es tan importante como la propia. Continuar criminalizándolos provoca una enorme cantidad de muertes por armas o desapariciones, muchas más de las qué hay por las horribles condiciones en las que las personas se drogan (ya sea sobredosis, agujas sucias o drogas rebajadas).
[1] Doctor en Historia de México por la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM
[2] Ricardo Pérez Montfort, en tolerancia y prohibición 232 p.
[3] Ibidem, 234 p.
[4] Para más información puede leerse el artículo “La legalización de las drogas en México: Así fue la política de Lázaro Cárdenas”, por Alejandra Romero, Luis Domínguez y Eduardo Chícharo.
[5] Op cit… Ricardo Pérez Montfort, Tolerancia y Prohibición, 298 p.