La vanidad que oculta la posverdad. Autora: Emma Rubio

No sé ustedes, pero yo estoy harta de tanto abuso de la palabra que llevan y traen cual expertos ficticios de las cosas que opinan. Su flanco favorito para ejercer la doxa; la política, ahora resulta que todos somos bien aristotélicos y nos sentimos un Zoon politikón. Desde el año 2016 en diferentes medios se declaró ominosamente que habíamos entrado a la era de la “Posverdad política” si no mal recuerdo, Drezner fue de los primeros en mencionarlo. Y por su lado, Barret nos dijo que vivíamos en  la “democracia posfáctica”, lo vemos con la proliferación de rentables sitios con falsas informaciones, tuits y posts de Facebook, inconscientes con la realidad política y la infinidad de ciudadanos vertiendo sus opiniones como verdades absolutas inundando las redes sociales. Bien dijo Alexios Mantzarlis: “Los políticos, los comentaristas mediáticos y tu vecino, no han tomado la verdad en serio desde hace mucho tiempo”.

Edward M. Harris ha hecho notar en un artículo en el cual disecciona el “Discurso de Demóstenes contra los medios” (Harris 1989), que 2 mil 400 años atrás en Atenas “aunque un testigo que perjuraba podía ser juzgado… un orador que hablara en la corte podía darse el permiso de decir tantas cosas como imaginara sin miedo a un castigo”. Hoy día toda nuestra realidad política se puede resumir en una lucha de poderes en donde el foco parece ser una competencia entre dos bandos rayando en lo absurdo, pues todo mundo de pronto se despertó siendo un analista político con conocimientos de filosofía, economía, sociología, derecho, antropología e infinidad de especialidades que ya todos dominan. El desprestigio por encima de la propuesta.

¿Se dan cuenta en lo que nos hemos convertido? Me impresiona ver la cantidad de insultos, ofensas y burlas que lanzan con tal facilidad como si en el acto de ofender, juzgar y criticar no hubiera una ética de por medio. Tal parece que la humanidad prescinde de la ética porque son especialistas en todo, menos en lo humano, vaya paradoja. Todo mundo trayendo de aquí para allá, paseando a la mentira; promulgándola como su gran y absoluta verdad, sin castigo, ni represalia, ni mucho menos sentimiento de culpa. pues la inconsciencia y la falta de reflexión fueron el fundamento de la trasmisión de todas esas falsedades.

Doy la razón a la gran Hanna Arendt cuando dice que la doxa suplió a la verdad. La opinión es hoy por hoy el discurso que prevalece en la esfera de lo público. Los límites de la plausibilidad se han evaporado y el “conocimiento” está ahora construido con base en la información que recolectan en Facebook o Twitter ¡gran paraíso de la doxa!

El ciudadano promedio se encuentra aislado de la realidad pues cree que en lo virtual se encuentra ésta. Por tanto, hemos entrado no a la era posfáctica o de la posverdad, sino a la era de la desinformación o de la información falsa. Sin embargo, la realidad ahí está. Aún se encuentra y por ello, podemos tener buenas aproximaciones a la verdad. El problema es que hay demasiada información, IBM calculó hace unos años, que producimos 2.5 quintillones de bytes de información por día, lo suficiente para llenar una biblioteca de medio kilómetro de alto que rodee a la tierra por el Ecuador. ¿Se imaginan? Es demasiada información. ¿Cómo saber cuál es verdad o no? La dificultad es que todos se creen igualmente calificados para responder a eso y lo postean en sus redes, blogs, donde se convierten en su versión personal de la verdad y pueden compartirla y propagarla fácilmente. He aquí, el origen de la información errada.

Hace tiempo las personas que escribían acerca de un tópico en específico, lo hacían porque ya habían adquirido cierto grado de especialización en ese tema. Ya habían leído, ya habían comprobado, dado algunas observaciones y recibido retroalimentación por otros expertos. Sólo así podrían escribir algo y de este modo, contribuir al entendimiento del tópico específico. Incluso, podían llamarse “expertos”. Pero con la llegada de Internet, este modelo simplemente ya no existe fuera del rango meramente académico. Este afán de llevar a cabo la democratización del conocimiento, cosa que me parece una intención idónea y noble, lamentablemente, tiene una seria desventaja de la desinformación, la cual es la manipulación y, por tanto, el control de masas.

El punto en cuestión es que cuando pasa una información de pantalla en pantalla tomándose como una verdad y la verdad brilla por su ausencia, estamos en un riesgo grande de caer en la ignorancia.

Tom Nichols describió en el Federalista en 2014 “La muerte de la pericia”, la cual se caracteriza por ser un “colapso” propulsado por Google, basado en la Wiki y empeorado por los blogs (yo agregaría las redes sociales) de cualquier división entre profesionales y hombres comunes, estudiantes, profesores, conocedores y admiradores. En otras palabras, entre los que sí saben de las temáticas y los que ni idea tienen, generando una cultura en la que la opinión de todos acerca de cualquier cosa es tan buena como la de cualquier otro, y si se le cuestiona, se indignan las personas como si se pusieran en tela de juicios años de formación y especialización que no tienen, disfrazando la ignorancia como uso de su “derecho de expresión libre”, justificándose la proliferación de la falsedad y la mentira. Por ello Jenny McCarthy puede decirnos que el “instinto materno” es, de lejos, superior a la evidencia científica. Esto lo dijo sobre el tema de la seguridad de las vacunas, de este modo, millones de personas alimentadas por Google asienten y respaldan este tipo de opiniones carentes de fundamento.

Hay mucho por decir acerca de esto, pero no soy más que una simple lectora curiosa y preocupada por la realidad. Por ello, creo que no nos queda más que la responsabilidad personal de informarnos y cuestionarnos, porque de otro modo ¿cómo sobreviviremos a esta vanidad que pretende ocultar la ignorancia dando paso a la posverdad?

@Hadacosquillas

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