Federico Anaya-Gallardo
En el año de 1651 Thomas Hobbes refutó burlonamente en su Leviatán la teoría de la potencia-acto del venerable Aristóteles… para Física y Política. Hasta hoy, en Física imperan las Leyes de Newton aunque en los campos mega (Astrofísica) y micro (Física Atómica) han surgido otros paradigmas. En Política seguimos hablando de los tipos ideales de gobierno y de sus degeneraciones, pero ya nadie asume que entre ellos haya una relación de potencia que deviene en acto. Sin embargo, las ideas del viejo maestro de Magnós Alexandrós siguen prevaleciendo en un tema central de nuestras sociedades; en un asunto tan medular que permanece oculto, fuera del debate serio: la juventud. Aún hoy, 23 siglos después, el macedonio es el eterno héroe joven y Aristóteles su eterno viejo maestro. En un presente perpetuo, Alejandro conquista el mundo conocido, atraviesa desiertos, vence decenas de reinos antiguos, cruza las cordilleras más altas, descubre los países más extraños, permanece joven, envía libros y noticias a Aristóteles. En la realidad histórica, su amigo Tolomeo envejece, funda una dinastía, preserva la momia de su joven amigo y, alrededor de una biblioteca universal, se convierte él mismo en el viejo maestro que añora la juventud perdida. Primera paradoja. Sobre ella, recomiendo ver Alexander de Oliver Stone, 2004.
Segunda paradoja: las normas jurídicas. ¿Cuantas veces se mencionan las palabras joven, jóvenes o juventud en la Constitución Potosina? Ninguna. ¿En la federal? Una: Artículo 2 Apartado B fracción VIII: en materia indígena las autoridades tienen obligación de, entre otras varias cosas, “apoyar con programas especiales de educación y nutrición a niños y jóvenes de familias migrantes…” Como puede verse, la palabra parece haberse “colado” a santo de la reforma en materia indígena de 2001 –y sólo para los indígenas migrantes. La juventud es una categoría oculta en nuestro marco constitucional. Las y los jóvenes están ciertamente protegidos por la Carta Magna, pero sólo en cuanto niños y niñas (si son menores de 18 años), o sólo en cuanto estudiantes (si siguen dentro del sistema educativo mexicano).
Mis amigos garantistas responderán prestos: el silencio constitucional mexicano se compensa por el Artículo 1º de la Carta Magna federal, que desde 2011 establece que son parte del bloque constitucional de derechos los tratados internacionales de los que México sea parte. Bien, pero resulta que sólo hay un instrumento internacional en la materia, la Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes de 2005 (CIDJ). Para colmo, México es firmante de este tratado, pero a la Cancillería se le ha olvidado enviarlo al Senado para su ratificación. ¡Van más de dos sexenios de retraso!
Como sea, este terrible panorama formal se puede superar. Primero, usando en la praxis la convención, también conocida como Pacto Iberoamericano de Juventud. En el año de su firma, Eugenio Ravinet Muñoz, secretario general de la Organización Iberoamericana de Juventud (OIJ), llamó a los jóvenes de todos los países firmantes para que, aún cuando sus propios países no la hubiesen ratificado, de todas maneras invocaran la CIDJ “para proteger y exigir el respeto de sus derechos” desde el momento en que entrase en vigor, luego de llegar las primeras cinco ratificaciones. Esto ocurrió en 2008. Segundo, si las autoridades se oponen al ejercicio de los derechos que la CIDJ otorga a las y los jóvenes, hay que litigar para que los jueces de amparo sostengan los derechos aplicando el principio pro persona. Tercero, para orgullo de los potosinos, la Ley de la Persona Joven de 2012 recuperó los derechos establecidos en la CIDJ (y los aumentó). Por tanto, en San Luis Potosí, la convención ya es parte de la ley positiva y sus garantías parte del bloque constitucional de defensa de derechos humanos en territorio del estado.
Tercera paradoja: las normas sociales. En contraste con el silencio normativo acerca de las y los jóvenes y sus derechos, resulta que la juventud es una obsesión cultural de nuestras sociedades posmodernas. Algunos neologismos derivan de esta fijación. El diario digital Capital de la Cdmx reportaba hace cinco meses que: “Los chavorucos tienen lo mejor de los dos mundos: por un lado, ya están ‘maduritos’ para las cosas importantes, pero por otro, siguen teniendo el espíritu ‘cool’ y fiestero.” Y pasaba revista a diez “señales” de la “chavoruquez”, preguntando a su lector (varón, por cierto) si creía “que esta(ba) en ‘onda’”. Detalle relevante, esta pieza de sociales señala de 30 a 45 años de edad la edad del chavorruco (nacidos entre 1973 y 1988). (Ver http://www.capitalmexico.com.mx/sociedad/unbuenchavorucosiempre-las-10-cosas-que-te-hacen-chavoruco/)
Resulta entonces que el chavorruco que pretende seguir siendo joven cae fuera del rango previsto por la CIDJ y la Ley de la Persona Joven potosina. La última norma establece la juventud entre los 12 y los 29 años de edad. Ser joven como ideal social parecería más como una regresión hacia una etapa “buena onda”, “cool”, es decir genial, fresca, buena. En este punto, recomiendo a los lectores oír en Youtube “Sugar, sugar” (1969) con The Archies. (https://www.youtube.com/watch?v=TSP0e5rXUl8)
Parecerá extraño, pero con esa música podemos regresar a Aristóteles. En el paradigma de la potencia y el acto, una aguilucha es un águila en potencia. Un lobezno es un lobo en potencia. Un cachorro humano es una persona adulta en potencia. La adultez es el acto o “perfección” de lo que se anunciaba en la juventud como sólo una promesa (potencia aún no completa, acto no realizado, “imperfección”). La CIDJ, en el párrafo once de su preámbulo, señala que es necesario proteger los derechos humanos de las y los jóvenes para asegurar “la continuidad y el futuro de nuestros pueblos”. Se trata de proteger a la juventud-potencia para asegurar la permanencia de la sociedad-adulta-acto. Es decir, la persona joven es un medio para un fin. A los jóvenes se les forma para alcanzar una madurez que asegura la permanencia de la totalidad social. Estamos ante una contradicción mayor de la convención, que prohíbe la instrumentalización de los jóvenes. Pero, como sea, tenemos ante nosotros un problema aún mayor: ¿cómo debe ser la totalidad social que los jóvenes deben preservar?
Cuarta paradoja, la historia. En el ya muy largo siglo XX, la juventud ha sido una constante (y ya venerable) fascinación. Este siglo globalizador inició hacia 1860 con eventos como la Apertura de Japón, la Emancipación de los siervos en Rusia, la Guerra Civil estadunidense, la Restauración Republicana en México y la publicación de El Capital. Para una buena recreación de ese “inicio de siglo”, visto por un trío de sus jóvenes forjadores, Karl, Jenny y Friedrich, recomiendo El Joven Marx, dirigida por Raoul Peck, 2017. Otro de esos jóvenes forjadores de nuestro siglo fue Mark Twain, quien idealizó la juventud desde Tom Sawyer (1875) y Huckleberry Finn (1885) hasta el joven yanqui de Connecticut que visita la corte del Rey Arturo (1889). Otra paradoja: hacia 1900 Twain era una celebrity… el viejo más juvenil por irreverente y crítico. En Rusia los amargos héroes del atrevido Maxim Gorki eran casi todos jóvenes, desde la pareja de gitanos que prefieren la muerte a perder su libertad en Makar Chundra (1892), pasando por el joven jornalero que ayuda al parto de una mujer desconocida a orillas del Mar Negro en Nace un hombre (1912), hasta Música (1913) y Primer Amor (1923) donde el joven militante socialista de esos cuentos es el mismo Gorki en su juventud. Gorki también adquirió estatus de celebrity hacia 1900: el primer embotellamiento en Petrogrado lo causó su mudanza a la capital zarista. Los jóvenes se vestían como él, las jóvenes se comprometían en tareas revolucionarias siguiendo su ejemplo. Tanto en Twain como en Gorki –autores esencialmente autobiográficos– tenemos modelos de jóvenes que devienen adultos y establecen un ideal de maduración de la globalización.

En Estados Unidos Tom y Huck evolucionaron a un hedonismo que habría escandalizado al audaz y estóico Twain. Hacia 1940 Hollywood había establecido el ideal de la juventud occidental capitalista en la serie de filmes sobre Andy Hardy, protagonizados por las teen stars originales. Ella, Judy Garland, la niña de El Mago de Oz convertida en la primera highschool perfect girl de una larga serie que aún sigue. Él, el perfecto Mickey Rooney, cuyo personaje se repite ad-nauseam en filmes, series y comics. Véase el antiguo cómic Archie Andrews (1939) y su reencarnación contemporánea, la Riverdale de Warner (2017).
En la Unión Soviética, Gorki y sus jóvenes revolucionarios inspiraron una nueva generación de héroes reales y de literatura. Nicolai Ostrovski (1904-1936) fue un joven combatiente rojo en la guerra civil (de los 14 a 17 años de edad). Participó en las campañas de la juventud comunista (Komsomol) para hacer la revolución e industrializar el país (de los 21 a los 25 años de edad). Paralizado y ciego como resultado de heridas en combate, desde la cama empezó a escribir en 1930 la novela autobiográfica Así se templó el acero (Kak zakalyalas stal, Как закалялась сталь, 1932). El personaje central de la novela es el adolescente Pavka Korchaguin y a través de él Ostrovski acuñó la imagen del joven revolucionario que exclama “toda mi vida y todas mis fuerzas han sido entregadas a la causa más noble en este mundo, la lucha por la liberación de la humanidad”. Esta imagen se repitió en la Rusia de los soviets y en los cinco continentes por décadas. De allí provienen la imaginería de otros héroes como José Antonio Mella, Ché Guevara o los Muchachos de la Revolución Sandinista.

Allí tenemos las dos maduraciones ideales de nuestra civilización gobalizada. En un extremo, Archie Andrews y la Highschool estadunidense. En el otro, Pavka Korchaguin y la juventud heroica de la revolución mundial. El largo siglo XX sigue sin acabar y ambos “perfeccionamientos” aristotélicos del cachorro humano parecerían seguir vigentes. Si la persona joven es un medio para un fin, ¿alguna de estas alternativas es la razonable para asegurar la continuidad y el futuro de nuestros pueblos como proclama la CIDJ?
La convención nos da una respuesta compleja. No llama ni al hedonismo highschool ni a la dura militancia revolucionaria. En su artículo 3 señala que los Estados firmantes se comprometen a asegurar “la contribución y el compromiso de los jóvenes con una cultura de paz y el respeto a los derechos humanos y a la difusión de los valores de la tolerancia y la justicia”. ¿Qué significa esto exactamente?
Esta es la paradoja final, imposible de abordar en detalle ahora. Para inicar su debate sugiero a los lectores ver una de las últimas series highschool, producida por Netflix (2017-2018). Se titula 13 Reasons Why y está basada en la novela de Jay Asher Por trece razones (2007). La narración de la primera temporada explica cómo un grupo de jóvenes de preparatoria son responsables del suicidio de una compañera, mientras el mundo adulto y las instituciones que les rodean son incapaces de atender los problemas que viven las chavas y los chavos supuestamente bajo su cuidado. La segunda temporada muestra cómo esas instituciones adultas vuelven a fallar pese a que ya han detectado que, tras el suicidio de la estudiante hubo bullying, discriminación y grave violencia de género. En ambas temporadas las y los jóvenes deben (1) hacerse cargo de sí mismos, (2) responder de sus actos ante sus pares, (3) aprender de sus errores, (4) encontrar soluciones ingeniosas contra las y los violentos, (5) descubrir que todos ellos son igualmente humanos y con iguales derechos, (6) hacer que los adultos respeten sus derechos y, sobre todo (7) hacer justicia y lograr la paz. Hasta parecería que el autor Asher y los productores de la serie hubiesen leído el artículo 3 de la CIDJ. Esto, por supuesto, es poco probable. Pero es un signo de los tiempos que los mass media y los tratados internacionales de derechos humanos coincidan. En nuestros días, los héroes juveniles ya no serán el simplón Archie Andrews ni el trágico Pavka Korchaguin, sino personas y personajes comunes que para madurar y devenir adultos deberán solucionar problemas complejos en los que están enredados y confrontados derechos humanos. Y lo deberán hacer en condiciones geopolíticas, sociales y económicas mucho más difíciles que las de un grupo de adolescentes clasemedieros en una highschool del clásico Smallville en alguna parte del todavía imperial Estados Unidos de América.