Fútbol, alegoría del mundo macro-sistema caótico. Autora: Pilar Torres Anguiano

Foto: Twitter | @medranoazteca

Albert Camus, el filósofo y premio Nobel de literatura que amaba el futbol y jugaba como portero, publicó en 1953 un artículo llamado “La Belle époque” (que se conoció en castellano bajo el título de “Lo que le debo al futbol”) en el que afirma con seguridad que, al paso de los años, lo que aprendió sobre el deber y la moral se lo debe a ese deporte. Y que los estadios llenos de gente eran los lugares en los que podía sentirse más libre, lejos del juicio propio y ajeno. Se dice que Camus no dudaba al afirmar que, si volviera a nacer y tuviera que elegir entre ser escritor o futbolista, optaría por lo segundo.

Y es que, en este juego del lenguaje, tan conocido para el filósofo Camus, las implicaciones del futbol son múltiples: como industria y mercadotecnia, como espectáculo, como geopolítica y también como un arte. Hay técnica y sensibilidad; saber y reflexión; negocio y entretenimiento; gozo y pasión. Es cierto que el resultado es fundamental, pero algunos pensamos que lo ideal es combinar la táctica y la estrategia hasta lograr algo bello.

Evidentemente el futbol no solo es futbol; también es historia, es negocio, es política, es industria y es estética. Algunos dicen que es lo más importante de lo menos importante. En su libro “Fútbol y globalización”, el internacionalista francés Pascal Boniface afirma que, en cierta medida, representa el grado máximo de la globalización. Tiene razón, además de deporte es un fenómeno geopolítico, un espectáculo increíble y una alegoría del mundo. El simbolismo de los rituales es claro: las banderas, los himnos nacionales, los cánticos y los mosaicos que se forman en las tribunas; los puños arriba y los gritos de guerra. Todo aquello conforma el escenario perfecto para un campo de batalla. Es prácticamente inevitable que se aviven los sentimientos nacionalistas en los jugadores y aficionados, a manera de catarsis.

Definitivamente a nadie le gusta toparse con la paradoja del jugar como nunca y perder como siempre, pero en este sentido Jorge Valdano dice que “ganar queremos todos, pero sólo los mediocres no aspiran a la belleza”. Si todo esto es cierto, el circo romano que vimos ayer en el partido entre Querétaro y Atlas, dejó de ser ese escenario que describe Camus, para convertirse en una escena grotesca, plagada de demonios tumefactos, hediondos, purulentos.

Desde “La Poética” de Aristóteles, el término catarsis –que significa purificación– se refiere a aquello que se produce en el espectador de una puesta en escena trágica. Con todo lo que sucede en el estadio, los espectadores se identifican, participan y, definitivamente, se transforman y diluyen en la algarabía colectiva.

El futbol trae consigo conceptos de nobleza, heroísmo, templanza, fortaleza y otras virtudes que mueven a las personas. Cuando el espectador se identifica con los jugadores y padece junto con ellos, se produce esa catarsis. Por ello, nos dejamos seducir por la nobleza de los islandeses, el honor de los coreanos, la simpatía de los senegaleses, la fuerza de espíritu de los croatas, la disciplina de los ingleses y el multiculturalismo de los franceses. Y ya en términos locales, la nobleza de mis prietitos del Atlante en los años cuarenta cuando jugaban contra los juniors del Club España.

A veces, sin embargo, las hostilidades se salen de control y se convierten en un verdadero conflicto internacional, como en 1969, cuando el futbol fue la gota de derramó el vaso entre El Salvador y Honduras, quienes se declararon oficialmente la guerra después de un partido entre sus selecciones nacionales.

Y es que, como todo fenómeno humano, no está exento de revivir rivalidades entre países, rencillas internacionales, horrores de guerras pasadas y cuentas pendientes. Ejemplos hay varios: violencia en los estadios, gritos homofóbicos y cánticos fascistas, como el “Za dom spremni” (por la patria, ¡listos!). Se trata de un grito de guerra ideado por los ustashas, el grupo derechista y ultranacionalista croata, cuya sombra rodea los estadios del país finalista. Por cierto, hace algunos meses, Kolinda Grabar-Kitarović, la carismática presidenta de Croacia –famosa por su afición al futbol– decepcionó a mucha gente que reclamaba la prohibición del grito en los estadios, al responder que es sólo un antiguo saludo militar croata, subestimando sus implicaciones xenofóbicas (algo así como cuando los mexicanos nos atrevemos a decir que gritarle “¡puto!” al portero del equipo contrario no es homofóbico).

Dentro y fuera de la cancha se hace presente lo mejor –y a veces lo peor– del espíritu humano. Pero el futbol también es ocasión de superar esos problemas y de mostrar un rostro más humano. Por su universalidad, representa la complejidad del mundo actual, en el que hay hooligans, homofóbicos y supremacistas blancos… delincuentes, y asesinos en potencia como los que vimos anoche en Querétaro.

En este deporte, como en la vida real, los aficionados pueden estar divididos entre su algarabía por el triunfo y la frustración por la derrota. Los vencidos, pesimistas. Los vencedores, esperanzados.

Aunque todos sabemos en teoría que la rivalidad solo debe ser temporal. Hoy el futbol mexicano, triste espejo de la sociedad, tocó fondo. Si la propia Federación Mexicana de Futbol y aficionados llevan años minimizando el grito homofóbico; las directivas tolerando (y a veces alentando) los excesos de las barras de animación, y los responsables de la seguridad en los estadios siendo cómplices, y un largo etcétera que antepone el negocio al deporte, la sanción deberá venir de la FIFA (que no está exenta de corrupción); y deberá ser una sanción muy fuerte:

Vetar al estadio, desafiliar al equipo local… y por más que duela, tal vez, quitarle a México la sede del Mundial 2026.

En palabras de Israel Castillo (@dr_icastillo en twitter): Somos una sociedad traumatizada. Una sociedad traumatizada funciona en modo primitivo, desregulado. No es el fútbol, es todo un macro-sistema caótico.

Pilar Torres Anguiano
Pilar Torres Anguiano

Filósofa, profesora y ensayista.

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