Formas y contenidos. Autor: Ignacio Betancourt

Muchas de las críticas (a ratos muy agresivas) contra el nuevo Presidente de la República, descalifican las formas, no los contenidos. Cuestionan el estilo  comunicativo del Presidente en los medios de difusión, las maneras de hablar y la terminología empleada, pero poco se ocupan de la magnitud del desafío que implica la modificación social de una manera de gobernar que se volvió costumbre y enajenó a todo un país (gobernantes y gobernados).

Hoy se hablará de la coincidencia en los contenidos entre alguien del siglo XIX y alguien del siglo XXI. Leyendo a ciertos autores mexicanos del siglo XIX me encontré con un autor llamado Juan Nepomuceno Adorno, nacido en la ciudad de México y muerto en ella (1807-1880), quien en el año de 1848 publicó un libro titulado “La armonía del universo”, en donde toca aspectos filosóficos y diversas utopías muy parecidas a las que suelen aparecer en el discurso actual de López Obrador. ¿Se trata de un problema antiguo o de una forma anacrónica de enfrentarlo? El autor del siglo XIX alude acerca de los mexicanos, la voluntad social y la divinidad, y lo lleva a escribir del Universo y del país, de la Naturaleza, de México y del hombre, es decir del ciudadano mexicano de ese momento. La historiadora María del Carmen Rovira, quien estudia la obra de Juan Nepomuceno Adorno, dice que fue un pensador “extremadamente sensible y receptivo de su contexto” y además lo define como “el más significativo representante de la corriente deísta en México”. Su primer libro titulado “La armonía del universo”, se publicó durante un periodo especialmente conflictivo, la guerra de México con Estados Unidos (1846) y posteriormente la agudización nacional del enfrentamiento entre liberales y conservadores. En 1848, Juan Nepomuceno Adorno publicó “La armonía del universo” y en ese libro toca aspectos relativos al país y a diversas utopías. Adorno escribe sobre los ciudadanos, por ejemplo: “La civilización actual parece un vehículo cuyas ruedas representan, la una, los inmensos adelantos que se han logrado físicamente; y la otra el destrozo y la ruina que se han verificado en lo moral (…) la sociedad se agita dolorosamente, percibe delante de sí la ruina y el precipicio a donde se dirige con aterradora velocidad.” Escribía Adorno: “para que pueda servir a mis conciudadanos en la terrible crisis que pasa actualmente el mundo y en especial nuestra querida y desgraciada patria.”

Tal vez consciente de su vulnerabilidad argumentativa añadía: “Protesto contra los que crean que yo incluyo en mis obras utopías impracticables o principios trastornadores del orden social. Yo suplico a los que así piensen, observen que no aconsejo la brusca transición del estado actual de la sociedad hacia la perfección social (…). Y aludía a: “aquellos inestimables bienes que sólo pueden obtenerse cuando la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad y la Solidaridad dejen de ser sólo hermosas palabras, y lleguen a ser hechos en que se funde la felicidad humana.” Luego sigue escribiendo como si hablara el nuevo Gabinete: “Los principales valores son la Verdad, el libre albedrío de la Humanidad, la Libertad social y religiosa, el amor, base del bien general y origen de la fraternidad, base del bien absoluto y origen de la felicidad, la Justicia, base del bien social y origen de la igualdad.” Concluyo con el siguiente rollo de don Nepomuceno Adorno: “Mientras un gobierno es bueno, benevolente y providencial, los pueblos lo aman y lo respetan. Todo gobierno teniendo una misión que cumplir, está también sujeto a bases morales y sociales, pero estas deben ser de una eficacia y pureza absolutas.”

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