De un llanto preñado de amor siempre surge una felicidad más intensa
La flor sin raíz. P. Johansson
Nadie sabe lo que tiene hasta que se lo ve puesto a alguien más, decía una frase publicitaria, parodiando la que tal vez sea la más humana de las características. Ojalá fuera solo avaricia, pero esa es solo superficial. En el fondo de ese desear lo que no tenemos –o de querer ser lo que no somos– hay algo más, que quién sabe cómo se le llame. Era lo que sentía aquella flor de cempasúchil que, según la historia, se arrancó de su raíz porque ya no quería estar atada a la tierra.
Cempasúchil quería ser libre. Seducida por el viento extranjero del norte, se dejó arrastrar porque anhelaba confundirse con él. En su viaje hacia la libertad conoce al viento, a la lluvia, al río, al maíz, al maguey, a la mariposa y a las rocas… pero entre tanto ajetreo, poco a poco fue perdiendo sus fuerzas y su brillo. Tarde o temprano todos terminaban abandonándola porque cada quien seguía su camino.
Todos tenemos un poco de aquella cempasúchil, pues parte de la construcción de identidad es la búsqueda, la incertidumbre, la experimentación, la soledad, la inquietud y a veces algo de desarraigo. En ese sentido, uno de los sentimientos más profundos es la nostalgia de lo que no somos y tal vez nunca seremos.
Algunos han intentado ponerle nombre a eso. Por ejemplo, en la filosofía romántica existe el vocablo alemán sehnsucht que se refiere al concepto de nostalgia y anhelo de algo intangible. Sin embargo, mientras la nostalgia es un deseo de recuperar algo específico del pasado –como una etapa, una persona, o un lugar– se refiere a la búsqueda de algo indefinido que anhelamos. Algunos traducen este término como deseo del deseo o enamorarse del amor. Para los filósofos románticos, este sehnsucht lleva al ser humano a conformarse con lo que tiene, a moverse constantemente; transformando en ocasiones ese sentimiento en una fuerza autodestructiva que paradójicamente hace que desperdiciemos la vida mientras la perseguimos.
El filósofo español Ramón Piñeiro se refiere a este sentimiento con el nombre de saudade y escribe en la lengua gallega un estudio filosófico en el que aborda el tema desde una perspectiva existencialista heideggeriana y entiende a la saudade como nostalgia de un bien perdido, pero también como búsqueda de algo que nos resulta desconocido y al mismo tiempo necesario para vivir. Saudade es un vocablo gallego y portugués que designa al conocimiento reprimido de saber que aquello que se extraña quizás nunca volverá.
Cempasúchil aprendió que no podía aspirar a ser libre negándose a sí misma y que una flor no puede vivir sin sus raíces. Solo la muerte se apiadó de ella, la llevó a un lugar donde ya no habría lágrimas ni dolor, solo gozo, y le pidió que adornara sus altares para siempre. El cuento de La flor sin raíz es de Patrick Johansson, un investigador y profesor de lengua náhuatl, de origen francés y mexicano por elección. La narración se la escuché a Mario Iván Martínez (la recomiendo absolutamente).
Como cempasúchil, también anhelamos lo que no somos. Dicen los que saben que el principal anhelo humano es la inmortalidad. Esa no la tenemos, pero sí podemos buscar trascendencia por distintas formas. Una de ellas es la tradición que nos brinda la posibilidad de honrar a nuestros muertos, convirtiendo la nostalgia y la saudade en una ofrenda muy bonita, llena de flores y de cariño.
Por cierto, al tiempo que escribo estas líneas, termino mi lista del mercado para mi ofrenda del día de muertos, (mi día favorito del año). El primer punto dice: media tonelada de flores amarillas.
@vasconceliana