Entre todos es mejor. Autor: Federico Anaya-Gallardo

NAICM
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Fabrizio Mejía dixit en tweet precisó: «Dicen “lo del aeropuerto debe ser técnico, no político”. Si hubiéramos empezado por ahí nunca se habría empezado en un terreno que se inunda. Por supuesto que esa fue una decisión política, no técnica» (@fabriziomejía, 17 de agosto 2018). Desde el otro extremo del espectro político, el monero Calderón publicó una caricatura en la que el jet blanco “NAICM” se detiene frente a una guillotina… y comenta: “Los técnicos concluyen: la opción es Texcoco. Aún así, el NAICM se someterá a consulta pública” (Reforma, 19 de agosto 2018). Ambas posiciones retratan cabalmente el gran debate actual en esta, nuestra nueva república. Pero, ¿realmente es un debate actual y estamos efectivamente en una nueva república?

Alejémonos de aeroplanos y aeródromos. Regresemos a las décadas en que este, nuestro larguísimo siglo XX, era joven. Mostraré a los lectores otra querella entre “técnicos” y “políticos”.

En el año 1897, la buena sociedad potosina se estremeció por el asesinato del médico michoacano Jesús González Amezcua en pleno centro de la capital del Estado. A la hora de la comida del 23 de abril de aquel año el doctor había sido llamado a una casa en la calle de Guerrero, dos cuadras al sur de la Plaza de Armas. En la sala de esa casa dos personas lo balacearon. El dueño de la casa, quien había llevado al doctor al lugar de su sacrificio corrió asustado a las oficinas del Gobernador del Estado (a no más de cinco cuadras). Allí, este hombre sólo atinó a decir “—Ya lo mató, ya lo mató”. Cosa extraña, González Amezcua no falleció de inmediato, pero para evitar que lo remataran permaneció inmóvil. Los asesinos abandonaron el lugar. El dueño de la casa y las autoridades regresaron. Al llegar, se percataron que la víctima aún respiraba. Uno de los balazos le había atravesado la garganta y no podía hablar, pero en las siguientes horas alcanzó a escribir varios recados –en los que se despidió de los suyos e identificó a sus asesinos. (Sigo las notas del periódico potosino El Estandarte del 24 y del 28 de abril de 1897.)

En el caso González Amezcua se usó por vez primera una máquina de Rayos X para documentar la trayectoria de las balas. (Fernando Quijano Pitman, Hechos notables de la Medicina Potosina, Uaslp, 1996.) Los dos principales periódicos de la capital siguieron con detalle la investigación de los hechos. El público pudo enterarse del número de armas utilizado, su origen, propietarios y estado físico que guardaban. El Estandarte (católico y de oposición) publicó desde finales de abril el primer dictamen de los peritos en balística, mientras que El Contemporáneo (laico y oficialista) denunció que el peritaje hubiese salido de la oficina del oficial investigador. Durante el mes de mayo, al escándalo del homicidio se sumó la persecución a la prensa. El 23 de mayo, El Popular, desde la capital federal, se solidarizaba con El Estandarte, porque el oficial investigador “se ha(bía) presentado en las oficinas del periódico … á practicar una diligencia destinada á descubrir quién le había proporcionado … los datos que publicó”. El rotativo del DF sentenció: “esta es una de las persecuciones más graciosas de las que se tiene memoria, pues el pretexto … para perseguir al Estandarte, es … el delito de revelación de secreto. Lucida va a quedar la prensa potosina encadenada al mutismo, pues ya vemos que cuando publica algo que es de vital interés público, se la acusa de indiscreción…”

Los potosinos también se enteraron de la probable causa del homicidio. Al parecer, en las semanas previas, habían circulado entre la élite de la capital una serie de escritos anónimos que difamaban a los asesinos. Estos creyeron que el doctor González Amezcua era el autor y trataron de obligarle a firmar una confesión. Al rehusarse el doctor, lo asesinaron. La víctima insistió, en su agonía, que él no tenía nada que ver con los anónimos. (El Estandarte, 4 de mayo). Entre las evidencias del expediente había una planilla de estampillas de correo encontrada en el escritorio del doctor, ¿eran de las utilizadas para enviar los anónimos? Más grave aún, los lectores de El Estandarte fueron informados de que del truculento asunto de los anónimos estaba enterado el mismísimo gobernador del Estado. Peor… uno de los asesinos era el director del Monte de Piedad estadual y el otro ¡el secretario particular del gobernador! ¿Sabía el mandatario de que estos funcionarios tratarían de obtener una confesión escrita de González Amezcua? ¿Conocía la intención de matarle en caso contrario? Estos detalles subrayan la naturaleza “política” del argumento de vital interés público que sostenían El Estandarte en San Luis y El Popular en el Distrito Federal.

El caso González Amezcua no era la única sensación periodística potosina de esos meses. Justo en ese abril de 1897 estaba concluyendo la primera instancia del juicio por el asesinato del joven Ismael Salas Cabrera. Esta muerte ocurrió en una especie de duelo a las afueras de la ciudad luego de que todos los involucrados habían bebido por horas y reñido entre ellos. El principal acusado, el también joven Antonio González Lavín, no negaba que él era la única persona con un arma de fuego en el lugar, ni que le había disparado a Salas a menos de cinco metros de distancia. Pero alegaba que lo había hecho en defensa propia dado que Salas le había aventado una roca. Sus defensores incluso demostraron que años antes, en otra riña, González Lavín estuvo a punto de morir a pedradas en Matehuala –y que esa terrible experiencia le había dejado un miedo-pánico a las rocas. Aunque parezca increíble, Salas fue absuelto por el jurado de doce ciudadanos que conoció del caso. (El Estandarte, abril-mayo de 1897).

A raíz de la absolución de González Lavín, el gobierno del estado decidió abolir los jurados. Se procedió “técnicamente”. En una carta del gobernador Carlos Díez Gutiérrez al presidente Díaz, fechada el 30 de abril de 1897, se explicaba que “la repetición de casos en que el jurado popular ha absuelto á los reos indebidamente, sin que haya sido posible impedirlo, me hizo pensar en la abolición de tal sistema de enjuiciamiento. Para esto quise conocer el resultado que en las demás entidades federativas hubiese tenido este sistema y habiendo pedido informes á los Señores Gobernadores se han servido dármelos, encontrando que en 19 Estados nunca lo han tenido, 6 lo adoptaron y lo quitaron, por malos resultados en la práctica y que sólo existe en ese Distrito (Federal), en Campeche y aquí. El Señor Gobernador de Campeche me dice que los resultados no han sido satisfactorios.” El gobernador pidió al Supremo Tribunal de Justicia del Estado su parecer, que también fue contra los jurados. (Colección Porfirio Díaz en la Universidad Iberoamericana, Legajo XXII, Sobre 19, Microficha 1, Documento 5835.)

El presidente Díaz respondió al gobernador apoyando la abolición, porque “para que ese sistema (los jurados) de el resultado satisfactorio que se persigue, se necesita esperar para que nuestro pueblo avance más en su cultura, moralidad y educación en general.” (Colección Porfirio Díaz, Documento 5836.) El tribunal promovió la reforma legal. El asesinato del caso González Amezcua fue uno de los primeros en que ya no hubo jurado, aunque la defensa de los acusados pidió amparo contra esa reforma. Como sea, la impartición de justicia siguió igual de mal.

Regresemos a 2018. Igual que hace 120 años, hay quienes sostienen que el pueblo necesita avanzar más en cultura, moralidad y educación en general para abordar adecuadamente los contradictorios datos de la realidad. Mientras tanto, los “expertos técnicos” deben tomar las decisiones complejas. Igual que hace 120 años, hay quienes sostienen que es de vital interés público que todas las personas estén enteradas de los problemas que enfrenta la sociedad, de sus detalles y de los datos que aporta la ciencia sobre ellos. Y creemos (yo me adhiero a este bando) que con esos datos podremos tomar, todos juntos, mejores decisiones. Igual que hace 120 años, y al igual que el resto de la Humanidad, las y los mexicanos seguimos debatiendo entre “técnicos” y “políticos”. Pero en ese lapso tenemos mil ejemplos aprendidos y gracias a ellos nuestra sociedad es mucho mejor.

Pongo uno de tierras lejanas. En su reporte de 1942 acerca de la construcción del complejo industrial soviético Magnitogorsk (“la montaña magnética”) en los Montes Urales, el estadunidense John Scott citaba a un viejo médico ex-menchevique, quien conocía la historia de la región. El viejo activista le dijo que el potencial carbonífero-ferroso de la región era conocido hacía siglos, pero el régimen zarista había sido incapaz de explotarlo. “Demasiado grande y complejo para los capitalistas, el reto quedó a los trabajadores”, le dijo el doctor. Esos trabajadores eran casi todos hijos de campesinos, con poquísima educación. Los cuadros técnicos eran escasísimos. “La revolución, guerra civil y la emigración en masa de «viejos» elementos dejó a la Rusia de principios de los veinte con más analfabetismo y con menos gente entrenada que la que tenía antes de la guerra mundial”. Por ello, el gobierno soviético invirtió muchísimo en educación gratuita. Casi todos los trabajadores de Magnitogorsk en 1932 dobleteaban jornada para asistir, por las tardes, a barracas-escuela adonde se aprendía de todo. Scott, de 20 años, era un soldador y estudiaba ruso así como materialismo histórico en la “universidad comunista” (Komvuz, Комвуз). Kolya, su compañero de cuarto y jefe de cuadrilla, de 22 años, estudiaba la “secundaria técnica” (Technicum, Техникум). Cuando Kolya terminó cursos dos años después, “podía diseñar mecanismos, calcular volúmenes, áreas y muchas otras cosas. Mejor, sabía por experiencia personal la aplicación práctica concreta de todo lo que había aprendido”.

Esta gente discutía todo y buscaba estar enterada de todo. Scott refiere cómo en su barraca, la veintena de trabajadoras y trabajadores que allí se hacinaban discutían airadamente, por ejemplo, la escasez de azúcar. Un compañero señalaba lo terrible que era el té sin azúcar. Una compañera le recordaba que la producción de azúcar había sido de sólo la mitad de lo programado ese año, pero alguien más reviró diciendo que la URSS había exportado muchos dulces “–es decir, ¡azúcar!” Pero no eran sólo murmullos entre esclavos. En esos días, aún sobrevivía el igualitarismo de los primeros días del Octubre Rojo. En una sesión de coordinación, Scott nos muestra cómo los asesores técnicos estadunidenses (pagados a precio de oro por Moscú) y los pocos ingenieros rusos aportaban datos técnicos mientras los cuadros del partido y los jefes de cuadrilla buscaban cómo resolver las dificultades. El plan inmenso de Magnitogorsk sólo se cumplió a mitades, pero lo logrado maravilló al mundo. Y fue suficiente para que la república de los soviets mantuviese el esfuerzo de guerra industrial contra los fascistas diez años más tarde. (John Scott, Behind the Urals: An American Worker in Russia’s City of Steel, Pathfinder, 2018 [1942], Partes 1 a 3.)

Técnica y política juntos. Pueblo y expertos. En realidad, la contradicción pregonada por el monero Calderón en Reforma es … una caricatura. Con la suficiente información y el tiempo necesario para procesarla, los colectivos humanos son perfectamente capaces de debatir problemas complejos. Por ello, las y los mexicanos no podemos renunciar a las conquistas de, por ejemplo, las leyes de transparencia. Tampoco podemos dar marcha atrás en la calidad técnica alcanzada en los reportes de la Auditoría Superior de la Federación. Hay que mantener la red de vigilancia anti-corrupción que se formó desde la sociedad civil y debemos proteger a las y los periodistas que nos aseguran diariamente acceso a las cosas que son de vital interés público. Y los datos anteriores hay que trasmitirlos y retrasmitirlos responsablemente por las redes sociales.

¿Es posible el error? Sí. Pero es menor el riesgo de equivocarse si el proceso está ampliamente socializado. Se trata de una vieja verdad. Ya puse un ejemplo soviético de los 1930’s. Vamos más atrás: hoy pocos recuerdan que John Milton, el poeta de El paraíso perdido, escribió un largo ensayo contra la censura en 1644 (Areopagítica). El inglés afirmaba que la sociedad necesita el libre embate de mentes y opiniones como medio para conquistar la verdad y la libertad. Creía que el mismo debate público limpiaría errores y clarificaría las dudas.

De entrada, veremos que el debate depura los datos. Volvamos al aeroplano y el aeródromo. Nos dicen que sería terrible perder los “costos enterrados” de lo ya avanzado en el aeropuerto nuevo en el lago. Hay que cuantificar eso. Y compararlo con el “costo enterrado” de las obras realizadas en los últimos 20 años en aeropuerto viejo –que hay que cuantificar en detalle también. Y luego hay que incluir los riesgos ambientales y de seguridad –y sus costos. Acaso descubramos que irremediablemente tendremos pérdidas. Pero si lo averiguamos juntos, juntos asumiremos la responsabilidad. De esto se trata la democracia.

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