Encuentro con la historia. Autor: Alberto Carral

Tras la derrota electoral del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la elección presidencial del año 2000, analistas e intelectuales discutieron toda suerte de valoraciones sobre el futuro político de México; sin embargo, pocos advirtieron que para transformar profundamente las estructuras políticas del país había que considerar igualmente una dimensión simbólica y cultural que trabajara a favor del cambio político: la incorporación de una narrativa histórica con perspectiva democrática. Por décadas el nacionalismo revolucionario del PRI había sido el relato oficial de la historia de México. El movimiento estudiantil de 1968 fue, en buena medida, un cuestionamiento a los gobiernos autoritarios que se cobijaron en la retórica de la Revolución mexicana para justificar sus políticas, pero a pesar de todo seguía faltando una nueva narrativa.

A casi dos décadas de distancia de la primera alternancia y de los historiadores que acompañaron este proceso con sus reflexiones, la carta de Andrés Manuel López Obrador enviada al rey de España para que se disculpe por los agravios de los conquistadores españoles ha generado todo tipo de reacciones tanto en México como en el país ibérico. Más allá de si fue pertinente la misiva enviada por el gobierno mexicano, se coloca nuevamente en el centro del debate público la necesidad del revisionismo historiográfico, de repensar la mexicanidad y su memoria histórica.

Culturalmente, el sistema de castas de la época colonial persiste entre algunos sectores sociales medianamente acomodados; aunque también dentro de sectores populares. Llamar «pinche india» a Yalitza Aparicio y el «blanqueamiento» de la novel actriz en anuncios publicitarios, son síntomas de un pasado que no alcanza a ser asimilado, son la negación de una parte fundamental del proceso histórico que derivó en lo que actualmente se conoce como México.

En la película Llovizna (1977), del cineasta Sergio Olhovich, se retratan fielmente las contradicciones que atraviesan a la sociedad mexicana. Un hombre de clase media proveniente de la pujante Ciudad Satélite emprende un viaje de negocios. En el trayecto del viaje este personaje hace notar su orgullo por las culturas autóctonas; en su transcurso de regreso se escucha en su vehículo el programa radiofónico La Hora Nacional haciendo alarde del pasado indígena de los mexicanos. Más tarde, el hombre de negocios se encuentra a la orilla de la carretera con un pequeño grupo de personas, quienes pasan a ser sus compañeros de viaje. Cuando el hombre en cuestión se percata que sus acompañantes hablan entre ellos una lengua que no comprende, la desconfianza, la intolerancia y el racismo se apoderan de él, mostrando así un doble discurso en la sociedad y en las indiferentes instituciones públicas cuando se conoce el trágico destino de los viajeros que se comunicaban entre sí en su propia lengua.

En efecto, la pregunta ¿qué es ser mexicano? continúa siendo de una tremenda actualidad. Vale la pena aprovechar este debate para producir nuevas interpretaciones de la historia, de la mexicanidad y de sus culturas entreveradas. Este proceso tiene que darse no a través de disculpas de jefes de Estado extranjeros, sino por medio de profundas y estimulantes discusiones que permitan al mexicano conocerse a sí mismo y, sobre todo, aceptar su pasado. Con la producción de nuevas vetas historiográficas la memoria histórica sale fortalecida y la cultura encuentra materia prima para generar comunidad.

@carralb_

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