#ElEspejo/Hombres desechables. Autor: Iván Uranga

“El niño que no sea abrazado por su tribu,
cuando sea adulto quemará la aldea para poder sentir su calor”
Proverbio africano

Es deber de todo hombre desde que nace ser violento.

La competencia desde la concepción, llegar a un mundo en donde debes sobrevivir, la brutalidad de la primera infancia, papá queriendo que seas el más fuerte, una adolescencia llena de retos, de burlas, de bullying, de enfrentamientos, una sociedad de competencias, el hombre debe pelear, procurar los alimentos y defender a la familia y el hogar; son características “de género” que hacen a los hombres ideales para la guerra, para los narcos, para la violencia.

Venimos de la gran competencia y nos forman violentos porque somos desechables, porque nos indigna que mueran 10 mujeres producto de la violencia masculina cada día, pero nos parece normal que 90 hombres mueran a diario en México desde hace 13 años, también producto de la violencia masculina. Cuando el niño que mató a su maestra en Torreón estaba en el seno de su madre, Felipe Calderón ordenaba a García Luna iniciar esta guerra que no se acaba; este niño y todos llevamos ya 13 años sólo escuchando balazos, viendo y viviendo violencia, calcinados, desaparecidos, muertes, secuestros, violaciones, torturas, fosas, fosas y más fosas con miles y miles sin nombre, los de Calderón, más los de Peña y ahora los de Obrador son más de 300 mil hombres desechables en 13 años.

Somos violentos desde el origen de nuestra especie, pero el capitalismo nos volvió modernos depredadores en un entorno social que le pone armas a nuestra violencia, porque nuestras calles y barrios están llenos de miles de hombres desechables armados, narcos, policías, guardia nacionales y militares.

Hoy la violencia es una parte innegable de nuestra cultura y tiene un lugar preferente en nuestros hogares a través de cada dispositivo electrónico y es parte del espectáculo en los medios de comunicación. La mayoría de los medios publicó la noticia de Torreón como novelada para venderla bien, y la versión absurda de “culpar” a un videojuego. El diario La Jornada estigmatiza a los huérfanos, Milenio responsabiliza a los padres y Reforma increíblemente publica la fotografía que nadie debió haber difundido. Música y series de narcos. No, ni el problema, ni la solución son individuales, el responsable es el sistema y somos todos.

La masculinidad.

La baja inversión del hombre desde la concepción y el exceso de competencia marcan toda la vida del ser masculino; los 250 millones de espermatozoides que producimos en una sola eyaculación deben competir por un solo óvulo en el mejor de los casos, pensando que estén dadas las condiciones externas para la procreación y la eyaculación no sea producto de una masturbación o se encuentren con un condón o algún tipo de anticonceptivo. (Lea: ¡Cuánto vale un óvulo!)

Cuando somos bebés se nos trata más brusco que a las niñas (aquí puede ver el experimento que lo confirma), se nos hace dependientes emocionales de la figura femenina y se nos inhibe nuestra inteligencia emocional, nuestra sexualidad al llegar a la primera infancia se nos reprime y en la adolescencia se nos deforma y se nos fomenta la competencia, que durante la infancia se convierte en golpes y abusos para establecer quién es el más fuerte, todo esto rodeado de una impersonal relación con el medio, que ahora es a través de dispositivos electrónicos, en donde puedo especializarme en la violencia, rodeado de abusos, de ruidos de balas, oyendo de asaltos, drogas, muertos.

Se nos enseña que a la vida, a los pueblos, a los otros hombres y a las mujeres, hay que conquistarles, primero con garrotes, luego con espadas, y ahora con armas de fuego y dinero.

Por eso el ser masculino en nuestra sociedad adopta formas diversas, fragmentadas y cambiantes, no sólo respondiendo a distintas épocas históricas del país sino también a lo largo de la vida del propio sujeto. La masculinidad es ambigua, incierta, confusa y en algunos casos contradictoria. Pero existen tres constantes: la competencia, la violencia, y la dominación del más débil.

Esta masculinidad —al igual que muchos otros fenómenos sociales— no es individual, necesita al otro para manifestarse; no es un episodio personal. Ciertamente, las emociones, las conductas, serán individuales, irrepetibles, pero los hombres y las mujeres están insertos en estructuras simbólicas, sociales, culturales y económicas que señalan las pautas generales de los caminos a recorrer. A la vez, estas estructuras no son neutras sino que también, en tanto genéricas, están teñidas de masculinidad. No me refiero solamente a las fuerzas armadas, las burocracias, las organizaciones educativas (en todos sus niveles), las iglesias, que han sido consideradas en distintos estudios y se acepta más generalmente su característica de instituciones sexuadas. La legislación y el derecho también lo son.

Los narcotraficantes.

En una investigación publicada esta semana, Karina García Reyes nos muestra una realidad que conocemos; ella hizo una investigación de carácter académico con 33 narcotraficantes varones. Es el resultado de una muy interesante conversación con miembros del Cártel del Golfo, del Cártel de los Zetas, Cártel de Sinaloa, Cártel de Juárez entre otros, con la intención de saber por qué se convirtieron en mafiosos y cómo poder abordar esta problemática con datos reales.

Son los resultados de su tesis doctoral “Pobreza, género y violencia en las narrativas de 33 ex narcos: entendiendo la violencia del tráfico de drogas en México” que ganó el premio a la mejor tesis de la facultad de Ciencias Sociales y Leyes de la Universidad de Bristol, 2018-2019. En la que nos muestra de forma íntima a hombres que optaron por hacer de la violencia su forma de vida, según el estudio los participantes no se ven ni como víctimas ni como monstruos. Ellos no justifican su incorporación al narco como su “única opción” para sobrevivir, como el gobierno y muchos estudios académicos aseguran. Reconocen que entraron al narco porque, aun cuando la economía informal les permitía sobrevivir bien y mantener a sus familias, ellos querían “más”. Tampoco se ven como criminales sanguinarios, como se les representa en las películas. Los participantes se autodefinen como agentes libres que decidieron trabajar en una industria ilegal, pero también se definen como personas “desechables”.

Este sentimiento de marginación, sumado a su problema de adicción a las drogas y la falta de un propósito general de vida, hace que valoren poco sus vidas y que la muerte, en cambio, sea vista como un alivio.

Se autodefinen como “ellos”, los marginados de la sociedad. No se consideran “nosotros”, parte de la sociedad civil. También reproducen la ética individualista que permea México desde la entrada del neoliberalismo en los 80. Esta ética es un arma de doble filo: no culpan al Estado o a la sociedad por su condición de pobreza, pero tampoco sienten remordimiento por sus crímenes. Consideran que ellos tuvieron “la mala suerte” de nacer pobres y marginados y sus víctimas tuvieron “la mala suerte” de caer en sus manos. Su lógica es simple: “Cada quien que se rasque con sus propias uñas”. La gente pobre no tiene futuro y por lo tanto no tiene nada que perder.

En su propia voz:

  • “Yo sabía que iba a crecer y morir en la pobreza y sólo le preguntaba a Dios: ¿Por qué yo?” (Wilson).
  • “Alguien tiene que ser pobre” (Lamberto).
  • “No puedes hacer nada para evitarlo” (Tabo).
  • “Cuando era niño, los niños más grandes me pegaban, se aprovechaban de mí porque estaba solo. Yo no era violento… pero tuve que volverme violento, más violento que ellos. Lo tienes que hacer si quieres sobrevivir en las calles” (Jorge).
  • “Yo sabía que estaba solo, si quería algo lo tenía que obtener por mí mismo” (Rigoleto).
  • “La ley del más fuerte” (Yuca).
  • “Cuando creces en un barrio pobre ya sabes que en algún punto te convertirás en drogadicto” (Palomo).
  • “En mi barrio todos sabíamos las reglas: el que se duerme pierde. Esa era la ley. Tienes que ser rudo, violento, uno se tiene que cuidar porque nadie lo va a hacer por ti” (Cristian).
  • “Cuando eres drogadicto te ves a ti mismo como nada, peor que basura… ¿a quién le va a importar la vida de un pobre drogadicto?” (Palomo).
  • “La única manera de sobrevivir a la violencia en las calles” (Piochas).
  • “Cuando ves tantos de tus compañeros morir en peleas, de una sobredosis, balaceados por la policía, tú piensas que ese también es tu futuro” (Tigre).
  • “Siempre pensé que mi destino era morir, ya sea de una sobredosis o por una bala” (Pancho).
  • “En este mundo, sin dinero no eres nadie” (Canastas).
  • “Un día puedes estar en un restaurante lujoso rodeado de mujeres hermosas, pero al día siguiente puedes despertar en un calabozo” (Ponciano).
  • “Mi meta era disfrutar cada día como si fuera el último. No escatimaba en nada. Me compraba las mejores trocas (camionetas), los mejores vinos y tenía las mejores mujeres” (Jaime).
  • “En “la jungla” los hombres también sobreviven por tener una cierta reputación. Se asume que el “hombre de verdad” es heterosexual, mujeriego, “bueno para la parranda, las drogas y el alcohol” (Dávila).
  • “Cuando era niño no tenía ilusiones, o planes para el futuro, mi único pensamiento era matar a mi padre cuando fuera grande… lo quería cortar en pedacitos” (Rorro).
  • “Cuando me tocaba torturar personas me imaginaba que la persona era mi padre y los hacía sufrir con más ganas, como él nos hizo sufrir a nosotros” (Ponciano).
  • “Si hubiera querido, hubiera matado a mi padre. Tenía docenas de sicarios trabajando para mí. Si hubiera querido… lo hubiera podido ver sufrir bajo tortura. Pero no pude… así que le dije: vete lejos de aquí, que no te vea. Si te vuelvo a ver te mato”. (Facundo).

El individualismo y la competencia capitalista.

La visión de pobreza fue impuesta por el capitalismo e implica una visión individualista del mundo, nos quita la idea de comunidad, por eso en la lógica del discurso del narco desde el punto de vista de la pobreza es que los individuos están solos y por lo tanto impera la ley del más fuerte y asume que los niños y jóvenes pobres inevitablemente serán drogadictos y pandilleros violentos y da por sentado que estos jóvenes no tienen futuro y por eso son desechables.

La muerte temprana de estos jóvenes también se percibe como inevitable, ellos ven una sociedad en donde ser joven y pobre es fatal. Bajo esta lógica, una de las pocas maneras de disfrutar la vida es a través del consumo de productos de lujo y la única manera de acceder a ellos es a través del “dinero fácil” que les proporciona “la vida fácil”. La vida fácil es el trabajo en el narcotráfico. La felicidad dada por el dinero fácil; se asume el peligro y se entiende como efímera pero que merece la pena, porque se asume que la vida fácil se tiene que vivir rápido y al máximo.

El discurso del narco también produce la idea de que “un hombre de verdad” tiene que ser agresivo, violento y mujeriego. La violencia física es esencial para sobrevivir, literalmente, no puede mostrar sus miedos, sus emociones y debilidades, y la mejor manera de hacerlo es demostrar fuerza y dominio en todos los territorios: en la pandilla, en las peleas con pandillas rivales y en sus casas, con sus familias.

Para 28 de 33 narcotraficantes, la fantasía de matar y hacer sufrir a sus padres era su mayor motivación para trabajar en el narco, todos coinciden en que los querían hacer sufrir, querían cobrar venganza no por su sufrimiento, sino por el de sus madres. Notablemente, todos también coinciden en que llegada la oportunidad no pudieron cumplir su fantasía.

Igualmente, las masculinidades dominantes en nuestros países no sólo justifican, sino que incentivan la violencia. La solución a los problemas en la región invariablemente es la agresión y políticas de seguridad militarizadas. Las políticas no violentas no son una opción hasta ahora en nuestros países porque el machismo y la violencia están institucionalizados.

Como erradicar la violencia.

La clave para atacar la violencia es entenderla: ¿De dónde viene? ¿Quién la justifica y cómo? ¿Cómo se reproduce? ¿Cómo se ha lidiado con ella? Para contestar estas preguntas, necesitamos un enfoque interdisciplinario y la disposición de nuestros gobiernos a escuchar.

Lo que más urge es un cambio de paradigma: que los militares regresen a los cuarteles, porque los militares son el otro lado de la violencia, los problemas complejos se deben resolver localmente aunque eso no dé medallas a los políticos y entender que no son “ellos” o “nosotros”, la falta de pertenencia es el mayor de los problemas; cuando trabajé con niños infractores ante la pregunta de por qué se encontraban presos, la respuesta siempre fue la misma: Soy; Soy drogadicto. Soy ratero. Soy violador. Soy asesino. Ninguno me respondió, estoy preso porque me drogué, porque robé, porque violé o porque asesiné. Es decir, todos contestaron Soy porque robando, drogándose, violando, asesinando, por fin son, por fin pertenecen a nuestra sociedad, por fin son algo. Así los narcotraficantes necesitan pertenecer, porque en su comunidad, en su familia no pudieron ser y siendo lo que son, por fin son algo.

No existen soluciones mágicas para eliminar la violencia, como podemos ver es un problema profundo, pero de algo estoy cierto; la consciencia humana es capaz de transformar hasta nuestro código genético, el gobierno debe apoyar para que las familias y las comunidades construyan su identidad y su sentido de partencia, y este un trabajo a ras de tierra que no deja votos, pero sí una sociedad sana y si no somos capaces de construir como sociedad al hombre nuevo, por los menos debemos dar las condiciones y la oportunidad de que nuestros niños se conviertan en “adultos autogenerados”, es decir, personas que ya no se definen por el mero patrón de las imágenes del pasado, sino que sean cada vez más capaces de desarrollar sus propias creencias y modos de acción, rompiendo de esta manera con los molestos estereotipos de género, teniendo la oportunidad de no depender de las estructuras heredadas, sino de afianzar día a día las suyas propias y que estas se fundamenten en el respeto.

Comencemos por dar un tiempo en cada casa y comunidad para saber quiénes somos, qué pensamos, qué sentimos y qué hacemos para que la familia y la comunidad funcionen, pero sobre todo perdamos el miedo a abrazarnos para que con calidez no tengamos que seguir viendo a nuestra comunidad arder.


La Vida es una construcción consciente.
Iván Uranga
@CompaRevolución
iuranga@cnpm.mx

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