La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos.
Estoy y estuve en muchos ojos. De la memoria que de mí se tenga.
Los recuerdos del porvenir.
Yo no sabía que, para los japoneses, el color verde era considerado un matiz del azul, al grado de que en la antigüedad no existía en su lengua una palabra para designarlo. Con el paso del tiempo, se introdujo la palabra midori para referirse a ese color. Lo curioso es que ese elemento siguió permeando la cotidianidad japonesa hasta tiempos recientes. Inclusive, fue hasta mediados del siglo XX que los semáforos –en vez de verde– tenían luz azul, roja y ámbar. La historia me parecía irreal, hasta que un día mi amigo Nagame me lo confirmó. También me contó que recordaba los años en los que sus abuelos, junto con muchos otros, se quejaban de los semáforos y que a él le causaba mucha gracia la resistencia a los cambios que suelen tener los adultos mayores, hasta que un buen día se vio haciendo él lo mismo con sus hijos. Algo hay de eso. Todo cambia, pero –a la vez– todo vuelve, aunque de distinta forma.
El tiempo pasa muy rápido, pero al mismo tiempo los instantes permanecen. Dice la filosofía realista que nada –ni siquiera la realidad empírica– es tan contingente que no tenga algo de necesario. ¿Qué tal si ese componente necesario que hay en lo contingente escapa de nuestro entendimiento? La realidad es mágica. Eso se ve en cualquier plaza pública, en cualquier mercado, en cualquier ciudad de México. Afortunadamente, Elena Garro no solo lo percibía… también lo escribió. Elena, en su universo, se transfigura en multitud de colores y de tiempos, como sus personajes (seguramente le habría encantado la historia del verdeazul japonés).
Elena escribía sobre lugares lejanos, personas que se convierten en piedra, señoras en su balcón dialogando con su yo del pasado en distintas etapas. Elena juega con lenguaje simbólico y poético y construye relatos como dentro de un sueño. Así, mostraba lo irreal como algo cotidiano.
La señora en su balcón es una obra clara para asomarse a la visión existencial de Garro. Clara, el personaje central, tiene el deseo de superar las barreras entre pasado y presente y dialoga consigo misma en distintas etapas, sugiriendo que ella es como el agua de un río cuyo fluir es desviado o anulado por el otro y vive una soledad circular, como el tiempo. Por ello, anhela llegar a la eternidad.
En sus Recuerdos del porvenir –grandioso oxímoron– aborda el México del maximato y la guerra cristera, desde su muy particular perspectiva. La de una nación dividida entre lo viejo y lo nuevo, porfiristas y revolucionarios, caudillos que se adueñan del poder frente a los que siempre se quedan al margen: los del México rural. Ixtepec, es el pueblo cuyos habitantes ya no tienen sueños, porque quienes se han adueñado del poder se los arrebataron. Ixtepec es un lugar donde todo muere, donde todos están muertos y el narrador, que es el propio pueblo, está sentado sobre una piedra mítica, condenado a la repetición del pasado, a recordar el porvenir.
Sus historias se ubicaban en escenarios de la provincia mexicana, pero con un toque fantástico en un tiempo circular, que se repite de manera espiral mientras la vida, a su vez, revive constantemente la misoginia cultural histórica, tan arraigada en este país. Tal vez por todo eso se le considera precursora del Realismo Mágico, junto con Juan Rulfo. Ella rechazaba la etiqueta porque lo mágico de la realidad era solo una representación del pensamiento y tradiciones milenarias del mundo indígena. Así se forma su cosmovisión.
Una cosmovisión se compone de determinadas percepciones, ideas y valoraciones que conforman una imagen general de la realidad. A partir de tal cosmovisión, las personas interpretamos nuestra propia naturaleza y construimos las nociones básicas que aplicamos a los diversos aspectos de la vida y permea los distintos campos del conocimiento, la manera en la que interpretamos el mundo y nos paramos en él. Elena encarna su propio dualismo, al grado de que es difícil separar lo real de lo ficticio, la densidad y singularidad de sus personajes, especialmente de las mujeres.
Es innegable que las limitaciones que todas las cosmovisiones llegan a tener, se continúan en aporías para las personas que fueron configuradas en esa cultura. Nuestra cosmovisión nos acompaña. Las cosas que escuchamos y vemos desde pequeños, son el filtro simbólico con el que contaremos para percibir los aspectos de lo real, como los japoneses y el color verde.
A propósito de cromática y realismo mágico, el otro día me reenviaron al whatsapp, un mensaje que bromeaba acerca de que los hombres únicamente son capaces de distinguir siete colores, mientras que las mujeres podemos percibir más de mil… y que el melón y el durazno son frutas, no colores. ¿Qué saben ellos de lo que las cosas pueden o no ser? Se nota que no han leído a Rulfo, García Márquez o a Garro.
@vasconceliana