“Lo que ahora nos resta es levantar árboles del leño caído”.
Armando Vega Gil
A veces hacemos cosas que, al parecer, no tienen sentido. Por ejemplo, ¿tendrá sentido abrazar a un árbol y ponerle nombre?
Yo sé de un sauce que se llamaba Saúl. El nombre se lo puso Rafael, quien se había encariñado con el árbol cuyas ramas y espeso follaje llegaban hasta su departamento, ubicado en un tercer piso. Saúl era tan frondoso que Rafael ni siquiera tenía que poner cortinas. Saúl resguardaba la intimidad de Rafael de la vista de los vecinos chismosos y de la mala sangre de la gente que enturbiaba el ambiente con sus rostros amargos y sus voces de aguijón. Los vecinos querían talar a Saúl para ampliar el estacionamiento del edificio y aprovecharon que Rafael –que era músico– se encontraba de gira, para acabar con el sauce. Cuando regresó a su casa, Rafael casi se quiso morir.
La historia me recordó también la de una jacaranda grandota que había en mi calle cuando era niña y las vecinas idiotas mandaron mutilar, porque sus patios se les ensuciaban con las flores y hojas. Y la de los más de cien árboles que fueron talados para ampliar estacionamientos de las Farmacias del Ahorro.
Uno podría preguntarse qué sentido tuvo la vida de aquél hermoso árbol, cuya vida terminó de tajo por la miopía axiológica de la gente. Y qué sentido tendría la vida de Rafael sin su peculiar amigo.
Abrazar a un árbol es un cuento del escritor Armando Vega Gil; pero también es una historia que se repite todos los días en las ciudades y una metáfora de algo más profundo.
Sabemos que las cosas son efímeras, que siempre hay que volver a empezar. Sin embargo, proyectamos el sentido en cosas arbitrarias, efímeras, vanas, imaginarias, socialmente construidas o virtuales. A todos nos llega el momento de hacer una pausa para preguntarnos: de todo lo que pasa y de todo lo que vemos o escuchamos, ¿con qué nos quedamos? ¿Cuánto sirve realmente y para qué? Formularse esas preguntas parece simple y, sin embargo, va de por medio una gran cuestión de fondo: el sentido de la vida.
En su obra, Albert Camus aborda constantemente el sentido de la vida y la condición humana. Como pensador, es considerado nihilista, existencialista, vitalista, teórico del teatro del absurdo, filósofo de la rebeldía y anarquista; etiquetas que rechaza porque, en su opinión, no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio.
Para Camus, el suicidio es, en cierto sentido, confesar que la vida nos supera o que no la entendemos: que nos hemos convertido en extranjeros. Morir voluntariamente supone que hemos reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter ridículo de esta costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento. Y más adelante señala en su obra ‘El extranjero’ que, el absurdo, es un destierro sin remedio, es un divorcio entre el hombre y su vida, una aspiración a la nada.
Las personas tenemos una profunda necesidad de sentido que ‘topa con pared’ ante el absurdo, ante la indiferencia o ante la crueldad del mundo. Entonces el sentido se extravía, se busca, se replantea o se pierde para siempre. Sin embargo, el absurdo no es necesariamente el final de la historia, sino una condición que puede superarse dando paso a la rebeldía.
Lo ideal es lograr rebelarse al absurdo haciendo la propia vida digna de ser vivida. Pero la realidad a veces es otra; y en aras de esa propia libertad, también hay quien decide dejar todo de lado. Ni hablar. En palabras de Armando: Toda la vida huí de lo que soy, y ahora que me he dado alcance, no me reconozco.
Abrazar un árbol, de Armando Vega Gil está publicado en “La ciudad de los ojos invisibles” y también puede leerse en este enlace. http://elblogdearmandovegagil.blogspot.com/2010/12/fabulas-del-urbanodonte.html Por cierto, Rafael logró rescatar una rama del sauce que con el tiempo echó raíces y esperará con paciencia el día en que pueda trasplantarla, porque de uno u otro modo, siempre hay vida después de la muerte. Sobre todo, si se es un gran escritor.
@vasconceliana