Todos los días camino por las calles del centro para llegar al trabajo. Hay una casona antigua y deshabitada. Cada día tiene un cristal menos y un grafiti más. Frente a la puerta hay un árbol muy grande que, se ha convertido en basurero. Más adelante, encuentro un niño que intentaba golpear con su mochila a las palomas que se acercaban a comer en una de las plazuelas. A dos pasos de él, la mamá –tamal en mano– en lugar de corregir a su bendición, pateaba, a su vez, a un perrito callejero. No pretendo decir que me escapo o que soy superior a ellos. A veces, ni siquiera notamos nuestra falta de armonía con la vida.
Qué distinto sería todo si desaprendiéramos esas conductas y aprendiéramos a ser guardianes de los árboles, o de los animales, o de todo aquello que permite la vida. Pero todo parece indicar que, para nosotros, cada vez significa menos la noción de respeto. Todo parte del origen y, si supiéramos voltear a él, cuánto podríamos aprender de la cosmovisión de los pueblos originarios, como el wixárika, también llamado huichol.
Para los wixaritari (en plural), Nakawe, la abuela lluvia es el ser más antiguo de todos. Su historia se transmite por distintos relatos orales que coinciden en señalar que, en ese tiempo mítico, el mundo aún era oscuro. Su nieto, Watakame era el primer hombre. Se dedicaba a desyerbar el campo para poder sembrar, pero en cuanto volteaba la mirada, la yerba volvía a crecer una y otra vez, por lo que su trabajo era inútil porque el mundo aún no era lo que estaba destinado a ser.
La abuela lluvia lo visita por primera vez y le avisa que el mundo tal como lo conoce está a punto de cambiar. Le pide construir una canoa para que, además de ella, se salvaran él y la perrita negra que siempre lo acompañaba. Entonces comenzó un diluvio que dio origen al mar. Nadie sabe realmente cuánto duró porque aún no existían el día y la noche.
Cuando cesó el diluvio, la abuela lluvia marcó con su bastón milagroso, sobre el mar, el primer punto cardinal: el centro. Después los cuatro restantes. Entonces los distintos dioses salieron del mar originario y dio inicio la gran peregrinación rumbo a Wirikuta, el lugar por donde saldría el sol.
Algunos de los dioses-antepasados se iban quedando en el camino, convirtiéndose en los cerros, las piedras, los árboles, manantiales y en las diferentes especies animales y en todas las cosas que los humanos, sus descendientes, necesitarían para vivir. Así, Watakame formó parte de aquella expedición y presenció la renovación del planeta.
A partir de la primera salida del sol, las cosas y las criaturas tomaron la forma que actualmente tienen, de manera que todos estos elementos de la naturaleza, aunque tengan una apariencia diferente a la de los seres humanos, son considerados personas. Tengo una amiga que se llama Norma y es originaria del Nayar. Se refiere a la montaña que alcanza a ver desde su casa, como ‘La abuela’. Ahora entiendo por qué.
Aquellos no son dioses en el sentido occidental del término, son parte del cosmos y no sólo creadores de él. Para los wixaritari los dioses son sus ancestros y su familia: el Abuelo Fuego, la Madre Agua, el Padre Venado Azul, el Padre Sol.
La Abuela Lluvia encarga a Watakame la misión de cuidar y proteger la tierra, que es fuente de salud, luz y conocimiento. Le pide preservar el equilibrio y transmitir a sus descendientes todo lo que aprendió. Así, el pueblo wixárica mantiene su compromiso hasta hoy, con la ayuda de los marakames o guardianes.
El sábado pasado, el marakame Margarito Díaz González fue asesinado. Era campesino y guardián, como su antepasado Watakame, formaba parte de la Unión Wixárika de Centros Ceremoniales de los estados de Jalisco, Durango y Nayarit, e incansablemente promovía que las zonas sagradas fueran protegidas.
Un marakame honra el compromiso con la Abuela Lluvia entregando su vida al cuidado de la cultura wixárica y a la búsqueda de conocimiento para llevarlo a sus hermanos; por eso el guardián es el intermediario entre el mundo de los hombres y el de los dioses.
Es triste y desesperanzador cuando alguien que protege la vida la pierde a manos de quienes no conocen el respeto por la misma.
Pero a pesar de los golpes, la nación wixárika ha mantenido su cultura viva a lo largo del tiempo. Sobrevivió a la conquista española, a los latifundios porfiristas, a la revolución. Por el bien de todos nosotros, ojalá que esa nación, de la mano de sus abuelos y padres, se sobreponga a los golpes de las mineras canadienses que amenazan con aniquilar sus lugares sagrados. Apoyemos esa causa.
En su cultura tienen la creencia de que, al momento de fallecer, el alma se desprende del cuerpo y se posa sobre la cabeza del difunto en forma de humo o viento. La muerte representa para ellos un proceso de purificación, en el que el alma pasa por cinco niveles para llegar al inframundo y el primer lugar en el que el alma se reúne con sus antepasados, es frente a un árbol de amate y así comienza su trascendencia. Siguen formando parte del universo, pero ahora de otra manera. Vuelven al origen. Los hombres peregrinan, las enseñanzas quedan, como lo expresa en estas líneas Angélica Ortiz, poeta wixárika.
A sus hijos entrega su palabra,
y éstos se duermen escuchándolas.
Jamás los despierta,
sabe que sus palabras
penetran en los sueños como semillas.
@vasconceliana