El gran equívoco llamado felicidad. Autora: Emma Rubio

Habitamos un mundo en el que la felicidad se logra confundir con el consumir, esto ya es lugar común para todas las personas y vivimos incluso haciendo crítica de ello pero la gran paradoja es que hasta la crítica misma es ya un consumible ¿cierto? Otra gran paradoja es que podemos ser felices sin serlo ¿cómo es esto? Siguiendo la encomienda social por encima de nuestros propios deseos e intereses. Al nacer como dice Heidegger, somos arrojados al mundo; lo cual de algún modo nos determina culturalmente a ser lo que quizá debemos ser mas no lo que queremos ser. Esto está claro si nos preguntamos cuántas son las personas que han cumplido con los estatutos adecuados para llenar los estándares que impone la idea de éxito: Ser feliz ergo exitoso. Esta ecuación no ha sido más que una gran maldición para todos tanto los que cumplen con los estándares como para los que ni de cerca lo hacemos. Zigmunt Bauman dijo y lo parafraseo; que en estos tiempos la felicidad se encontraba en las tiendas tristemente. Y en efecto, en el mercado hay un sinnúmero de modos y formas para ser feliz, por lo cual, se deduce que aquel que no es feliz es porque no quiere o mejor dicho porque no puede comprar la felicidad. Por otro lado, abundan los gurús de la felicidad que abusan de esas historias de las que hemos sido herederos, patrones que hacen que resulte cosa compleja el ser felices e incluso amados. Por ello, recomiendo ya no dejar en manos de esos gurús de la autoayuda (los cuales sólo tienen argumentos endebles y anecdóticos para respaldar sus afirmaciones) la encomienda de la propia felicidad. Existen en el campo filósofos como Alain de Botton y A.C Grayling quienes se han arriesgado a ser objetos de escarnio al publicar libros o crear instituciones diseñadas para devolver un campo ascético y analítico a sus raíces humanitarias. Se han atrevido a recordarnos cómo los grandes pensadores de la historia podrían ayudarnos a navegar por el mundo con satisfacción y los mínimos traumas.

Vayamos a los clásicos como a Jámblico quien fue biógrafo de Pitágoras, señaló que el filósofo hacía mucho hincapié en la necesidad de conocer los límites de lo que podemos conseguir y de resignarnos a las vicisitudes fuera de nuestro control. Esto hoy día es complejo y más cuando nos dicen que todo lo que pensamos se puede realizar, es decir, que si tú piensas algo y sacudes la barita del decreto por arte de magia aparece. Entonces, aquellos que no logramos llevar a la praxis tal fuerza de hechizo pues somos unos verdaderos fracasados ante ese mundo infestado de positivismo. El pensamiento positivo me parece la trampa más peligrosa de estos últimos tiempos. Una trampa en la que muchos caen en busca no de la felicidad como tal, sino simplemente de un sentido para su vida. ¿Quiere que su vida sea significativa? Bien, pues entonces le exhorto a la lucidez y la aplicación de un prudente pesimismo. Paradójicamente, este pesimismo protegerá su felicidad global manteniéndolo anclado a la realidad, una felicidad que no dependerá de un éxito.

La felicidad de la que hablo apunta a un nivel potencialmente más profundo, solemos pensar; si esto no sale bien, como es posible que suceda. Independientemente de su entusiasmo, hay muchas más cosas en la vida que pueden hacerle feliz. Culturalmente nos han hecho esclavos de las metas y creemos que solamente alcanzándolas lograremos la verdadera felicidad como si incluso existiese algo así de “verdadera felicidad” Hans Gruber en su libro La jungla de cristal dice lo siguiente: “Cuando Alejandro Magno vio la extensión de sus dominios, lloró porque no había más mundos que conquistar”.

Curiosamente Arthur Shopenhauer un gran filósofo conocido por su enorme pesimismo y su placer por practicar la misantropía, describe en mi opinión una felicidad muy ecuánime y real en su libro El arte de ser feliz y cito: “Las circunstancias dadas y nuestros propósitos básicos se pueden comparar con fuerzas que tiran en dos direcciones distintas, y la diagonal resultante es el curso de nuestra vida”. Lo que este gran pensador nos dice es que no tenemos el control sobre nuestra vida como el que nos gustaría tener, tendremos desde luego ciertas metas que nos lleven hacia una dirección. Sin embargo, la vida tira constantemente en la dirección opuesta. Por mucho que creas en ti mismo, las fuerzas de la vida continuarán con lo suyo. Aquí el mensaje más claro sería que al haber creído en esa historia acerca de la felicidad nos hemos, de algún modo, instalado en un desfase temporal pues solemos proyectarnos hacia el futuro y esto hace que nos perdamos el presente lo cual no nos permite conocernos realmente a nosotros mismos ni tampoco reconocer la riqueza del momento actual. Al tratar de controlar lo que no podemos controlar, no hacemos más que asegurarnos la frustración y decepción. ¿Es acaso esta la vida que quiere vivir? La felicidad no es ni lo que uno puede comprarse, ni lo que uno logra en un trabajo o adquiriendo un título, la felicidad es más como lo que Epicteto dice acerca de la madurez emocional la cual consiste en darse cuenta de que existe un enorme abismo entre los acontecimientos del mundo y lo que hacemos con ellos. Como bien dijo Nietzsche “No hay hechos, sólo interpretaciones”. Así las cosas, cada uno de nosotros decide entonces cómo definir la propia felicidad desde lo más profundo de nuestro ser sin acabar engullidos por las historias contadas erráticamente acerca de lo que es la felicidad, nadie mejor que uno mismo para definir la propia felicidad, sin decretos, ni hechizos, ni cediendo la voluntad a ningún gurú que nos llegue con las respuestas “adecuadas” para  algo en lo que sólo nosotros somos especialistas, nuestra propia vida.

Emma Laura Rubio Ballesteros
Emma Laura Rubio Ballesteros

Licenciada en filosofía, maestra en educación y especialista en Teoría Crítica y hermenéutica, certificada en educación socioemocional. Autora de diversos artículos en revistas académicas

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