Del bovarismo y otros epónimos

Madame Bovary

“Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
Eduardo Galeano

María del Pilar Torres Anguiano

En la zona acondicionada para las cafeteras y los microondas en la oficina, los oficinistas coincidimos en las mañanas para la charla previa al trabajo diario.

“Ya no aguanto. Los voy a mandar al diablo”.

Hace tiempo, una compañera comentaba las injusticias a las que se veía sometida debido a un antiguo pleito personal con quien se había convertido en su nuevo jefe directo, y antes era un compañero más. Ya entrados en el chisme, recuerdo a los demás comentar que antes, el sujeto en cuestión era más bien introvertido y amable. Ahora, en cambio, se mostraba sádico, fanfarrón y autoritario, además de casanova. Parecía el típico caso del burócrata venido a más que no conoce la ética profesional y que con su pequeño ascenso regresa a la oficina a desquitarse de quienes le caían mal, antes de ‘ser alguien’.

Algunas veces la vida toma prestados términos de la literatura o la mitología, en su búsqueda de la palabra precisa para atrapar la verdad de las cosas. Así, hay personas narcisistas, maquiavélicas, sádicas o masoquistas, en referencia a Narciso, Maquiavelo, Sade o Masoch, respectivamente. Les llamamos epónimos, y en nuestra habla, como en estas líneas, abundan ejemplos. La anécdota del oficinista ascendido y transformado me recordó aquel epónimo al que dio lugar Madame Bovary, la célebre novela de Gustave Flaubert.

El bovarismo refleja la monotonía y el desencanto de la vida cotidiana de una persona insatisfecha, influida por una mezcla de vanidad, imaginación y ambición, que aspira a situaciones muy superiores a sus posibilidades. Inspirado en el personaje, el término fue creado por el filósofo schopenhaueriano Jules de Gaultier, refiriéndose a un estado de desarraigo existencial e insatisfacción permanente que sufre un individuo a causa de una aversión profunda a su propia realidad y a un desnivel entre ésta y sus ilusiones. Como Ema Bovary, quienes padecen el bovarismo comúnmente se crean una personalidad ficticia y desempeñan un papel diferente al de su verdadera naturaleza.

En términos más técnicos, implica una falla en el auto concepto de las personas. El bovarista imagina ser otro distinto, lo cual algunas veces implica trastornos de ansiedad –en hombres y mujeres– que constituyen la explicación de muchos comportamientos de aires de superioridad. Gaultier, inclusive, habla de un índice bovárico, el cual se calcula –metafóricamente– midiendo la distancia que existe entre lo imaginario y lo real de cada individuo; entre lo que es y lo que cree ser.

Hay que decir que esta facultad de pensarnos distintos de como somos en realidad, conduce en algunos casos al fracaso y en muchos otros, al éxito. De hecho, el término no siempre se expresa en sentido negativo. Algunos ejemplos: Jacques Lacan, Antonio Caso y Danniel Pennac.

Para Lacan, el teórico psicoanalista de los arquetipos, el bovarismo es una de las funciones esenciales de la personalidad, cuyo desarrollo está ligado a la historia personal, las experiencias y a la educación, que es donde se encuentran elementos dados por imágenes ideales. Así construye su teoría del estadio del espejo como formador de la función del yo.

Para Antonio Caso, filósofo bergsoniano, la tragedia de Madame Bovary consiste en que, al ir tras el señuelo de lo que podemos ser, a veces descuidamos la realidad que poseemos y el mundo que sí podemos disfrutar. No obstante, quienes han logrado modificar las condiciones de la historia imponiendo su sueño a las masas, contaban con esa característica expresada en el epónimo que nos ocupa; porque –dice– solo quien se piensa como un ser libre puede llegar a serlo. Así, Caso señala que la vida es mucho mejor con bovarismo, que sin él.

El escritor francés Daniel Pennac, en su Decálogo de los Derechos del Lector, establece el derecho al bovarismo, entendido como la emoción adolescente que despiertan algunas lecturas y en las que el cerebro confunde por momentos lo cotidiano con lo novelesco. ¿Suena quijotesco pero, a quién no le ha pasado? ¿Quién puede culpar a quien prefiere el bienestar que aportan las historias de los libros y encuentra en la ficción la inspiración para convertirse en alguien mejor? Sin embargo, cuando esa insatisfacción y aires de superioridad característicos del llamado bovarismo se traducen en cosas como la explotación de una persona, como el caso que comentaba al principio de estas líneas, irremediablemente nos recuerda la dialéctica hegeliana entre el amo y el esclavo.

La tensión entre el amo y el esclavo es dinámica y se resuelve mediante el triunfo del deseo del uno sobre el otro. Esa lucha es la base del poder político, dice Hegel. Dicho en otros términos: el choque  entre el jefe y el subordinado es un juego en el que se busca doblegar la voluntad del contrario para seguir adelante. Depende de lo que decida el amo pero también de la respuesta del esclavo, que siempre tiene la posibilidad de negarse a serlo.

Así, lo que parecía una charla cotidiana entre nosotros los godínez (otro epónimo, por cierto), aquella mañana dio un giro interesante cuando alguien más le recomendó a la compañera agraviada:

– “No. No aguantes. Mejor, resiste”.

Aguantar es simplemente tragarse el coraje porque no nos queda de otra. Resistencia, en cambio, es un algo más profundo que implica dignidad y honor, superando el arquetipo bovarista e invitándonos a romper la tensión entre el amo y el esclavo, porque el individuo se constituye y perfecciona como tal, en la conciencia de su condición de ente libre. Pero ese puede ser tema para otra ocasión.

@vasconceliana

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