Rodrigo Martínez entra a la Academia de la Lengua

FOTO: Federico Xolocotzi/OEM-Informex

Es el quinto ocupante de la silla XXXIII, la cual correspondió a humanistas como Elías Trabulse

Rosario Reyes/OEM-Informex

CDMX. Su rostro se ilumina cuando habla de las primeras actividades que ha realizado en la Academia . “Nos reunimos dos veces al mes, es interesantísimo, la gente que acude es de lo más ilustre, hablan con una gran corrección, un gran respeto a la verdad y a los demás”, relata Rodrigo Martínez Baracs acerca del primer sitio al que acudió tras ser nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua: la Comisión de Lexicografía, que preside la lingüista Concepción Company Company.

Para Martínez Baracs, igual que para su padre, José Luis Martínez, la Academia Mexicana de la Lengua es un sitio vivo. Será el quinto ocupante de la silla XXXIII, la cual correspondió a humanistas como Elías Trabulse y Álvaro Matute; participa en dos proyectos como investigador. “Me incorporé al trabajo que están haciendo del español que se habla en México, no los nahuatlismos, sino cómo usamos hoy en día el lenguaje que sólo en México tiene significado y al Diccionario Diacrónico del Español de América”, abunda el reconocido estudioso de la obra del historiador, filólogo y editor Joaquín García Icazbalceta.

Al también escritor, la pasión por el conocimiento le viene de familia. Se ha ocupado de la biblioteca de su padre y editó en la revista Biblioteca de México los epistolarios de José Luis Martínez con Alfonso Reyes, Octavio Paz, Carlos Monsiváis y Miguel León-Portilla.

“Mi padre abandonó pronto la poesía, porque dijo ‘¿para qué le hago, si está Octavio Paz?’, pero se dio cuenta que leía bien y sabía transmitir a los demás el gusto por la literatura”, cuenta el experto y recuerda que en el Censo de mediados de los años 40, la mitad de la población en este país no sabía leer.

“En esa época mi padre era secretario particular de Jaime Torres Bodet, cuando éste fue por primera vez Secretario de Educación Pública; tenían el espíritu vasconcelista, de pensar que la cultura, la lectura, son fundamentales para un país y escribieron no solamente para unos cuantos exquisitos, porque se dieron cuenta de que a través del conocimiento, el diálogo respetuoso y cordial, se podía salvar a México. Mi padre nos enfatizaba que hay que trabajar para cumplir con su deber, no para obtener elogios o reconocimientos”.

El experto concluye que su vocación es “no hacer historia para quedar bien con unos o con otros, o de acuerdo a determinadas concepciones, lo importante es la búsqueda de la verdad y para eso es importante el lenguaje”.

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