«No matter how good you are, you’re going to lose one-third of your games. No matter how bad you are, you’re going to win one-third of your games. It’s the other third that makes the difference.» Tommy Lasorda
El sábado pasado se inauguró en la Ciudad de México el muy esperado estadio de los Diablos Rojos, uno de los equipos con más tradición en nuestro país. Su dueño, Alfredo Harp Helú, gran amante y entusiasta del beisbol, invitó al presidente López Obrador para que lanzara la primera bola.
Todos sabemos que AMLO es un gran aficionado del llamado “Rey de los Deportes”, tanto que ha ideado un plan para crear una serie de academias de beisbol a lo largo y ancho del país. Para la temporada de este año, la MLB de Estados Unidos tendrá la participación de diez peloteros mexicanos. La idea de AMLO es que hacia finales del sexenio haya al menos ochenta. Si lo logra, sin duda será un éxito sin precedente en las políticas deportivas de este país, pues ni siquiera la liga mexicana de futbol, con todo su dinero y potencial, ha podido colocar en las tres mejores ligas europeas (España, Italia, Inglaterra) ni la quinta parte del número de deportistas que pretende AMLO (se imagina usted si en esas ligas tuviéramos a ochenta futbolistas mexicanos: estaríamos aplaudiendo); y ni hablemos del Comité Olímpico Mexicano ni de la Conade, que ni en sueños han vislumbrado un número de deportistas de élite así de ambicioso.
Sabemos lo que sucedió en el estadio: cuando el presidente salió al campo de juego junto con Alfredo Harp, recibió el abucheo de una parte del público. Es la primera vez, en sus poco más de tres meses al frente del gobierno, que se encuentra en una situación de contrariedad pública colectiva, y se notó, pues AMLO, fiel a su estilo, reaccionó diciendo al micrófono que no hablaría mucho, pues había porra del equipo fifí.
De inmediato hubo toda clase de reacciones en las redes sociales y en los medios de comunicación. ¿Qué significa en realidad este abucheo? Hay que decir las cosas como son: no se debe ni minimizar ni sobredimensionar este hecho.
Tan absurdo pensar, como sostienen muchos seguidores de AMLO, que José Antonio Meade, presente también en la inauguración, orquestó el abucheo, como cándido es suponer que este evento es el inicio de la caída del presidente. López Obrador asistió a un evento público al que podía acceder cualquier persona que comprara boleto, un juego de beisbol que seguramente estaría lleno, pues se inauguraba el estadio y se enfrentaban los Diablos a un equipo de las Grandes Ligas, los Padres de San Diego, oro molido para cualquier aficionado de este deporte. AMLO no rehuyó, como Enrique Peña Nieto cuando inauguró el estadio de los Rayados en Monterrey, asistir a un evento abierto, ni hizo nada para estar en un entorno controlado, y por lo mismo artificial. Recordemos que cuando Enrique Peña inauguró el estadio de Monterrey, lo hizo a puerta cerrada, pues era previsible algo más que un muy severo abucheo y una ensordecedora rechifla. AMLO actuó sin temor, de buena fe, sabiendo que no hacía falta controlar el entorno y pensando –y aquí falló su proyección– que su popularidad lo haría invulnerable a cualquier expresión colectiva de rechazo. Por eso se le vio el rostro un tanto descompuesto cuando inició la rechifla, y también se vio a un Alfredo Harp compungido por la pena.
El abucheo al presidente significa que existe un sector de la población que no está de acuerdo con él y que rechaza sus políticas. Ese sector, según las encuestas y sondeos serios, hoy se sitúa entre el 20% y el 30% de los mexicanos. Los que gritaron “fuera” al presidente representan a ese sector no simpatizante. Lo cual significa, a contrario sensu, que el 70% y hasta el 80% de los mexicanos aprueba al presidente.
El abucheo no significa que México le esté dando la espalda a AMLO. Pensar algo así es situarse cándidamente fuera de la realidad. Los opositores serios saben que la rechifla no significa gran cosa. Los opositores no serios están magnificando esta situación. La gente de espíritu diminuto se está regocijando, como el caso de Vicente Fox, que, por más que intenta, nunca consigue decir algo inteligente. Escribió en twitter: «Una sopa de tu propio chocolate [Andrés Manuel], cría cuervos y te sacarán los ojos», y con ello llamó “cuervos” a quienes no simpatizan con AMLO, y al mismo tiempo se llamó “cuervo” a sí mismo, pues no simpatiza con AMLO. Imagino que los opositores del presidente no estarán muy contentos de ser asimilados a los “cuervos”, animal al que se considera traidor y pérfido. En cambio, lo que dijo Olga Sánchez Cordero es mucho más razonable: «El presidente ha sostenido siempre la libertad de expresión irrestricta y [lo que pasó en el estadio] es parte de la diversidad y de esa libertad de expresión».
El presidente López Obrador sigue teniendo la simpatía de la mayoría de los mexicanos: muchas encuestas sitúan su popularidad y aceptación en niveles del 70% y hasta del 80%. Si sus opositores de verdad son inteligentes, sabrán que el abucheo significa poco. Si se ciegan y creen que esto es la caída, se colocarán en una situación en la que les será imposible reaccionar: sería como pensar que perdiendo 8 carreras por 2 en la última entrada, van a ganar la partida así nomás porque sí (80% de aprobación vs 20% de rechazo, por eso digo 8 carreras por 2). De esta forma se condujeron durante toda la campaña presidencial, con esa mezcla de ceguera, candidez y soberbia, y por eso perdieron como perdieron. Por otro lado, el gobierno tampoco debe cegarse; debe darse cuenta que ese 20% o 30% de mexicanos que lo rechaza, también existe. Esa minoría de mexicanos también importa y debe ser tomada en cuenta.
Empecé este artículo con una cita del célebre Tommy Lasorda, mítico manager de los Dodgers de Los Ángeles en tiempos de Fernando Valenzuela. Me parece muy adecuada: «No importa qué tan bueno seas, vas a perder una tercera parte de tus juegos. No importa qué tan malo seas, vas a ganar una tercera parte de tus juegos. Es la otra tercera parte la que hace la diferencia.»
@VenusReyJr