Henry Ford decía: “La historia es un camelo.” En 1917 el magnate declaró operativa la primera cadena industrial de montaje de vehículos iniciando con esto una cadena de fatalidad que permitía sustituir a los trabajadores por robots. Esto es apenas un ejemplo del comienzo del declive de la humanidad. Una realidad en la que nada ya asombra y todo está permitido. Habitamos un mundo en el que la ética se diluye entre los acontecimientos, se confunde la ética con los sistemas de transmisión de la información, olvidando que la información de masas suministra a cada individuo una visión distópica de la realidad. Convirtiéndose en una especie de bombas que no terminan de explotar en las mentes. Decía el periodista Gaston Leroux: “La actualidad no es el después, es el antes.” Y es así como se extrae la potencia del caos creando el “peor de los mundos posibles.” El ilusionista George Méliès lo demostró al convertir sus cortometrajes en estudio y antes de que lleguen los acontecimientos reales para el artista, mañana era hoy y ya ayer.
Vivimos tal parece en una especie de anormalidad revolucionaria, de un nuevo tipo de hombres y mujeres amantes de las transgresiones de todo tipo, fuera de toda norma. Somos testigos de una producción teratológica, nihilismo del crimen gratuito que pasa sin problema alguno de la popularidad al populismo. Basta ver todo el auge que en nuestro país tiene todo lo referente al narcotráfico, generándose conceptos como narco-cultura, narco-corrido, narco-series y todo lo que se les ocurra pueda llevar el prefijo “narco”. Fenómeno curioso, o mejor dicho preocupante, el que acontece con estas manifestaciones de la sociedad. En concreto, recuerdo el documental Sicario de Gianfranco Rosi de 2010. Un texto fílmico que se realiza en la habitación de un motel en donde un ex sicario va relatando su quehacer cotidiano como tal, describe de modo detallado la dinámica del narco poniendo de manifiesto la corrupción, la impunidad y la prohibición a prohibir. Al final, narra cómo es que intentó salir del narco y por lo cual es un prófugo no solamente de la justicia, sino del crimen organizado. Hay un elemento que pone de manifiesto el fenómeno del que hablo y es que narra su arrepentimiento por haber sido un delincuente y asesino en el momento que siente la presencia de Dios. Sí, el sicario se convirtió, tal parece, al cristianismo.
Aquí el punto al que me refiero es ¿de qué modo su arrepentimiento nos fomenta una empatía? Los comentarios posteriores que escuchaba no iban en la línea de la condena por sus actos delictivos sino en la línea de la emotividad, este discurso judeo-cristiano de la misericordia que lejos está de hacer un bien social. Las personas acogían al sicario en su mente con una especie de misericordia, olvidándose de lo fundamental: era un asesino y su encuentro con Dios no lo absolvía de sus crímenes.
Algo muy similar pasa con las series en las que ponen al capo del cártel como un héroe y la sociedad además de “normalizar” la realidad del narco, la legitima enalteciendo las “virtudes” del personaje que representa no sólo al jefe de la mafia pero a nivel inconsciente parece que representa a toda la sociedad que se encuentra cansada, a toda esa sociedad que no tiene el valor de tomar un arma y amedrentar a los políticos, a toda esa sociedad que está hasta el hastío de trabajar para apenas sobrevivir. Es así como entonces la misma sociedad prohíbe prohibir. Dice Paul Virilio: “El ejercicio de la violencia, en lugar de reunir las fuerzas, las divide: lo que era elementalmente humano, demasiado comprimido, explota. Y proyecta el todo en astillas y en aniquilación.”[1]
La biopolítica, la pospolítica, por utilizar jerga teórica, está claro que ambas se solapan dejando atrás las luchas ideológicas. La biopolítica se centra en la regulación de la seguridad y bienestar de las vidas humanas según nos explica Agamben, sin embargo, con la administración especializada, despolitizada y socialmente objetiva, el único modo de introducir la pasión en este campo, de movilizar activamente a la gente, es haciendo uso del miedo, constituyente básico de la subjetividad actual. Por esta razón, la biopolítica es una política del miedo, en última instancia se centra en defenderse del acoso o victimización potenciales. Esta política del miedo se basa en la manipulación de una multitud de tal modo que acontecimientos como la generación de políticas antiimigración se han popularizado con un nuevo espíritu de orgullo por la identidad cultural e histórica, de tal modo que la sociedad anfitriona se expresa: “Es nuestro país, ámalo o vete.” Así concluimos que la actual “tolerancia” liberal hacia los demás, el respeto a la alteridad y la apertura hacia ella se complementa con un miedo obsesivo al acoso.
¿Es acaso el fin de la fe? Este cuestionamiento me recordó el texto de Sam Harris cuyo título es El fin de la fe [2]. Harris defiende el uso de la tortura en casos excepcionales. Se basa entre la distinción de nuestro aborrecimiento instintivo a presenciar la tortura o sufrimiento de un individuo con nuestro propios ojos y nuestro conocimiento abstracto del sufrimiento de las masas puesto que es mucho más difícil torturar a un individuo que permitir desde lejos el lanzamiento de una bomba que puede causar una muerte mucho más dolorosa a miles de personas. Todos, entonces, quedamos presos de una ilusión ética. Todos sabemos que diariamente hay miles de muertos en el país pero solamente nos confronta el muerto o los muertos de nuestro entorno. ¿No es esto más que una actitud hipócrita una gran complicidad? Nuestro silencio, nuestra apatía, nuestra falta de quehacer civil no sólo legitiman los actos que nos llevan a la barbarie sino que los fomenta, los fortalece, los hace hechos tangibles y permisibles. Hoy día la ética habita ausente de nuestros quehaceres, esto lo vemos hasta en acciones totalmente básicas e instintivas como la de ir al baño. Vaya a un baño público y observe si el sitio es digno. Seguro encontrará algo inservible, quizás no muy higiénico, eso denota la falta de conciencia social y bien común, todo es de todos en un sitio público y sin embargo, las evidencias muestran que quizás es algo que no importa. Este tipo de actos por muy banales e insignificantes que parezcan, reflejan el tipo de sociedad que somos, la violencia contenida en nuestras acciones fruto del desamor al entorno, a la sociedad. Una de las más graves violencias es justo esta, la del silencio, la de la indiferencia, la de creer que todo es culpa del otro, la de prohibir prohibir. Como dice el gran filósofo esloveno Slavoj Zizek: “La del bien contra el mal no es una lucha del espíritu contra la naturaleza, sino que el mal primordial es el espíritu mismo con su violento alejamiento del curso de la naturaleza. La conclusión que debe extraerse de esto es que el bien propiamente humano, el bien elevado por encima del bien natural, el bien espiritual infinito, es finalmente la máscara del mal.”[3]
@Hadacosquillas
[1] VIRILIO, Paul. Lo que viene. Ed. Arena, Madrid, 2005. p.32.
[2] Cfr. HARRIS, Sam. El fin de la fe. Paradigma, Madrid 2007.
[3] ZIZEK Slavoj. Sobre la violencia, seis reflexiones marginales. Paidós, Buenos Aires 2009. P.85