Por: Ivonne Acuña Murillo
Para nadie es un secreto que el presidente de la República Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dedica buen tiempo de las conferencias de prensa matutinas, conocidas como “Las Mañaneras”, a cuestionar y responder aquello que periodistas, comunicadores, empresarios, intelectuales, políticos dicen acerca de su administración, políticas públicas y él mismo. No es desconocido tampoco que con frecuencia “arremete”, como suele decirse, en contra de algún medio o periodista. Tocó el turno, en la conferencia del jueves 12 de octubre, a los periodistas Julio Hernández López y Carmen Aristegui Flores por sus cuestionamientos en relación con la condecoración impuesta por el primer mandatario al exsecretario de la Defensa, en el sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018), el general Salvador Cienfuegos Zepeda.
Textualmente López Obrador dijo: “Es Julio Hernández, igual que este… Carmen Aristegui, comunicadores ‘progres buena ondita’ que nunca han estado con nosotros”. No conforme con colocarles en una postura poco definida en términos de la que podría llamarse “la verdadera izquierda”, los comparó con la “otra derecha o el otro conservadurismo, el menos hipócrita, el más franco, abierto. Si me dicen con cual me quedo, con los más francos, los que no, este…, hacen política ‘robalera’. Ya saben ustedes que el robalo es el único pescado (sic) que anda en dos aguas y nunca hay definiciones”.
Quisiera el presidente que ambos personajes hubieran hecho, ahora ya es tarde, periodismo militante como aquel que en su momento hicieran los hermanos Ricardo, Enrique y Jesús Flores Magón y José Práxedis Guerrero, entre otros. Asume el mandatario que los de hoy son tiempos como aquellos en los que el proyecto revolucionario, actualmente el de la Cuarta Transformación (4T), es más importante que la ética profesional.
Hay en las palabras de reproche de AMLO cierta desilusión por lo que él mismo consideraría una traición por parte de quienes, al parecer, alguna vez consideró sus aliados y de quienes hubiera esperado un apoyo irrestricto, como irrestricta es la férrea crítica que le hacen sus enemigos políticos, ahí sí no hay medias tintas. “Es tiempo de definiciones” ha dicho López Obrador en más de una ocasión, no hay espacio para los indecisos, para la supuesta neutralidad de quien se dice crítico a secas, sin importar a quién se critique.
Detrás de las exigencias de AMLO hay un contexto que podría explicar la delgada piel y baja tolerancia del presidente a las críticas. Por más de dos décadas ha sido objeto de la más feroz embestida por parte de los principales medios de comunicación en México, de periodistas, comunicadores, intelectuales, académicos, empresarios, políticos en contra de su proyecto alternativo de Nación. Sin importar que haya sido elegido por más de 30 millones de votantes, en 2018, esta acometida no ha cesado. Por el contrario, no solo se mantiene a través de una sólida red de comunicación sino que ahora se nutre de mentiras y verdades a medias, al grado de negar la evidencia, los datos que señalan que, tal vez como nunca, el presidente se ha empeñado en favorecer a las grandes mayorías a través del presupuesto con políticas públicas y grandes obras de infraestructura, todo a partir de un manejo austero y responsable del dinero público, mismo que ha dado como resultado que México haya pasado de ser la economía 15 al lugar 11 y que en función de su dinamismo sea la tercera economía del mundo. Nada de eso importa, a como dé lugar hay que mentir diciendo que está destruyendo al país. Así visto, sería deseable, desde la óptica presidencial, que quienes se sienten ligados al actual proyecto de gobierno lo defendieran con la misma ferocidad con que desde la oposición se le ataca.
Del otro lado, se encuentran periodistas, como Julio Hernández, que a pesar de reconocer la necesidad de un gobierno como el actual, no puede hacer a un lado su ética profesional para dejar de señalar aquello que, desde su punto de vista, se aleja de lo que dicho gobierno debería ser; como Carmen Aristegui que sin dejar de ser una profesional del periodismo tiene un pleito casado con el presidente a quien acusa de ser un destructor de reputaciones, entre otras cosas.
Como en el caso del presidente, en referencia al periodismo también existe un contexto previo. Desde el siglo XIX la opinión pública ha sido considerada como la observadora crítica de la política. Esta nació, de acuerdo con el profesor-investigador de la UNAM, Luis F. Aguilar, como respuesta a un problema: el poder absoluto de los reyes ejercido, sobre todo, entre los siglos XVI y XVIII (“Una reconstrucción del concepto opinión pública”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Volumen 33, núm. 130, octubre-diciembre, 1987, pp. 97-128).
A decir del estudioso, el nacimiento de la opinión pública respondió a la necesidad de limitar las decisiones arbitrarias del rey. Hoy, en pleno siglo XXI, el “deber ser” de la opinión pública se sostiene, y su potencial es sostenido por quienes asumen como obligación observar críticamente a quien gobierna, no para criticar por criticar, ciertamente, sino para señalar las posibles desviaciones. Es un hecho, no existe el gobierno ni el gobernante perfecto y siempre habrá algo que cuestionar y profesionales de la información para hacerlo. Es así como el “deber ser” de la opinión pública se transfiere al periodismo.
Sin embargo, no siempre es visible la línea que separa a las y los periodistas éticos de los que venden su pluma al mejor postor. Es en este punto, que se nubla el campo de visión del presidente que, se podría decir, “ya no siente lo duro sino lo tupido” y en ocasiones no alcanza a distinguir a un periodista comprometido con el cambio, el bien de las mayorías y su labor periodística de uno que no lo es. No siempre su orientación ideológica, intereses, grupo de pertenencia saltan a la vista.
Por eso, se entiende, que el presidente prefiera a quienes de manera descarada y brutal le declaran la guerra por sobre quienes asume no develan su verdadero rostro. Pero, a veces, no se ve el árbol por ver el bosque y es labor de quien informa al presidente hacer esa distinción y tocaría a él no hacer generalizaciones extremas.
Ciertamente, no es necesario defender a la y el periodista aquí mencionados, su trabajo y trayectoria hablan por él y ella. Sin embargo, sí podrían mencionarse detalles que hacen una gran diferencia. En el caso de Aristegui, llama la atención que al presentar en su espacio de noticias las investigaciones referidas a la llamada “Casa Gris” y “Chocolates Rocío” que involucran a José Ramón, Andrés Manuel y Gonzalo Alfonso López Beltrán, hijos de AMLO, diera a sus interlocutores total libertad para que presentaran sus supuestos hallazgos sin hacer las preguntas periodísticas que en otro tiempo hubiera hecho para cuestionar lo investigado. No así Julio Hernández, quien en relación con las mismas investigaciones inquirió a quienes las presentaron para no dar por sentado que lo referido apuntaba a casos comprobados de corrupción y tráfico de influencias, sino apenas a los insumos de indagaciones futuras. Es decir, su visión crítica no se dirigió solo a quien gobierna sino a quien en ese momento acusó, sin las pruebas suficientes, a partir de “inferencias” a los hijos del presidente.
Lo anterior, da visos de que no siempre las generalizaciones hechas por el presidente son acertadas. Aunque cabe preguntarse si, la guerra mediática emprendida en su contra, le permite hacer tiros de precisión.
Aparecen así dos posturas: la del periodista que pretende seguir a toda costa, incluso poniendo en riesgo su prestigio y su seguridad, el mandato del periodismo y de la opinión pública que bien puede resumirse en la frase: “la función del periodismo es incomodar al poder” y la experiencia política de un gobernante que ha vivido en carne propia el acoso de medios, periodistas, comunicadores y comparsas y que, siguiendo a pie juntillas las lecciones de la historia, desearía tener en quienes de alguna manera consideraron la necesidad de un cambio de orientación y de proyecto político una base de apoyo. El mejor ejemplo que puede darse de ética profesional periodística es el de una periodista, conductora de un espacio de noticias y análisis en conocida y prestigiosa radio pública, misma que me invitó a comentar los resultados electorales de 2018 el día de la elección en las instalaciones del Instituto Nacional Electoral (INE) y a quien oí decir, una vez que se conoció el triunfo del actual presidente: “hoy dejo de ser lopezobradorista”, palabras más, palabras menos.
No se tienden puentes, no hay puntos intermedios entre quien se siente agraviado y traicionado y quien se siente agredido en su empeño por la objetividad y deber cuasi sagrado del periodismo crítico.
Cabe concluir diciendo que no siempre el periodismo militante es útil para quien gobierna, especialmente cuando la influencia, poder y aprobación popular del gobernante son tan altas como en el caso del presidente López Obrador, quien siempre requerirá de alguien que le diga lo que observa, lo que podría mejorarse y lo que definitivamente podría significar un riesgo futuro sin miedo a dejar de contarse entre sus favoritos.
Mirada desencantada
El ratón muerde la cola del león y la crítica se vuelca en contra del primero. ¿Cómo se atreve? Se pregunta. ¿Quién se cree? Se cuestiona. ¡Reúnanse y acábenlo! Se exige. El ratón es por supuesto Palestina y el grupo Hamás y el león Israel. No se aprueba la brutalidad cometida en contra de civiles indefensos por parte de ninguno de los dos bandos, pero los territorios ocupados y la capacidad bélica del ocupante no dejan lugar a dudas sobre la imposición de las reglas del poderoso sobre el débil y de los intentos desesperados de este último por cambiar su situación o por vengar los agravios recibidos por parte de quien no solo ha ocupado su territorio sino que busca minar su resistencia abusando de los más jóvenes (La implacable postura de Israel-Niños palestinos ante tribunales militares/DW Documental https://www.youtube.com/watch?v=ULBJourk6fk).