Un acontecimiento es una noción anfibia con más de cincuenta tonos de gris según nos define Zizek en su obra de ese título.[1] Si nos apegamos a esta idea sobre el concepto entonces todo es un acontecimiento pero ninguno es del todo certero. A veces me cuestiono si acaso la certeza nos evitaría la cantidad de conflictos existentes en la humanidad. Incluso la respuesta misma a esta pregunta resultaría un acontecimiento incierto y por ende sujeto a interpretación. Bien dijo el gran Nietzsche: “No hay hechos, sólo interpretaciones”. Es por ello que considero que pensar en certezas resulta fútil en un mundo en el que muchos de los conflictos que se dan en la estructura social están sujetos a interpretaciones y por ende es que se ha hecho necesaria la fenomenología y la hermenéutica para poder acercarnos más a lo que es en sí el acontecimiento; el problema es que muy pocos acuden a estos métodos.
Es por ello que hoy propongo que hagamos una locura, que abordemos los acontecimientos del tejido social desde lo más profundo e indecible del ser, desde la sensualidad. Hoy evoco ese aspecto en cada uno de nosotros para otorgar sentido a la realidad de este mundo, hagamos de nuestro mundo algo por instantes irreal, hagamos poesía de todo cuanto acontece, ¿no es acaso lo que Heidegger imaginó al proponer un habitar poético? No, no creo la verdad, no de modo sensual pero sí poético haciendo énfasis en el lenguaje como morada del ser, sin embargo, hubo uno que sí lo sugirió desde ahí y ese es el francés Bataille desde su obra sobre erotismo.
Y es que si lo pensamos bien, es en la sensualidad desde donde somos más humanos, más certeros con nuestro ser. La sensualidad nos otorga la verdad de nosotros mismos, nos desvela lo que en verdad queremos ser y por ende todo acontecimiento se torna más fidedigno.
Recordando al gran poeta Joe Bousquet: “Todo estaba en su sitio en los acontecimientos de mi vida, antes de que yo los hiciera míos; y vivirlos es, sentirse tentado de igualarme con ellos, como si les viniera sólo de mí lo que tiene de mejor y perfecto”. Es justo esto, hacer de los acontecimientos algo nuestro, apropiárnoslo desde lo más íntimo de nuestro ser. Hacer de cada acontecimiento un encuentro sensual, poseerlos. Entender que la gran obra maestra de la razón es precisamente descubrir el punto en el que hay que dejar de razonar y dejarnos llevar por la pasión de existir.
Sintiendo es como podremos llegar a ser más empáticos, más humanos.
Pascal apeló a la lógica del corazón, a esa lógica más profunda que la lógica pura, porque va más allá de los objetos elaborables, a ese espacio donde habitan los antepasados, los muertos, las leyendas, los mitos, las cosas, las humildes cosas…
Yo apelo a la lógica de la sensualidad, cedo mi voluntad a mi sentir más erótico. Fluyo junto con las sensaciones que me genera la realidad, intentando seducir cada episodio para salir de esta herencia del obnubilado y recalcitrante individualismo que nos ha llevado a un eclipse de la razón a una inoperante pasividad, al extremo conformismo y vacuidad. No veo más salida que la de la seducción como un intento de reconstrucción de la realidad.
Seduzcamos, saquemos de lo más auténtico de nosotros mismos esta capacidad de seducción, no sólo seducir a nuestro “objetivo” de placer sino a toda la realidad que nos acaece y nos envuelve. Seduzcámosla y hagamos el amor con la vida misma, hagamos de la existencia un encuentro de intimidad y complicidad, defendámosla de nosotros mismos, saquemos a la realidad de tal levedad y hagamos de ella nuestro más preciado objeto de placer.
Hacer el amor con la vida implica que poco a poco nos vayamos develando ante ella, que sepamos pronunciar la palabra adecuada, acariciar suavemente cada una de sus partes, que nos acerquemos a ella de modo respetuoso y prudente, que besemos cada uno de sus recovecos de modo sutil y fino, evitar a toda costa cualquier tipo de obscenidad. Respirar en ella y percibir su más original olor, degustar cada sabor que nos presenta, saborear intensamente y con calma cada acontecimiento que nos presenta. Sentir su alma, acariciarla con el intelecto, conquistarla. Observarla con detenimiento y sin prisas para captar su más pura belleza, acercarse y alejarse. Rozarla, sentirla y penetrarla de tal modo que nos fusionemos a ella y podamos disfrutarla en su totalidad.
Si aprendemos a seducir a la existencia, seguramente seremos incapaces de fracturarla, de asumirla y de ser meros testigos de ella. La existencia es el acontecimiento por excelencia junto con la muerte. Hacer el amor con la vida es hacerlo también con la muerte. ¿Pues no es acaso el orgasmo una pequeña muerte? Hoy les invito a que seamos seductores y nos dejemos seducir, que dediquemos nuestros más valiosos esfuerzos a hacernos el amor y que dejemos de lado cualquier nimiedad en cualquiera de sus formas sociales. Comenzar a seducirnos unos a otros va más allá del acto sexual. Seducirnos implica que nos donemos al otro, que seamos capaces de sentir por el otro y que nos importe el bienestar del otro tanto como el propio. No se trata de reducir al contacto físico incluso, no necesariamente debe haberlo. Se trata de la admiración, el reconocimiento, la empatía y el interés que tengo por el otro. El arte de la seducción requiere de inteligencia, estrategia, constancia, entrega. Si así nos acercáramos a la existencia en general, sin duda, otra sería la realidad. ¿Será posible que podamos habitar sensualmente el mundo?
@Hadacosquillas
[1] Cfr. ZIZEK Slavoj. Acontecimiento. Ed Sexto piso, México 2014.