Renata Terrazas*

La incertidumbre del votante es una realidad que nos plantea un escenario triste y disfuncional. No podemos defender esas teorías que atiborran a las personas de la carga de la racionalidad para decidir su voto, sin embargo, mal haríamos en defender una decisión basada en impresiones o ideas difusas.

Al darle una revisada a las precampañas –que de pre tuvieron nada– podemos identificar que entre canciones pegadoras, bailes de aspirantes en mercados, alusiones a alguien sin nombre y un spot donde, ahora sí, prometen informar sobre el destino de recursos magros destinados a la reconstrucción, las propuestas brillaron por su ausencia.

Si bien los mensajes transmitidos en medios de comunicación masiva que estaban dirigidos a ese diminuto grupo de militantes de partidos resonaron por lo largo y ancho del país, saturando la radio, redes sociales y, supongo, la televisión abierta, la gente no quedó más, ni mejor informada.

El 1 de julio votará un potencial universo de más de 80 millones de mexicanas y mexicanos. De éstos, algunos lo harán por vez primera mientras que unos pocos, ya veteranos, lo llevan haciendo por más de medio siglo.

En el acto de votar, como en muy pocas cosas en la vida, el hacerlo por varias veces representa poca o nula ventaja. Una no se hace más sabia al votar más veces, ni generas experiencia sobre tu elección de representantes o gobernantes. Lo único que pasa es que quizá nos volvemos más cínicos y pensamos que nuestras acciones tienen poco peso, ya sea por un sistema corrupto o porque un solo voto pesa poco.

Voté por primera vez en el año 2000, entonces pensaba que hacía historia al formar parte de las elecciones que podrían significar un cambio entre la clase gobernante de mi país. La ilusión era genuina y ese día significó una fiesta democrática entre los míos.

Recuerdo que tenía muy poca idea del programa de los candidatos, de sus trayectorias o sus compromisos de campaña. Aquello que guiaba mi voto era algo simple y que en ese momento consideraba era el mejor argumento posible para ir a votar y hacerlo por alguien determinado.

Desde entonces nuestro país ha sufrido varios cambios, en ocasiones menos de los deseados. Yo, en cambio, sufrí varios cambios; el principal, haber estudiado ciencias políticas en la UNAM y continuar mi vida laboral en una organización de la sociedad civil dedicada a la transformación del espacio público y hacia la construcción de una democracia más sólida.

Este camino recorrido me ha llevado a raspar en los anales de la vida política de este país para hacerme una idea más precisa de las posiciones de los diferentes partidos políticos y sus candidatos, de allegarme de la información necesaria para juzgar sus acciones y determinar quiénes son los mejores candidatos para mi sistema de valores democráticos.

Pero nada de esta información ha venido, jamás, de las campañas políticas. Los spots de radio y televisión están dedicados a saturarnos de mensajes simplones desde los cuales no podemos entender las prioridades de los candidatos. Los mensajes de tuiter están dedicados más al ataque y desprestigio de otro candidato o de algún medio criticón que a mostrar las plataformas de cada aspirante a presidente, gobernador o representante legislativo.

La incertidumbre del votante viene de una política que prefiere a ciudadanos desinformados que desconozcan la vida política, de campañas que ridiculizan al otro o sólo buscan dejarte un mensaje pegajoso o de discursos de candidatos que dicen verdades a medias, modifican datos, dan noticias falsas y siembran dudas.

A menos de cinco meses de las elecciones les puedo asegurar que de ese universo potencial de votantes de más de 80 millones, acaso un uno por ciento buscará enterarse de las propuestas y trayectoria de quienes aspiran al poder. Muchos votarán por inercia, otros por instrucción de algún líder, unos más a cambio de una insulsa prebenda; y muchos ni siquiera votarán.

Las elecciones no son toda la vida democrática de un país, pero sí son su piedra angular; son el reflejo, mas no la causa, de una vida política sana donde se debaten y discuten las propuestas y las ideas que tenemos sobre país. Son la base donde se asienta la legitimidad de un gobernante que deberá mantenerla con una buena gestión.

Hoy nos encontramos en la encrucijada de falta de legitimidad y debilidad institucional. Una forma de renovarla es garantizando la legalidad y legitimidad de las elecciones este 1 de julio. Y todo comienza con un debate abierto y franco entre candidatos y ciudadanos.

* Investigadora de Fundar, Centro de Análisis e Investigación

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Un comentarios

  1. Los ciudadanos informados a los q nos gusta leer varias fuentes analizar pensar y decidir nos desespera nos irrita nos enfurece ese bodrio de precampañas y lo peor es q esperamos de las campañas algo peor y más aburrido x lo q terminamos alejándonos de los medios tradicionales de informacion xq nada provechoso aportan. Conclusión se una me ha ley electoral necesita clara y concisa q elimine tnta estupidez y obligue a los políticos a presentar propuestas no boberias

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