José Reyes Doria | @jos_redo
La arrogancia en el poder, o del poder, es poco menos que inevitable. Es inherente al ejercicio del mando, es consustancial a la experiencia del dominio sobre los otros. En dosis bajas, la arrogancia política no genera problemas relevantes, pero cuando la arrogancia es grande ocasiona serios daños a la legitimidad, la gobernabilidad y los equilibrios políticos.
En el caso de la resolución de la Corte respecto a la invalidez de las reformas a las Leyes Generales de Comunicación Social, y de Responsabilidades Administrativas, mejor conocidas como la primera parte del Plan B de reformas electorales del presidente López Obrador, podemos encontrar elementos para reflexionar sobre el tema de la arrogancia y el poder.
A groso modo, la Corte invalidó esas reformas, porque la mayoría de Morena y sus aliados en Cámara de Diputados violaron el Reglamento y la Ley Orgánica del Congreso, dado que no respetaron el proceso legislativo. El marco jurídico del Congreso establece que una iniciativa debe turnarse a comisiones para que ahí sea analizada, discutida, consultada, dictaminada y aprobada; después de esto, el dictamen pasa al Pleno para ser votada. Pero es importante tener en cuenta los tiempos y los modos: las comisiones tienen hasta 90 días hábiles para dictaminar, porque es necesario que los legisladores analicen a fondo la reforma y, en la nueva modalidad de Parlamento Abierto, consultar y recoger los puntos de vista y propuestas de los sectores sociales interesados en cada tema.
Lo que castigó la Corte, es que las iniciativas de reforma a las dos Leyes Generales antes mencionadas, no se turnaron a comisiones, como lo establece la normatividad. Lo que se hizo en la Cámara de Diputados, fue que una diputada de Morena presentó las iniciativas en la tribuna y la mayoría oficialista aprobó que se les dispensaran todos los trámites y se sometiera a votación de inmediato. Es decir, las iniciativas no se turnaron a comisiones, no hubo discusión, consulta ni Parlamento Abierto, no hubo un dictamen. Lo que se votó en el Pleno fue la iniciativa del Ejecutivo federal de forma directa y expedita.
Pero además, esa iniciativa se había registrado en la Cámara apenas unos minutos antes de que la diputada morenista la presentara en tribuna. A todas luces, esta situación impidió todo tipo de análisis, reflexión, consultas, indagaciones, negociaciones y demás elementos del proceso legislativo-parlamentario. Por ello, la Corte consideró que el proceso legislativo presentó vicios y abusos invalidantes, colocó en estado de indefensión a las minorías legislativas que no tuvieron oportunidad ni de leer la iniciativa, y declaró la invalidez de las reformas.
¿Esta resolución de la Corte es una traición a la patria o demuestra la podredumbre que señaló López Obrador? Absolutamente no. La resolución de la Corte está dentro de sus atribuciones constitucionales. Sin embargo, y sin ser jurista ni constitucionalista, me parece que la Corte bien podría haber resuelto que a pesar de las violaciones al proceso legislativo las reformas eran válidas; esto, porque finalmente el Poder Legislativo es autónomo y el Pleno tiene atribuciones para decidir sobre cuestiones extraordinarias. Una declaración de inconstitucionalidad basada en el análisis de la materia de las reformas habría tenido más fuerza. No obstante, está bien que la Corte haya defendido el derecho de las minorías parlamentarias a la deliberación informada porque representan a ciudadanos concretos (de hecho, en las elecciones de 2021 la oposición obtuvo más votos que la alianza oficialista).
Aquí es donde entra en juego la pregunta que da título a esta columna: ¿La Corte está castigando la arrogancia de AMLO y Morena? Técnicamente no, pues se trata de una resolución constitucionalmente fundada. Pero en una perspectiva política, podemos decir que la arrogancia evidente con que se condujo el Presidente y su bancada en este proceso legislativo tuvo como consecuencia que la Corte echara abajo sus reformas.
Entendamos por arrogancia política del gobernante, una actitud basada en la creencia de que es superior en todos los rubros al resto de los mortales, que su posición de poder es incuestionable, que está por encima de cualquier restricción constitucional o moral; una certeza de que el poder que detenta tiene el monopolio de la legitimidad y, por lo tanto, tiene un derecho superior para hacer todo lo que sea necesario para realizar su proyecto, sin detenerse a pensar si los medios para llegar al fin son o no legales o decorosos.
En este sentido, sí se observan evidencias de arrogancia en el proceso legislativo antes descrito. El Presidente y Morena tienen mayoría de 50% más uno para realizar por sí solos reformas a las leyes secundarias, como las reformas a las Leyes Generales que invalidó la Corte (para reformas constitucionales no tienen la mayoría calificada de 2/3 partes). Podían perfectamente cumplir con los aspectos reglamentarios del proceso legislativo: turnar la iniciativa a comisiones, realizar una mesa de discusión, elaborar un dictamen y votarlo en el Pleno. Con base en su mayoría, podían haber acelerado al máximo el proceso, dedicarle unos 5-10 días, aunque sea para taparle el ojo al macho, y sacar adelante las reformas con su aplanadora.
¿Por qué no lo hicieron así? Hay quienes dicen que por desorden e ineficacia en el grupo parlamentario de Morena les ganaron las prisas, como en muchas otras ocasiones, y por eso pasó lo que pasó. Otros piensan que fue una táctica parlamentaria abusiva, pero válida, para que la oposición tuviera el menor tiempo de reacción y así neutralizar las opiniones negativas de algunos sectores sociales respecto a las reformas.
Sin embargo, la repetición incesante de esa táctica parlamentario que conjuga los verbos agandallar, madrugar y pisotear, hace pensar que, en realidad se trata de una expresión de la arrogancia desbocada que ha hecho presa del presidente López Obrador y su bancada en el Congreso. En la última semana de abril, se procesaron casi 20 reformas con esa versión despiadada del fast track legislativo: temas sumamente relevantes como la desaparición del INSABI, la militarización del espacio aéreo, la concesión sin vencimiento del Tren Maya a la SEDENA, entre muchos otros, se presentaron-votaron en el Senado en tiempos irracionalmente reducidos (en promedio, se conoció-discutió-aprobó una reforma cada 10 minutos)
Visos de arrogancia se observan claramente en estas acciones que el Presidente, su bancada y la llamada Cuarta Transformación; transmiten el mensaje, a veces explicito, de que se sienten superiores a todos, que su proyecto tiene legitimidad absoluta y que no tiene caso detenerse a conversar o negociar con minorías moralmente inferiores. Es muy significativo que, en esta crisis por los acelerones legislativos, los senadores del ala oficialista hayan asistido a Palacio Nacional y que, sin disimular nada, el Presidente haya aparecido sentado al centro de una mesa, con los senadores en las orillas. El mensaje político fue que el Presidente manda en el Congreso y que, los legisladores no deben titubear en cumplir sus instrucciones porque, al fin y al cabo, son los anhelos del pueblo. Nada que la división de poderes, que las formas republicanas, que nada.
La arrogancia crece y conquista a los gobernantes, a veces sin que éstos se den cuenta de ello. Las embestidas contra la Corte, la ministra presidenta, el INAI, los medios y periodistas que no apoyan incondicionalmente a la 4T, están adquiriendo estos días tintes de arrogancia que no se observaban hace unos meses. Porque la arrogancia, cuando no se le controla, rebasa al Príncipe y comienza a generar grandes problemas, como la invalidación del Plan B, pero también se generan resentimientos, agravios, ánimo de venganza de los enemigos y desaliento entre los amigos. Estos factores, aparentemente propios de la sicología política, suelen escalar hacia situaciones de inestabilidad, ingobernabilidad, dislocación de los resortes políticos.
Siempre es bueno recurrir al consejo de la historia o de las parábolas religiosas, que tanto gustan a AMLO. Julio César, cuando decide cruzar el Rubicón y tomar control de Roma, lanzó una política de amnistía a sus principales enemigos, perdonó a quienes se le resistieron con las armas. Pensaba que una actitud generosa desde el máximo poder abonaba más a su causa y a su gloria, que la arrogancia de actuar como dueño de vidas y haciendas.
Finalmente, este pasaje del evangelio de Lucas: “A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo (Jesús) también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros; ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano”. Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
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