Los ciudadanos de cualquier país somos dados a ciertas fechas, a la celebración de días simbólicos que nos ayudan a permanecer en la vida cotidiana aunque sea con un mínimo de esperanza. La Navidad, el Año Nuevo, el Día de Muertos (en México), la Independencia, etcétera, como si todo mundo no supiera que se trata del mismo concepto (en realidad sólo es lo que llamamos historia), contexto donde los seres humanos nos afanamos por sobrevivir, muchas veces, sin preguntarnos para qué. Las fechas promisorias nos permiten imaginar que los desastres se pueden evitar. Lo llamado tiempo no es más que un engaño, y hasta existen quienes llegan a concebirlo sólo como entidad abstracta: “se nos termina el tiempo” o “todo a su tiempo”: puro vacío, mentira inmortalizada por la costumbre más deplorable. El tiempo sólo es una manera peculiar de llamar a lo ocurrido en el planeta en el que nos tocó existir sin que nadie nos lo preguntara. La temporalidad solamente puede existir como historia, que escrita se vuelve historiografía, algo relativo, impreciso, evanescente, y pese a ello la única constatación de todo lo acontecido (más para unos que para otros).
Sin embargo, las fechas se vuelven asideros de algo impreciso que nos permite continuar pese a la perseverancia de los desastres. “Feliz Año Nuevo”, suelen decir la mayoría de los mortales (aunque sepan en lo profundo que lo que se anticipa suele ser no grato). “Felices navidades” dicen otros, con el inútil gusto por equivocarse con cierta perversidad. Siempre resulta penoso no imaginar que lo porvenir sea mejor que lo vivido. Pesimismo, pensarán algunos, aunque no pueda negarse “que el horno no está para bollos”, es decir está del carajo eso llamado realidad. ¿Por qué nos empeñamos en suponer que lo siguiente será mejor? ¿Será un mecanismo mental de defensa?
No importa dónde estalle el buen augurio, simplemente se trata de fortalecer la idea de que algo será mejor para los terrícolas (quienes hemos perdido el rumbo desde hace siglos). Pareciera que el pensamiento de mejoría no considera los signos ominosos de cuanto la humanidad ha ido construyendo con el afán insano de que unos pocos se la pasen de lujo, aunque las mayorías no puedan decir lo mismo. Mas por ahora dejo de volverme pesimista y para no demeritar los mejores deseos de muchos, cito un breve poema que escribió la magnífica poeta polaca (premio Nobel) Wislawa Szymborska (1923-2012). “Debo mucho/ a quienes no amo”.